Cada viernes, ‘Vida Nueva’ te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
Como ya ocurriera en su predecesora, Kingsman: El servicio secreto (2015), el británico Matthew Vaughn vuelve a rodearse de un magnífico reparto, con secundarios de lujo como Halle Berry o Jeff Bridges, para seguir rastreando en la serie de cómics The Secret Service sobre espías, agentes secretos y malvados delincuentes.
En esta ocasión, el ataque de una sociedad secreta liderada por la supervillana Poppy (Julianne Moore) obliga a Eggsy (Taron Egerton) y al resto de supervivientes de los Kingsman a buscar ayuda en los Statesman, sus equivalentes estadounidenses.
Otra vez la acción sin freno, la violencia gamberra, el humor negro y unos espectaculares efectos especiales son los principales reclamos para el gran público. Eso y el “resucitado” Colin Firth.
Homenaje (¿o parodia?) a las películas de James Bond, esta nueva entrega recicla elementos que en su momento funcionaron, pero que ahora dejan tras de sí la sensación de que la fórmula ya está agotada.
Barry Seal, un piloto comercial de la TWA, acaba trabajando simultáneamente para la CIA y para el Cártel de Medellín, haciendo escalas en la Panamá de Noriega y entregando armas a la Contra nicaragüense, hasta convertirse en El traficante que da título a esta cinta.
La historia transcurre entre 1978 y 1986, años todavía propicios para antihéroes capaces de hacerse multimillonarios aprovechando los temores y fantasmas de una época incierta. Solo así se puede entender la improbable trayectoria de un hombre que llegaría a ser perseguido por el FBI, la DEA, la policía estatal o ilustres narcos como Pablo Escobar.
La dirección de Doug Liman, la fotografía de César Charlone y una ambientación muy de los 80 se ponen al servicio de este pícaro contemporáneo, con el que un Tom Cruise en plena forma se luce entre imágenes y declaraciones reales de archivo.
Una vida de película y un actor a la medida del personaje constituyen la mejor garantía de entretenimiento.
En un lujoso hotel de la costa alemana, un cartujo (Toni Servillo) asiste como invitado del presidente del FMI (Daniel Auteuil) a una cumbre del G-8 donde todo apunta que se van a tomar medidas ciertamente gravosas para las poblaciones más vulnerables. Allí, el religioso será testigo de un inesperado suceso y depositario de Las confesiones de los participantes en la cita.
Entre peligrosas confidencias y dudosas resoluciones, el italiano Roberto Andò –que ya proclamó por boca del propio Servillo: Viva la libertad (2013)– da forma a un thriller con vocación de denuncia, una sátira sociopolítica que se adentra en la recámara donde se adoptan las decisiones trascendentales que mueven hoy nuestro mundo.
Flota en el ambiente cierta inclinación a la solemnidad en cada sentencia de su pareja protagonista y un maniqueísmo facilón en la construcción de personajes tan extremos. Escollos disculpables gracias a las cuidadas y deslumbrantes imágenes y a un duelo interpretativo de altura.