Algunos piensan que la teología ha de ocuparse “solo” de temas “espirituales”; “de las realidades divinas”, sin ninguna referencia a la vida, al dolor, al amor, a las luchas, a las transformaciones. No es así. La teología ha de encargarse de la realidad y no puede menos que ocuparse de la vida concreta, esa donde Dios se revela, allí desde donde nos habla y nos pide una respuesta generosa.
La teología feminista ha incursionado en la realidad que viven las mujeres. Muchos aspectos se han asumido, pero en el contexto colombiano hay uno muy doloroso que no puede pasar de largo: los más de cincuenta años de violencia que hemos vivido en el conflicto armado de nuestro país han afectado a las mujeres en aquello que debía ser sagrado: su cuerpo, su dignidad.
“En el pueblo donde yo vivía les teníamos terror, porque no respetaban ninguna mujer. Para ellos todas éramos violables. Río adentro de nuestra casa vivía una muchacha que la conocíamos como Lola. Los hombres armados llegaban a su casa y delante de su hija adolescente y de su madre anciana la maltrataban física y psicológicamente para que entregara información, y luego la violaban. A esta mujer le destrozaron su cuerpo”.
El cuerpo es el escenario donde acontece una de las violencias con mayor impacto en la vida de la mujer: la violación sexual, de la cual dan cuenta los relatos que conocí al compartir con un grupo de mujeres víctimas de violación sexual y desplazamiento forzado en la localidad de Ciudad Bolívar. Estas mujeres no sólo experimentaban su cuerpo roto, sino también su alma muerta, porque, tal como lo afirma Melba Arias, la violación sexual es “la máxima agresión que se le hace a una mujer, así como la peor forma de destrucción ejecutada sobre su dignidad e integridad corporal. El agresor, además de aprehender su cuerpo, le destruye los sentimientos valorativos de sí misma (…), exponiéndola a la vergüenza más absoluta, generando traumas que se acompañan de sentimientos de degradación, culpabilidad y pena. Es allí donde se genera el mayor conflicto de la violación, que afecta no sólo a la víctima, sino a su entorno familiar y social”.
Es claro que la violencia sexual no surge solo del conflicto armado; es un elemento fijo en la vida de las mujeres que empeora y degenera con la guerra interna que ha vivido el país. Por lo anterior, en el contexto de la implementación de los acuerdos de paz que vive Colombia es urgente que se atienda a esta realidad. Yo me pregunto: ¿qué decir sobre esta realidad a partir de una mirada que quiere descubrir a Dios en la experiencia desgarrada que enfrentan las mujeres? Es importante hablar de la violación sexual porque es un crimen que padecen millones de mujeres en el mundo entero y Colombia no se queda atrás. Necesitamos comenzar a hablar más fuertemente sobre estos temas, porque la violencia sexual es un tema instalado en todos nuestros ambientes, no es algo que le sucede a otras, sino que está presente en nuestra historia contemporánea.
La mujer, en cuanto objeto, sigue siendo capturada, violada, torturada, asesinada. Hacer memoria de estos hechos es confesar su realidad presente. Es una historia de dolor porque sigue siendo recurrente. Por eso estamos llamadas a tomar una decisión y a actuar para que nunca más la violencia sexual siga llenando de horror nuestra historia y la coyuntura que vive el país; y para que el acompañamiento a estas víctimas sea integral y como sociedad nos volquemos hacia uno de los mandamientos bíblicos más importantes para el mundo cristiano: conviértete.
Susana Becerra Melo
Asociación Colombiana de Teólogas