El Hospital San Luis se encuentra en el barrio de Ismailie, en la zona oeste de la ciudad de Alepo. En un mural colgado de la pared se lee la palabra “paz” construida con casquillos de bala recogidos en la calle. Perteneciente a la congregación de religiosas de San José de la Aparición, es uno de los pocos centros hospitalarios que aún sigue en pie en la gran urbe del norte de Siria, después de que los bombardeos terminasen el pasado mes de diciembre. Con el fin de apuntalar su sostenimiento, la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) ha donado 250.000 euros a la institución para mejorar su equipo médico.
“Trabajamos día y noche para atender a los heridos por la guerra y otros enfermos, incluso de forma gratuita”, comenta el doctor George Theodory, director médico del centro (en la foto que encabeza este reportaje, al lado del paciente, a la izquierda). Y es que la actividad del hospital no ha parado de crecer… “Actualmente –apunta– tenemos 55 pacientes y un equipo médico de un centenar de personas, pero hemos llegado a tener más del doble de ingresos por heridos de bomba”.
Sin embargo, todas estas intervenciones no han supuesto un aumento de los recursos del hospital. Como reconoce el doctor Theodory, “los ingresos económicos apenas llegan para pagar los sueldos del personal y el combustible con el que funcionan los generadores de luz, que son indispensables debido a la falta de electricidad en toda la ciudad”.
Por esta razón, la institución hospitalaria, a través de las religiosas a cargo del centro, pidió ayuda a la Iglesia local para sostener el hospital y renovar los aparatos médicos con los que continuar atendiendo a los heridos más necesitados. La ayuda de ACN irá destinada a comprar nuevos endoscopios, un litotriptor para extraer piedras del riñón y varios UPS, que garantizan alimentación eléctrica para que funcionen estos y otros aparatos médicos aunque se produzca repentinamente un apagón eléctrico en mitad de una operación.
Junto al doctor Theodory, pasa revisión de los pacientes la religiosa Anne-Marie, enfermera de profesión, que es canadiense y lleva en Alepo 18 años (en la foto que encabeza este reportaje, a la izquierda). Son seis hermanas en la comunidad que lleva este hospital. “Al principio de la guerra –cuenta–, nuestra superiora nos dio la posibilidad de salir del país, pero todas decidimos quedarnos, pues nuestra misión es estar con los enfermos y ahora es cuando más nos necesitan”.
Anne-Marie explica que el testimonio que más le ha impactado es el de Mahmud, un niño de seis años que nació sin brazos y llegó al hospital herido por una bomba que le había dejado sin piernas: “Consiguió sobrevivir, yo estaba a su cargo y salió por fin del hospital hace unos meses con una sonrisa”.
El centro tiene más de cien años de historia. Por sus pasillos y escaleras hay varios familiares que van a ver algún enfermo. “Atendemos también a personas sin recursos, y no hacemos distinciones por religión, aunque seamos un hospital católico. Diría que el 70% de nuestros pacientes son musulmanes”, ilustra el doctor Theodory.
Él es cristiano de origen griego. Al comienzo de la guerra huyó con su familia a Estados Unidos, pero más tarde él volvió de nuevo a Siria, pues no le reconocían su formación médica. “Aquí en Alepo ya era médico, así que decidí volver y trabajar junto a mis compañeros para ayudar a las personas que lo necesitan tanto en mi país”. Reconoce que en ocasiones ha sentido miedo por la guerra, “pero mi fe me ayuda a tener esperanza. Soy cristiano y siento el deber de ayudar a la gente que lo necesita sin importar las circunstancias”.
El médico entra en una habitación donde hay cuatro camas. En la primera saluda a Said Deri, un joven musulmán de 17 años que tiene cáncer de testículos. La hermana Anne Marie conversa con él en árabe, nos cuenta que es un buen paciente con el que ha hecho mucha amistad. Junto a Said está Remond Tarrap, un hombre de 50 años que tiene una enfermedad cardíaca y está en muy mal estado; “pero no tiramos la toalla con él, parece que ha mejorado un poco estos días”, afirma el doctor. Por último saludan a otro hombre aún convaleciente, Munir Ocsan, que ha venido su familia a visitarle. “Está aquí recuperándose porque su columna vertebral quedó muy dañada después de uno de los últimos bombardeos”. Munir sonríe al oír hablar al doctor.
Tanto la hermana Anne-Marie como el director médico del Hospital San Luis de Alepo agradecen la ayuda ofrecida por ACN: “Apreciamos mucho este gesto de generosidad porque sin él no podríamos atender a más pacientes y de mejor manera”. Aseguran que, de todos los ingresados, los que más agradecidos se van son los musulmanes.
“Les impresiona –recalca Anne-Marie– que nosotros, cristianos, les ayudemos con tanto cariño. Dicen que les hemos cuidado mejor que si hubiesen ido a cualquier otro hospital. Nosotros sacamos fuerzas para continuar gracias solo a Dios, es la fe la que nos mantiene. Pedimos a todos los benefactores que recen por nosotros. Y les damos las gracias de todo corazón”.