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Opinión // ¿Paz sin tocar las causas estructurales de la guerra?





Soy un decidido partidario de la paz, un convencido de que sin ella Colombia nunca podrá avanzar hacia un auténtico progreso. Sin reconciliación y perdón no puede haber paz. Es mejor que soldados y guerrilleros cultiven los campos y llenen colegios y universidades y no que se maten como enemigos sin serlo y maten a quienes no tienen responsabilidad en las causas del conflicto.

Pero esta convicción conlleva una exigencia fundamental: que todos los colombianos y colombianas logremos un desarme físico, espiritual, político; un desarme de los medios de comunicación, de las religiones; un desarme empresarial, verbal.

Toda estructura que no es justa engendra violencia. La realidad colombiana llegó a ser el resultado de esta convergencia de estructuras injustas que generaron un sistema igualmente injusto y opresor, que desde doscientos años atrás nos ha llevado al conflicto permanente, con todas sus secuelas de muerte, odios, desplazamientos, cordones de miseria, desaparecidos…

Es imposible que haya paz si las estructuras que generaron la guerra siguen siendo las mismas, organizadas de la misma manera y en favor de los mismos. Mientras las estructuras no estén al servicio de los seres humanos, sino en función de destinos que ignoran a la gente, continuaremos viviendo en guerra permanente; y las muertes serán por dinero, poder, agua, aire, tierra, vivienda, colores políticos, deportivos; pero, sobre todo, por hambre.

Dando una mirada a las estructuras que actualmente componen la realidad colombiana encontramos fácilmente las causas de nuestras guerras:

ESTRUCTURA SOCIAL: La división en clase alta, media y baja está colocando a unas personas sobre las demás. Una causa grave de conflictos que haya quien se crea superior. El racismo, la discriminación de los pobres, sencillos, humildes y campesinos, de las mujeres, de los discapacitados, de los ignorantes, de los sin oportunidades, esto y mucho más, hace que nos veamos como enemigos y no como hermanos de la misma raza humana.

ESTRUCTURA ECONÓMICA: Dios nos creó para que seamos hermanos, pero el ser humano degeneró su identidad, convirtiéndose en avaro. La dinámica de su vida es una guerra a muerte por  acaparar, sin importar que muchas personas quedan rezagadas en la competencia. Al proclamar el dinero como el ídolo al que hay que adorar se convirtió éste en el más sanguinario de los dioses. El 80% de la riqueza en Colombia está en manos del 5% de la población. Nuestro país es uno de los más injustos y desiguales. El mundo regido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) solo será el escenario donde la danza de la muerte se ensañará con las poblaciones de los excluidos del sistema. Se hará realidad aquello de que el Norte robó al Sur, el Sur invadirá el Norte y el Norte masacrará el Sur y muy pocos quedarán para reconstruir la humanidad. Mientras estas diferencias persistan, la paz seguirá siendo esquiva también para nosotros.

ESTRUCTURA POLÍTICA: Si la política es la organización de la población para construir entre todos el bien común y todos tenemos reconocimiento de nuestros derechos para llevar una vida digna, tenemos lo necesario, gozamos de los bienes de la creación, disfrutamos del descanso y la recreación, fundamos auténticas familias. Solo así es bienvenida la política y ésta engendra la paz.

Pero cuando la política no es política sino politiquería, corrupción hasta los más altos índices, lucha violenta por el poder, asesinato de quien piensa distinto, favorecimiento injusto de los familiares o de los copartidarios, persecución permanente de quienes reclaman sus justos derechos, robo del erario, es, entonces, cuando la política se transforma en uno de los principales factores de violencia. De esta manera nunca llegará la paz.

ESTRUCTURA JURÍDICA: La imagen del jovencito preso y esposado por robarse un racimo de plátanos frente al robo de Reficar de más de 4.500 millones de dólares sin que haya presos hace que el pueblo colombiano haya perdido totalmente la credibilidad en el poder judicial. Mientras los jueces tengan que aplicar leyes emanadas de un congreso corrupto y degenerado donde, con escasas excepciones, la mayoría no son sino politiqueros que compraron sus puestos comprando conciencias, y donde no se aprueban sino las leyes que convienen a sus intereses particulares o partidistas, la justicia seguirá siendo el hazme reír del pueblo y un ente manejado y manipulado por quienes detentan el poder. Mientras la justicia no sea justa con el pueblo colombiano el horizonte de la patria es el oscuro panorama de la guerra.

ESTRUCTURA RELIGIOSA: En la vivencia de la religión cometimos una gran equivocación: creer que el proyecto de Jesús en el Evangelio era para asegurar la otra vida y no para aplicarlo a esta. Fue entonces cuando acorralamos la religión en ritos, costumbres, rezos, devociones, santuarios, novenas y otras muchas expresiones y entre tanto se construyeron la política, la economía, la sociedad, la cultura, las leyes, y demás, sin valores, sin moral, sin Evangelio. Resultado: lo que hoy tenemos en nuestro país, muchas religiones, cultos, ritos, celebraciones, navidades, semanas santas, y poca o nada de justicia social, de respeto por los derechos humanos, de defensa de los pobres y humildes, del pan para todos. Así la misma religión se convierte en una contradicción; reza y va a misa el autor de la Ley 100, que diariamente asesina a los pobres en las puertas de los hospitales; se dan bendiciones a las armas represivas y a las subversivas, a los bancos, a las estructuras de poder y de guerra; se acepta como normal la existencia de clero militar y tantas otras contradicciones. Y ahora que Dios y la historia nos regalan a un Papa que nos hace volver a las raíces del cristianismo, a la defensa de los pobres y oprimidos, a que la Iglesia renuncie al poder y a la riqueza, se levantan voces que lo atacan porque, por fin, alguien habla desde el papado de justicia social, de Derechos Humanos, de disfrutar de la naturaleza y de un ambiente sano, de que la Tierra es la casa común, de la obligación de cuidarla. Sienten tocados sus intereses personales. Por eso algunos no quieren que volvamos a las raíces: la persona de Jesucristo como Dios, el Evangelio como proyecto de vida y las comunidades de vida fraterna como vivencia en la historia del proyecto de Jesús. Quieren que la Iglesia vuelva al pasado: la Iglesia del poder,  armada y conquistadora, de liturgia en latín y de espaldas al pueblo; la Iglesia de la Inquisición; la Iglesia que no se compromete con la transformación de la realidad, es decir, la Iglesia construcción humana, no la que Jesucristo quería.

Mientras no se organicen las estructuras de otra manera, al servicio del bien común, de la vida digna de toda la persona y de todas las personas, así se depongan las armas, la paz no llegará. He ahí el trabajo de la Nueva Evangelización: cristianos y cristianas construyendo una Colombia en paz, desde la perspectiva del Reino de Dios: vida, verdad, justicia, amor y paz.

Benjamín Pelayo
Presbítero

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