Los rohingya, una minoría étnica y de creencias islámicas que viven principalmente al norte del Estado de Rakhine, que une Myanmar (antigua Birmania) con Bangladesh, están siendo, como denuncia el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), víctimas de una crisis humanitaria, con 123.600 desplazados desde el 25 de agosto. En octubre, un episodio similar llevó a otras casi 90.000 personas a huir de sus hogares.
Ese día, un grupo de rebeldes rohingya atacó decenas de enclaves del ejército y de la policía, que respondieron con una violencia inusitada (las comunidades afectadas denuncian la quema de poblados enteros y ejecuciones y violaciones en grupo), tras la orden de combatir a los “terroristas” dada por el Ejecutivo encabezado en la sombra por Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz en 1991 y que, aunque no es nominalmente presidenta (por tener sus hijos nacionalidad británica, algo que rechaza la Constitución del país), controla todos los resortes del poder y de hecho aglutina hasta cuatro de los principales ministerios.
Esta represión estatal contra una población que en gran parte vive en campamentos de refugiados ha culminado una situación de gran tensión en los dos últimos meses, en los que se han registrado constantes roces entre elementos incontrolados y fuerzas militares. Los algo más de un millón de musulmanes son una minoría en un país budista como Myanmar, en el que, por considerárseles inmigrantes bengalíes, no tienen acceso a derechos básicos como la educación, la sanidad, el trabajo o la propia nacionalidad. Los diferentes gobiernos del país siempre han justificado este apartheid por el hecho de que este grupo aprovechó los tiempos del colonialismo británico para emerger con mucha más fuerza en la región y ejercer una presión violenta contra las comunidades locales no islámicas.
La Iglesia local no permanece en silencio ante este drama humanitario. En declaraciones a Fides, el obispo Raymond Saw Po Ray, presidente de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, ha alertado de que estamos ante “un verdadero conflicto armado”, puesto que los rohingya “han formado un ejército, el Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA)”, que es el que, a modo de guerrilla, ha atacado a las fuerzas de seguridad birmanas.
Consciente de que es “urgente mostrar humanidad”, el prelado hace “un llamamiento por la humanidad a ambos lados. Debemos respetar y construir un futuro de paz y justicia basado en el respeto de los derechos humanos”.
“Recordamos –enfatiza Saw Po Ray– que, durante el período de la dictadura [la antigua Birmania fue un régimen militar entre 1962 y 2011], todas las minorías étnicas fueron marginadas y penalizadas. Ahora queremos un cambio de enfoque del Gobierno”.
Las noticias que llegan de Rakhine tampoco han dejado indiferente al papa Francisco, que precisamente viajará a Myanmar y Bangladesh del 27 de noviembre al 2 de diciembre. Así, en el ángelus dominical del pasado 27 de agosto, a los dos días de estallar el conflicto, Bergoglio quiso apoyar a las víctimas inocentes de esta población musulmana: “Han llegado tristes noticias sobre la persecución de la minoría religiosa de nuestros hermanos rohingya. Quisiera expresarles toda mi cercanía. Todos nosotros pedimos al Señor que les salve y suscite hombres y mujeres de buena voluntad en su ayuda, que les den los plenos derechos”.