El sacerdote fue asesinado en 1981 en medio de la guerra civil guatemalteca
El pasado fin de semana fue beatificado Stanley Rother, un sacerdote estadounidense asesinado en Guatemala hace 36 años.
El misionero llegó al país centroamericano en 1968 y desarrolló su labor pastoral en Santiago Atitlán, un municipio del departamento de Sololá, habitado mayoritariamente por indígenas tz’utijiles.
En busca de condiciones dignas para la población, promovió la creación de una clínica y de una cooperativa de campesinos; fundó una emisora y organizó programas nutricionales y de alfabetización, para hacer frente al abandono institucional.
Con la agudización del conflicto armado interno, fue testigo de la violencia por parte de agentes del Estado contra la gente de la región. Presenció el secuestro de uno de sus principales colaboradores en la comunidad cristiana que animaba. Se empeñó en la búsqueda de los desaparecidos, en atención a la situación de las viudas y huérfanos.
En tiempos de Guerra Fría, su estilo pastoral fue tildado de subversivo y su nombre fue puesto en la lista de quienes debían ser eliminados, como todo aquello que oliera a comunismo.
“La realidad es que estamos en peligro, pero no sabemos cuándo o de qué manera el Gobierno usará sus fuerzas para reprimir a la Iglesia”, escribió en la Navidad de 1980 a los católicos de Oklahoma, su tierra natal. Si bien un mes después se vio obligado a salir de Guatemala, como consecuencia de amenazas recibidas, volvió en abril siguiente para celebrar junto a los tz’utijiles la Semana Santa, consciente del riesgo que corría. “El pastor no se puede correr a la primera señal de peligro”, había escrito en la carta ya citada.
El 28 de julio de 1981, a la 1:30 am, tres hombres encapuchados irrumpieron en la casa cural y le quitaron la vida a balazos.