Emprendo viaje a Colombia en vísperas de la llegada del papa Francisco a Bogotá, mañana miércoles 6 de septiembre. A medida que han ido pasando los días de preparación, me he ido dando cuenta de la trascendencia de una visita que no tiene nada de rutinaria ni de convencional.
El Papa llega en un momento histórico para ese país. Lo confirma el acuerdo firmado ayer lunes día 4 en Quito (Ecuador), según el cual el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y los dirigentes de ELN (Ejército de Liberación Nacional) se comprometen a un alto el fuego bilateral que durará hasta el 12 de enero con posibilidades de renovación si los pactos se cumplen por ambas partes.
Es un “paso” más en ese camino hacia la paz y la reconciliación que Francisco desea para Colombia y que su presencia pretende consolidar o blindar.
Aunque predomine el entusiasmo por recibir al Santo Padre, algunas voces se alzan para manifestar su inquietud. Un oficial de la Curia Romana que acaba de regresar del país latinoamericano me confiesa: “Hay una cierta perplejidad ante la posible manipulación política de la visita papal, manipulación que podría ser aprovechada por ambas partes –el Gobierno y las FARC– y los católicos –incluidos algunos obispos– favorables a las tesis del expresidente Álvaro Uribe no ocultan su inquietud”.
Bergoglio es consciente de esta enmarañada madeja. No es la primera vez que se “moja” en situaciones arduas. Llega con un solo objetivo: “La paz que Colombia busca desde hace tiempo y trabaja para conseguirla”.
