“¿Una especie en extinción? ¡Para nada!”. Con esta naturalidad se expresa el benedictino Juan Cruz cuando se le pregunta sobre la peculiaridad de la vida de los contemplativos en un mundo donde impera el ruido y la actividad. “Es verdad que hoy la vida monástica no goza de la mejor salud, pero somos una realidad tanto de nuestra Iglesia como de nuestra misma sociedad, a pesar de que se cierren monasterios, que en otros sus componentes sean de avanzada edad, o de que haya pocos candidatos a la vida contemplativa, ésta no acabará; la historia del monacato está escrita y en el transcurso de los tiempos ha pasado en diferentes épocas lo mismo; cuando uno lee la vida de la Iglesia cómo la historia del monacato, y cómo ha tenido sus momentos de dificultades, cuando ya parecía que todo estaba acabado, siempre ha surgido alguien que ha revitalizado la vida monástica y ha vuelto a florecer”.
Este religioso del Monasterio de Santa María del Paular recuerda, no obstante, que “No hay que olvidar nunca que estamos en manos de Dios, que aunque nosotros le vayamos abandonando Él no lo hace, por eso siempre habrá hombres y mujeres interpelados y entregados a la oración y el silencio, la contemplación y el trabajo, cómo dice nuestro padre San Benito ‘Ora et labora’”.
Esta pasión que Cruz muestra a la hora de expresar el ser y hacer de su vocación también contagia al proyecto que dirige en el madrileño monasterio de Santa María del Paular que ha dado un paso adelante para convertirse en un Centro de Espiritualidad Monástica. Y lo hace a través de iniciativas como el itinerario de formación escriturística y teológica “La razón de nuestra fe” que arranca el próximo mes de septiembre y con matrícula abierta.
“La idea no es nueva, es un proyecto de hace muchos años que por motivos de espacios físicos no se había podido realizar, es ahora con las nuevas instalaciones cuándo podremos ver realizados todos nuestros proyectos”, explica el director de esta iniciativa, Joaquín Cruz, que permitirá acoger a varios grupos a la vez con o sin organización propia, pero siempre con la oportunidad de compartir con los monjes “sus rezos, su silencio, su espiritualidad, y su entorno exterior privilegiado, como es el Valle del Lozoya, con su Parque Nacional del Guadarrama”.
Y es que, como justifica el monje benedictino, “no podemos olvidar que los distintos monasterios, tanto en Oriente como en Occidente, han sido los verdaderos impulsores para el mantenimiento de la fe cristiana y focos de formación cultural, durante siglos. Pudiera ser este un buen momento para revitalizar estas opciones, lógicamente, adaptándose a las nuevas circunstancias, con un claro criterio de inculturación”.
Pensar en 2017 en un lugar de retiro y de silencio como El Paular podría ser visto por las nuevas generaciones, si no como una actividad hipster, sí al menos contracultural. ¿O quizá no? “Para nada, es complementaria la búsqueda del silencio, la formación y las reuniones en equipo; sí que es verdad que donde se juntan más de uno se habla, por eso nosotros invitamos a que el silencio se haga una realidad, que se intente escuchar el silencio, es una forma de poder vivir y sentir, cuando uno siente ese silencio, agradece esa experiencia”, apunta Cruz.
Pero, ¿le asusta el invierno vocacional que se vive en los conventos españoles? “En estos momentos el monacato debe estar más que nunca esperanzado, yo por lo menos lo estoy, soy de los que piensan que después de una buena crisis viene la nueva etapa de florecimiento”, defiende el benedictino.