Es el corazón de Oriente Medio. La casa de las tres grandes religiones monoteístas. Jerusalén, segura y santa, es ese lugar dónde volver a escuchar ‘ven y sígueme’.
No es de extrañar que casi 50.000 españoles la visitaran el pasado año y contribuyeran a aumentar el número de visitas de la capital de un país que cada año recibe a tres millones de personas para peregrinar al hogar de Jesús o para empaparse de la historia del cristianismo, el judaísmo y el islam en unas vacaciones sagradas.
Menos de un millón de personas habitan la declarada capital de Israel hace casi 70 años. Sus calles nunca están vacías. “Y eso que estamos en temporada baja”, apunta el guía de mi visita este mismo mes de septiembre. Pero da igual, la gente quiere seguir empapándose de esta santa tierra.
Pese a que el 75% de los israelíes se declaran judíos, el cristianismo sigue estando muy vivo, gracias, entre otros, a las diversas congregaciones que tienen presencia en el país, a la Custodia de Tierra Santa y al Patriarcado Latino.
Caminamos por la ciudad vieja de Jerusalén. Unos niños judíos juegan con una botella de Coca-Cola ante nosotros. Cámara en mano, fotografiamos el momento. “No ‘pictures’”, dice molesto uno de los menores mientras toca su kipá. Entramos por una de las puertas de la ciudad vieja camino al Cenáculo. Teletransporte a tiempo real hasta La Última Cena.
Regreso a La Última Cena
Varios grupos de peregrinos. Diferentes culturas pero una misma religión. Biblia en mano, con su mente 2.000 años atrás. Dos mujeres venezolanas rezan el Santo Rosario. Con los ojos cerrados y sus mejillas empapadas. Simplemente impresiona a quien lo ve.
Bajo nuestros pies se encuentra la tumba del rey David. Es por ello que la custodia la tiene el Ministerio de Turismo de Israel y no los cristianos o judíos: “Es para evitar problemas entre las religiones”, me dice una voz a mi lado.
Continúa nuestro recorrido por la ciudad vieja camino del Muro de las lamentaciones. Imposible olvidar la imagen reciente del papa Francisco rezando junto al muro, en mayo de 2014.
Durante el viaje, uno de los guías me pregunta por mi nombre: “¿Eres judío?”. Luego la pregunta es Barcelona. La noche anterior, la Sagrada Familia es desalojada por una falsa alerta terrorista. Sorprendido, respondo: “¿Lo dices por la independencia o por los ataques terroristas?”. Lo segundo.
Les causa sorpresa que el autodenominado Estado Islámico haya puesto el foco en nuestro país y que jóvenes nacidos en España perpetren los atentados. En Israel, sin embargo, solo cinco personas con pasaporte del país se han unido al Estado Islámico, según me comenta el guía.
Rezar junto al Muro de las lamentaciones
Impacta la vista desde las alturas de la plaza donde está el Muro. A la derecha, las mujeres rezan ante él. A la izquierda, el lado de los hombres. Otro muro que separa. Judíos ultraortodoxos cantan con los niños en un corro cerca del Muro. Junto a él, silencio.
Muchos jóvenes militares, chicos y chicas de entre 18 y 21 años –el servicio militar es obligatorio a esas edades-, caminan hacia el Muro. Es parada obligada durante su servicio.
Tras el también llamado Muro Occidental, la explanada de las mezquitas. Solo se puede acceder si eres musulmán, excepto a horas determinadas algunos días de la semana y solo por una entrada. En las nueve puertas, la policía israelí controla que no se cuelen los turistas para evitar problemas. De hecho, un grupo de mujeres musulmanas se sitúa cerca, al acecho.
Delante de nosotros, una turista intenta entrar. Es parada por la policía, que le pide la documentación, puesto que los pasaportes de países musulmanes incluyen tu religión. Acceso denegado.
En una intersección, un grupo de niños musulmanes juega a la pelota. A lo lejos, unos menores judíos vienen hacía el mismo lugar. Se miran, y siguen su camino alejándose del barrio musulmán.
Casi estamos llegando a Vía Dolorosa. Más de kilómetro y medio de paseo. Desde el barrio musulmán hasta el Santo Sepulcro. Cambiamos de barrio paseando por el lugar donde Jesús iba con la cruz a cuestas. Nueve estaciones. Nueve capillas. Nueve encuentros descritos en los Evangelios.
Llegamos a la Iglesia del Santo Sepulcro. No cabe un alma. Momento de recogimiento. Una joven coreana reza tocando la losa de piedra donde fue ungido el cuerpo de Jesús antes de ser sepultado. Cinco estaciones más. Y la luz llena el Sepulcro, donde rezan laicos y consagrados de medio mundo.
Fuera de los muros de Jerusalén, emprendemos camino hacia el Mar Muerto. 800 metros menos de altitud. Es el punto más bajo del mundo, a 422 metros por debajo del nivel del mar. Allí, Vida Nueva también se moja.