Yuri Buenaventura embrujó la noche del 20 de septiembre en la fiesta por el sesquicentenario de la Universidad Nacional. El hijo de don Manuel Bedoya abrió su presentación en la Plaza Che haciendo memoria de Patrice Lumumba, líder congoleño que dio nombre en su tierra natal a la escuela de formación creada por monseñor Gerardo Valencia Cano.
La suya es música protesta a ritmo de salsa, que reivindica el apego del hombre del Pacífico a su querencia y denuncia la violencia del poder que somete al campesino. Urabá le arrancó un canto sobre la explotación que sufre el obrero de las bananeras. “La piel no reclama venganza”. Paradoja de un país que no quiere más dolor. Yuri lo sabe: le puso melodía a la carta de amor de un secuestrado y la ofreció a su público, conmovido. No estoy contigo reinterpreta desde el arte la ausencia y aporta consuelo a la perplejidad.
Silencio. Golpe de conga, timbal y bongó. En el momento justo para digerir el sentimiento y recuperar la esperanza que regala la salsa hecha en conexión con la historia del pueblo y sus ansias. “Somos herencia africana, orgullo tengo en mi raza”, cantó la orquesta.
La denuncia dio paso al gozo, a la celebración de la vida. El cantante reveló el origen de una de sus últimas canciones de la noche. El guerrero nació de la contemplación del paisaje, durante un viaje en avión (las formas de las nubes y un rayo de sol, iluminando el escenario natural de las evocaciones). “Estas lagrimas son la risa del mañana que me espera […] nada comparado con un pueblo que desde sus entrañas se libera”, reza la letra. Liberación de todo aquello que produce el derramamiento de sangre y reproduce el desequilibrio.
Ante un público conformado mayoritariamente por estudiantes, después de honrar la memoria de Jaime Garzón, cuyo rostro decora a modo de stencil la fachada del auditorio León de Greiff, el sonero cantó a todo pulmón durante su despedida: “estudien, muchachos, hay que construir país”.