Esta mañana, en su sede en Madrid, la fundación jesuita Entreculturas ha presentado su campaña Escuelas en Peligro de Extinción, con la que buscan dar la bienvenida al curso escolar llamando la atención sobre un fenómeno alarmante: de los 214 millones de menores que no van a la escuela en todo el mundo, 175 viven en países ricos en recursos naturales.
El jesuita Daniel Villanueva, director de Entreculturas, ha llamado la atención sobre este contraste: mientras los alumnos españoles vuelven estas semanas a las aulas en una situación de total normalidad, “los de miles de comunidades en todo el planeta no pueden construir su futuro”. Y es que, pese a vivir en entornos en teoría idóneos para su desarrollo por la abundancia de recursos naturales, la presión sobre estos por parte de intereses de grandes multinacionales “genera, además de la degradación del medio ambiente, la vulneración de muchos derechos” de sus habitantes ancestrales, entre ellos, el de la educación.
Además de la campaña, en el acto se ha presentado el informe Educación en tierra de conflicto. Valeria Méndez de Vigo, responsable de Estudios e Incidencia de Entreculturas, ha explicado sus líneas básicas. Entre otras cosas, se denuncia que, “de los 40 conflictos que entre 1999 y 2013 han conllevado ataques directos a la educación (destrucción de escuelas, asesinatos, agresiones o amenazas a estudiantes y a docentes), más de la mitad estaban vinculados con los recursos naturales. Los acaparamientos de tierra para proyectos extractivos, agrarios, madereros o hidroeléctricos, también amenazan la educación”. Poniendo un ejemplo, en Kenia, “30.000 escuelas públicas están en riesgo de desaparecer por esta causa”.
Con el fin de concretar la denuncia, se ha puesto el foco en la región congoleña de Masai, una de las más ricas en recursos naturales y, al mismo tiempo, una de las más devastadas por todo tipo de conflictos. De hecho, en toda la República Democrática del Congo, donde existen hasta 70 grupos armados, desde 2013 se han destruido al menos 500 escuelas y más de 200.000 niños, niñas y adolescentes se han visto afectados, teniendo muchos que huir de sus hogares. Solo en Masai hay 15 campos de refugiados.
Elisa Orbañanos, directora de Proyectos del SJR en la región de Grandes Lagos, lamenta cómo la fertilidad de la zona, muy rica en todo tipo de minerales, es precisamente “su perdición”. Así, grandes compañías mineras se han asentado en la zona y se valen de la desestabilización de la región para, aprovechando “el menor control de la extracción y del tráfico de los recursos”, generar muchos más beneficios. En este sentido, lanza una pregunta al aire: “¿De dónde salieron las armas de los 70 grupos rebeldes, quién los financia?”.
De hecho, la situación ha empeorado mucho en el último año, con el conflicto entre Kabila y las fuerzas opositoras como mar de fondo… Pero siendo la población local la víctima principal de esta situación: así, si en junio de 2016 había 1,8 millones de desplazados internos por la guerra, hoy hay 3,8 millones, siendo el país el primero del mundo en este triste ranking.
El último testimonio ha sido el de Hombeline Bahati, miembro del SJR en Masisi y quien, como muchas de las personas a las que atiende, ha pasado gran parte de su vida en campos de desplazados. El eje de su actividad en ocho de los campamentos en los que el SJR, con el apoyo de Entreculturas, está presente, se centra en las mujeres y niñas. Esta prioridad se debe a varios factores: “En primer lugar, la costumbre hace que muchas familias den prioridad a los niños frentes a las niñas porque estas, una vez que se casen, se da por hecho que ya pertenecerán a la familia de su marido. De ahí que no se busque invertir en ellas… Otra razón que muchas de las mujeres sufren explotación sexual por parte de los mineros extranjeros de la zona o corren el riesgo de ser violadas cuando se adentran en el bosque. También está el que muchas de las niñas son casadas o embarazadas muy pronto… La mayoría de las mujeres con las que trabajo tienen dos o tres hijos con solo 14 o 15 años”.
Por todo ello, la labor de Hombeline y su equipo se dirige a ofrecer a esas niñas apoyo escolar, ayudando en la reconstrucción de escuelas destruidas por los conflictos o pagando parte de los sueldos de los profesores y becando a los alumnos. Con las mujeres se busca fomentar una Formación Profesional de calidad y útil para sus comunidades, habiendo talleres de panadería, costura o peluquería. Así, además de garantizar que tendrán recursos propios que hagan que puedan trabajar en los campamentos y no deban pasar por los bosques, huyendo así de la prostitución y los abusos, se consigue que “las mujeres, en cuanto que la columna vertebral de todas las familias, al estar empoderadas, empoderan al mismo tiempo a los suyos”.
En conversación con Vida Nueva, Hombeline destaca que para ella el gran premio es cuando “esas mujeres nos dan las gracias y, sonrientes, nos dicen que su vida ha cambiado”. Aunque solo hayan recibido un breve proceso de alfabetización, “al poder escribir su nombre, saben que su futuro ya es más seguro y han ganado en autonomía”. Esta joven congoleña, que pasó por muchos campos (siempre apoyada por maristas españoles, que becaron sus estudios) y tuvo que trabajar durante 10 años para pagarse una formación universitaria y trabajar hoy donde lo hace, tiene un lema como eje existencial: “Invertir en educación es invertir en vida”.