El paso de Francisco por Medellín bajo el signo de la vocación y su encuentro con sacerdotes, consagrados, consagradas y seminaristas, en el Centro de eventos de La Macarena, hoy sábado 9 de septiembre, responden en la agenda del viaje apostólico al hecho de que la Iglesia local es “el centro más fuerte desde el punto de vista de estructura eclesial” en Colombia. Así la describió el cardenal Rubén Salazar en sus primeros pronunciamientos, tras el anuncio sobre cuáles serían los lugares visitados por el Papa en el país. Medellín alberga el mayor número de parroquias, sacerdotes y religiosas en Colombia y es cuna de la mayoría de los misioneros que viven su misión en otras partes del mundo.
Durante el evento, para el cual fueron traídos desde Jericó los restos de santa Laura Montoya, Francisco escuchó la historia vocacional de tres asistentes: el padre Juan Felipe Escobar, formador del seminario de la Arquidiócesis de Medellín; la hermana Leidy María de San José, carmelita descalza, y María Isabel Arboleda, madre de un presbítero antioqueño.
Una ovación estalló en el centro de eventos cuando el Papa tomó en consideración la forma local, para saludar a los antioqueños: “¡Queridos paisas!”.
Los jóvenes y la droga
Muy rápidamente la exaltación se tornó en actitud reflexiva cuando el Papa, en un paréntesis de su discurso, mencionó una derrota de la humanidad joven que ha hallado en Medellín uno de sus principales lugares de expresión: tantas vidas descartadas y destruidas por el sicariato, como consecuencia del narcotráfico.
Segunda mención explícita a este fenómeno durante el viaje papal. “No tengan miedo de alzar serenamente la voz para recordar a todos que una sociedad que se deja seducir por el espejismo del narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el infierno y siembra por doquier la corrupción y, al mismo tiempo, engorda los paraísos fiscales”, había dicho frente a los obispos colombianos en Bogotá.
Luego, recordó el mensaje de una joven con discapacidad cognitiva, Lina María, que hace dos días, a las puertas de la Nunciatura, le dijo que el núcleo de lo humano está en la vulnerabilidad.
¿La crisis de vocaciones? “Cuentos chinos”
Francisco criticó la falta de audacia eclesial que se refugia en el argumento de la debilidad o de la falta de vocaciones: “Son cuentos chinos”, dijo. “En medio de las crisis Dios sigue llamando”.
Según él, el Dios que se hizo vulnerable es también aquel que, en Jesús, invita a salir y callejear, anunciar el Evangelio en medio de las contradicciones. Otra ovación prorrumpió cuando, dando cuenta de su cercanía con la cultura local, el discurso incluyó la siguiente consideración: “No tengamos miedo, en esa tierra compleja Dios siempre ha hecho el milagro de generar buenos racimos, como las arepas al desayuno. ¡Que no falten vocaciones en ninguna comunidad, en ninguna familia de Medellín!”.
Advirtió que el clero y la vida religiosa tienen delante una serie de tentaciones: nutrirse de honores, buscar una tranquilidad, apegarse a intereses materiales y, entre otras, “la torpeza del afán de lucro”. “El diablo entra por el bolsillo”, dijo de manera enfática. “No se puede servir a Dios y al dinero (…); si te agarra el dinero no te suelta, será tu señor. ¡Cuidado!”.
Una vid para dar frutos
El mensaje del papa Francisco tuvo como centro la imagen de la vid, tomada del Evangelio según San Juan, y planteó tres temas centrales o ideas (como es usual en su catequesis): tocar la humanidad de Cristo, contemplar su divinidad y vivir en la alegría que da permanecer unido a Él.
En el marco de esta exposición, invitó a los presentes a no ser jueces, sino buenos samaritanos; a reconocer los valores del pueblo con el que hay que caminar, reconocer sus heridas y pecados; reconocer el sufrimiento callado y conmoverse ante las necesidades de la gente, “sobre todo cuando estas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia”.
Al referirse a la necesidad de contemplación, dio relevancia al encuentro con la Sagrada Escritura, especialmente el Evangelio: “¡Gastemos tiempo en una lectura orante de la Palabra! En auscultar en ella qué quiere Dios para nosotros y nuestro pueblo”. Y señaló que la oración debe servir para liberarse de la mundanidad, vivir de manera gozosa, alejarse de lo superficial y alcanzar una auténtica libertad.
“Seamos hombres y mujeres reconciliados para reconciliar”, agregó. “Haber sido llamados no nos da un certificado de buena conducta e impecabilidad; no estamos revestidos de una aureola de santidad”.
No a los consagrados “con cara de estampita”
Con la mirada fija en la audiencia, ya no en el texto, improvisó una vez más para criticar la cara de estampita de quienes se creen superiores a los demás. “Guay el religioso, el consagrado, el cura, la monja que vive con cara de estampita. Guay. Todos somos pecadores”. La esperanza, a su parecer, radica en la misericordia de Dios, que nunca deja a alguien tirado al lado del camino.
Por último, habló de la alegría, tema central de su exortación Evangelii gaudium. “Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios”, dijo, antes de concluir con un llamado a ser promesa de un nuevo inicio para Colombia, “que deja atrás diluvios de desencuentro y violencia, que quiere dar muchos frutos de justicia y paz, de encuentro y solidaridad”.
Visita al Hogar San José
Antes del encuentro con los sacerdotes y religiosos, el papa Francisco visitó en el barrio Boston el Hogar San José, obra social de la Arquidiócesis de Medellín que atiende niños y adolescentes en condición de vulnerabilidad. Allí escuchó el testimonio de Claudia, una adolescente que en su infancia perdió a sus padres como consecuencia de la violencia armada en el municipio de San Carlos, Antioquia.
“Ver sufrir a los niños hace mal al alma, porque son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se les maltrate, que se les niegue un futuro de esperanza”, dijo a los presentes. “Jesús no abandona a nadie que sufre”, enfatizó.
“¿Te dije que eres valiente?”, le dijo a la joven que le había narrado su vida. Y a los responsables de la atención en la fundación les recordó dos realidades que no pueden faltar: el amor y el deber de llevar a los niños a Jesús.
El Papa salió antes de lo previsto, acuciado por la gendarmería. En las manos de muchas personas se quedaron detalles que habían previsto entregar en el lugar a Francisco. Entre ellos, el uniforme del Atlético Nacional, equipo de fútbol local al cual se refirió en su encuentro con los jóvenes en Bogotá.
La jornada con más muestras de la espontaneidad del Papa fue también en la que más tensión se percibió en los encargados de su seguridad, que adelataron la agenda y condujeron al Papa de un lugar a otro con mayor velocidad.