Una semana después de los atentados que causaron 15 muertos y decenas de heridos, algunos de ellos en estado crítico, “las Ramblas de Barcelona se han convertido en una vía dolorosa”. Lo reconoce Lluís Serra, secretario de la Unión de Religiosos de Cataluña (URC), para quien la ingente cantidad de ramos de flores, lámparas y carteles con mensajes de recuerdo a las víctimas que señalan los lugares de la barbarie “construyen espacios sagrados de meditación y plegaria”. Él, personalmente, se queda con dos de esos mensajes: “No tengo miedo” y “el amor es más fuerte que el odio”.
Una semana después aún se percibe el aturdimiento, una especie de pesadilla de la que se quiere despertar porque muchos se siguen preguntando cómo ha sido posible. “La Iglesia, como la misma sociedad, se ha visto sacudida brutalmente por este acto terrorista”, explica el religioso marista. “La vida religiosa, tan presente en las periferias, en los ambientes de inmigración, en el diálogo intercultural e interreligioso, clama que no se debe matar a nadie, y menos en nombre de Dios. Es un tiempo ahora para restañar heridas, intensificar la plegaria, trabajar por la paz, reconstruir puentes, fortalecer la convivencia…”.
Sin embargo, Serra es muy consciente de que “las tentaciones existen” y de que “no hay que sucumbir al odio, a la exclusión, al rechazo, al enfrentamiento… La tarea no es fácil, porque todo se mezcla. El Evangelio no puede alinearse en las luchas de poder. Las palabras de Jesús –“todos vosotros sois hermanos”– constituyen una invitación a vivir la fraternidad a fondo, incluso en tiempos convulsos, como los nuestros”.
Ecología espiritual de paz
Tras estos primeros días donde toca atender las emergencias, consolar a los afectados y rezar por las víctimas, “septiembre será una nueva oportunidad para construir nuevos lazos de paz y concordia. Sedimentar lo vivido. Cicatrizar heridas. Buscar una mayor comprensión”, apunta el secretario de la URC.
Reconoce que el ambiente se ha enrarecido y que tanto “los poderes fácticos como los medios de comunicación no ayudan con frecuencia, porque atizan el fuego y propagan la mentira”. Por ello, consciente de que “el problema tiene sus causas y hay que buscar la solución”, apuesta, “con realismo y los pies en tierra” por “una ecología espiritual de paz”. “Los terroristas han segado vidas, pero no pueden quitarnos la esperanza”, sentencia.
Islamofobia cristiana
El laico barcelonés Eduard Ibáñez, presidente de Justicia y Paz (JyP), valora muy positivamente la respuesta que los distintos colectivos religiosos de la ciudad dieron, “de manera espontánea”, al brutal acto terrorista. Pero, a partir de ahora, “tenemos que reflexionar para ver de qué forma, cómo Iglesia, tenemos que responder a este desafío enorme del radicalismo islamista“.
“No es que no sospecháramos que podía pasar algo como lo que ha sucedido –añade este abogado–, pero, junto con otros colectivos religiosos, también no cristianos, tenemos que ver cómo podemos contribuir a la integración y a la convivencia pacífica”.
Junto con este desafío, Ibáñez subraya otro reto: la islamofobia creciente. También en la Iglesia. “Detectamos en algunos sectores eclesiales, que creo que son minoritarios, algunas posturas regresivas con respecto al colectivo musulmán. Pero no es un hecho aislado que se pueda dar solo en Cataluña”.
Frente a ello, Ibáñez estima que colectivos cristianos como JyP, Cáritas o la Acción Católica “deben afrontar el desafío de hacer ver a esos otros sectores de Iglesia minoritarios –los cuales están viviendo con miedo y cerrazón este momento– que tienen una visión muy distorsionada de lo que es el islam y la mayoría de los musulmanes que viven con nosotros”.
Encerrados en la parroquia
La parroquia de San Agustín, en pleno Raval, es una iglesia de puertas abiertas, de esas que reclama el papa Francisco. Sin embargo, el día de los atentados tuvo que cerrar apresuradamente a las cinco de la tarde. Dentro había varios fieles rezando ante el Santísimo y un grupo de turistas que visitaban el templo, declarado Bien Cultural de Interés Local. “Vimos pasar gente corriendo y nos mandaron que cerrásemos las puertas”, comenta a Vida Nueva su párroco, Francisco Casañas.
Aunque no pudieron salir hasta las diez de la noche, vivieron esos momentos “con tranquilidad, pero preocupados por lo que estaba pasando fuera”. Repartieron agua y ya estaban pensando en ofrecer a los encerrados algo de cenar cuando les avisaron de que ya podían desalojar.
Más tiempo tardaron en salir algunos niños de la comunidad parroquial filipina que vive su fe en esta parroquia. “Estaban aquí en unas colonias y, como cortaron el transporte público, sus padres, que viven lejos, no podían venir a recogerlos. Los últimos se marcharon a las dos de la madrugada…”.
A apenas un centenar de metros de las Ramblas, en su territorio parroquial murieron varias de las víctimas y en él también, sobre el famoso mural de Miró, el terrorista dejó abandonada la mortífera furgoneta. Al día siguiente oficiaron un funeral por los fallecidos pues, al morir al lado de la parroquia, los consideran suyos.
Víctimas muy cercanas
“Hemos vivido este drama en carne propia”, asegura el sacerdote. De hecho, hay víctimas que tienen relación con algunos de sus feligreses filipinos. “Ayer estuve con una mujer amiga de la madre de Julian Cadman”, el niño australiano de siete años que resultó muerto. La madre, de origen filipino, sigue hospitalizada. “Nuestra feligresa vino a contarme su situación y a recibir consuelo”.
Enclavado en un barrio tan multicultural como el Raval, con un colectivo de musulmanes muy importante, Francisco Casañas destaca que siempre “hemos vivido muy pacíficamente con ellos”, y asegura que en estos días no ha percibido sentimiento de rechazo contra esa comunidad.