En el mes de la Biblia, proponemos a nuestros lectores cultivar una espiritualidad bíblica en la vida cotidiana, como una alternativa a la constante insatisfacción con la propia manera de orar en la vida laical.
Mucho se habla sobre la necesidad de adaptarse a los cambios epocales. Cada nueva función de las aplicaciones que utilizamos para comunicarnos no sólo cambia la dinámica en que nos relacionamos con los demás, sino también nuestra percepción del tiempo, la distancia y el ritmo de trabajo. Somos conscientes de la famosa inmediatez que nos apremia y nos estresa en lo cotidiano, pero quizás no seamos conscientes de la inmediatez de Dios que, por el contrario, reconforta y alivia. O mejor dicho no sabemos cómo ser conscientes de la inmediatez de Dios. Tantas veces nos encontramos con la sensación de estar constantemente resolviendo situaciones y haciendo proyectos con el fin de lograr bienestar tanto para nosotros como para nuestros seres queridos. Pero nuestra principal y más urgida búsqueda es responder al profundo anhelo inscripto en nuestro corazón, el deseo de Dios (Cf. CEC 26) que se manifiesta como una constante llamada desde lo más íntimo de nuestro ser (Cf. 2567).
En muchas oportunidades este deseo se nos manifiesta en la profunda nostalgia de “la experiencia de oración perdida”, luego de algún momento difícil, pero de experiencia de gran cercanía con Dios, o “perdida” después de un impactante retiro espiritual, “perdida” luego de situaciones que nos han desilusionado de Dios o de la Iglesia… “perdida” de muchas maneras, pero “perdida” al fin. Justamente la desilusión puede ser causada porque Dios no nos ha concedido algo que pedimos con mucha fe. Una situación recurrente es que generalmente hemos aprendido a orar repitiendo el siguiente esquema: Señal de la Cruz, lista de pedidos, lista de agradecimientos, Padrenuestro, Avemaría, Gloria, Señal de la Cruz. (Cf. PEREZ, Marcela Inés, Maestro, ¿Dónde vives? La lectio divina como búsqueda, Sendero, Buenos Aires, 2017, p. 17). Es realmente sorprendente que esto suceda cuando la tradición católica lleva 20 siglos aportando un enorme, variado y riquísimo legado de escuelas espirituales, en las que santos y maestros nos compartieron y comparten diferentes métodos de oración en respuesta a las distintas necesidades humanas. Basta observar las propuestas de modos de oración de movimientos católicos o de los grandes esfuerzos de actualización del carisma orante de las órdenes más antiguas.
No olvidemos una gran dificultad que encontramos en la vida laical por la cual creemos que no podemos “rezar bien”; es la tortuosa y angustiante administración del tiempo que “nunca alcanza” y la imposibilidad de encontrar entre semana algún momento de quietud (y no quedarnos dormidos cuando lo encontramos). Hay semanas, meses y años que se vuelven particularmente difíciles. Además, ante la realidad de que la abrumadora mayoría de los libros de espiritualidad están escritos por personas dedicadas a la vida consagrada cometemos el error de creer que una vida de profunda oración no es compatible con la vida laical o al menos no lo es en los años más intensos de ésta.
Sin embargo, nuestra vida es laical, y nuestro ámbito es estar en el mundo consagrados a Dios por el bautismo, no caigamos en la trampa de creer que todas las interrupciones y demandas constantes de la familia y del trabajo nos «alejan» de la experiencia de Dios. A su vez, es muy frecuente que al sentir necesidad o anhelo de recuperar la experiencia de oración perdida caigamos en la intención de mantenernos firmes en el tiempo con alguna consigna voluntarista como por ejemplo: “A partir de mañana voy a leer la lectura de cada día”. Sin mencionar las listas de propósitos con que arrancamos cada primero de año… El primer paso es conectarse con el llamado constante de Dios (Cf. CEC 27). Entonces aquí la clave no sería “imponernos” cumplir con nuestros propósitos, sino pedirle al Señor la gracia de cultivar ese profundo deseo de orar. También es bueno tener esa conciencia de estar siempre iniciando el camino de crecimiento espiritual, sabiendo que todavía no hemos aprendido a orar (Cf. Aleixandre, Dolores, Los Salmos, un libro para orar, Ágape, Buenos Aires, 2015, pp. 15-16).
La lectio divina es un antiguo método de lectura orante de la Biblia basado en cuatro pasos –Lectura (¿Qué dice el texto?), Meditación (¿Qué me dice?), Oración (¿Qué digo ante esto?) y Contemplación (momento de interiorización vital) –. Podemos presentar a la lecio divina como una puerta de entrada para cultivar una espiritualidad bíblica en la vida cotidiana. La lectura orante de la Palabra de Dios presenta muchísimas y obvias ventajas que podríamos sintetizar en “abrir nuestra mente y nuestro corazón para que la Sabiduría de Dios inspire, enseñe y oriente nuestra vida”. De esta gran síntesis querríamos destacar la importancia y la gran contención espiritual que la práctica de la lectura orante puede brindar en los momentos de angustia, en aquellos momentos en los cuales nuestra repetitiva oración de súplica parece no ser escuchada. En definitiva, “¿qué otra cosa es orar sino estremecerse ante la Palabra del Señor?” (Contreras Molina, Leer la Biblia como Palabra de Dios, Verbo Divino, Navarra, 2007, p. 331), y la Palabra de Dios realmente estremece, cuando aprendemos a escucharla, cuando descubrimos que podemos oírla todos los días. En nuestras vidas de agendas completas, de justas y necesarias demandas familiares y de insuficientes horas de sueño… ¿Podemos hacer lectio divina? La respuesta es: “quizás no como nos gustaría”. No siempre podemos hacer la lectio divina transitando cada paso con serenidad y dedicación, a veces sólo hay tiempo una o dos veces a la semana. Para esto, hay gestos y hábitos que nos ayudan a permanecer en la Palabra día a día y a expresarle a Dios que queremos dejarnos guiar e interpelar por su Palabra constantemente. Aunque sea, permitir que un versículo resuene en nuestro corazón por toda una semana. Hacer el gesto concreto de abrir la Biblia aunque no tengamos el ánimo ni la concentración óptimas para hacerlo, es decirle a Dios y a nosotros mismos: “Estoy cansado, agobiado, desorientado, preocupado, pero de todas formas quiero que tu Palabra habite en mi corazón y en mi vida”.
La Biblia en la vida no es exactamente lo mismo que hacer lectio divina, pero sí puede fomentar en nosotros la intención de mantener el anhelo de cultivar una espiritualidad bíblica, con el firme propósito de dejar que la Palabra de Dios nos transforme.