¿Qué son los rohinyás?
Los rohinyás o rohingyas son un grupo étnico musulmán originario de Bangladesh que viven en el norte del Estado de Rakáin o Rakhine (antiguamente Arakán), al oeste de Birmania (actual Myanmar).
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre en qué momento llegaron a Arakán (¿siglo VIII?, ¿siglo XV?), aunque sí hay un cierto consenso en que proceden de comerciantes árabes que se establecieron en la zona. Y lo que es seguro es que, después de que Birmania se convirtiera en colonia del Reino Unido en el siglo XIX, los británicos favorecieron esa migración de bengalíes a Arakán para trabajar en el campo.
Según ACNUR, los rohinyás son una de las comunidades más “excluidas, perseguidas y vulnerables del mundo”. Considerados “inmigrantes ilegales de Bangladesh” por parte del Gobierno, en 1982 la junta militar de Ne Win les retiró varios derechos, y hoy siguen si poder circular libremente, ni acceder a una educación superior ni a la asistencia sanitaria, se les ha negado la ciudadanía birmana y poco a poco han ido perdiendo tierra cultivable, confiscada por los militares para dársela a los budistas (población mayoritaria) de otras zonas de Birmania.
¿Los rohinyás son terroristas musulmanes?
En el contexto de la II Guerra Mundial, y a medida que aumentaba la presencia de inmigrantes musulmanes bengalíes en Birmania, estos iniciaron la yihad contra los nativos budistas, con el objetivo de formar un estado islámico en el norte de Birmania.
Antes de que Birmania consiguiera la independencia del Reino Unido (1948), musulmanes rohinyás organizaron un movimiento separatista para fusionar la región con Pakistán Oriental (futuro Bangladesh). La propuesta no llegó a materializarse, y algunos ancianos rohinyás que apoyaban movimientos yihadistas fundaron el partido Mujahid en el norte de Arakán, con la finalidad de crear un estado musulmán autónomo en Arakan.
Los musulmanes en Arakan han pasado de ser el 1% de la población en 1802 al 40% (o 60%, según algunas fuentes) en el 2014. Esto ha conducido a la formación de grupos terroristas musulmanes, como el Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan (ARSA).
¿Qué son los disturbios en el estado de Rakáin de 2012?
En mayo de 2012, supuestamente tres hombres rohinyás violaron y asesinaron a una joven budista en el estado de Rakáin, y aunque los acusados fueron detenidos rápidamente, budistas extremistas respondieron atacando un autobús donde viajaban diez líderes musulmanes, a los que apalearon hasta la muerte.
Al parecer, este sería el detonante de una serie de ataques cruzados entre los musulmanes rohinyás y budistas extremistas, principalmente el Movimiento 969, liderado por Ashin Wirathu, monje budista, líder espiritual y nacionalista exaltado. Con la intención de evitar la expansión de los musulmanes, el Movimiento 969 ha boicoteado sus tiendas y propiedades, y llegó a proponer una ley que prohibiera los matrimonios entre personas de diferente religión, alegando que cuando los musulmanes se casan con mujeres budistas las obligan a convertirse al islam.
Estos budistas consideran que los rohinyás no son birmanos y les acusan de ser ellos los que hacen imposible la convivencia.
El Gobierno de Birmania contestó imponiendo toques de queda y desplegando tropas en la región. En junio de ese año, se declaró el estado de emergencia en Rakáin, y a finales de agosto se contabilizaban decenas de muertos y miles de desplazados.
¿Qué es el gueto de Aung Mingalar?
El Gobierno de Myanmar secundó la política antimusulmana y en 2012 recluyó a miles personas en el gueto de Aung Mingalar: un pequeño espacio en la ciudad de Sittwe y otros campos de desplazados internos en Rakáin, donde los rohinyás viven en situación de apartheid en condiciones infrahumanas y donde nadie pueda entrar o salir sin el permiso de las autoridades.
¿Por qué se vuelve a hablar ahora de los rohinyás?
Amnistía Internacional y otros grupos de derechos humanos sostienen que los rohinyás han sido perseguidos por las dictaduras militares desde 1978, sometidos a una discriminación sistemática.
Los enfrentamientos más graves entre los budistas y los musulmanes volvieron a estallar en octubre de 2016: el ataque a varios puestos de control fronterizos entre Birmania y Bangladesh por parte de los musulmanes fue respondido con una ofensiva militar que provocó 90.000 desplazamientos y que aún persiste.
El pasado agosto, el ARSA atacó nuevamente varios puestos de seguridad, causando más de 100 muertos, lo que llevó al Gobierno birmano a lanzar “operaciones de limpieza”, incendios de aldeas y represión contra los rohinyás.
En las últimas semanas, el recrudecimiento de la violencia ha obligado a más de 18.000 rohinyás a huir a Bangladesh, denuncian el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
¿Qué dice la comunidad internacional?
En 2016, respondiendo a las presiones internacionales, el Gobierno de Birmania concedió crear una comisión asesora al frente de la cual está el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.
En su último informe, la comisión aseguraba que “hay una gran tensión y el riesgo es cada vez más grave”. Y recomendaba al Gobierno que revise la legislación sobre el derecho a la ciudadanía, conceda libertad de movimiento a los rohinyás musulmanes e invierta en el desarrollo socioeconómico del estado de Rakáin.
El pasado febrero, Yanghee Lee, la relatora especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos en Birmania, manifestó su preocupación por las atrocidades cometidas contra los rohinyás y por la negativa del gobierno birmano a denunciar la violencia y la discriminación contra esa minoría. “Estos ataques tuvieron lugar en el contexto de décadas de discriminación sistemática e institucionalizada contra la población rohinyá”, declaró.
Las fuerzas militares y policiales han sido acusadas de “crímenes contra la humanidad”, incluyendo ejecuciones extrajudiciales, violaciones en grupo, torturas, desapariciones, incendios premeditados e infanticidios. El gobierno niega las acusaciones, asegura que los aldeanos han quemado sus propias casas para que actores internaciones les consigan viviendas mejores y que todo es una campaña de propaganda de los rohinyás para difamar a los servicios de seguridad del país.
¿Se está produciendo una “limpieza étnica”?
Esas son las palabras utilizadas hace unos días por el propio el secretario general de la ONU, António Guterres, quien ha pedido la suspensión de las acciones militares.
También Amnistía Internacional ha afirmado que las pruebas de la limpieza étnica cometida por el ejército son “irrefutables”: 467.000 rohinyás huidos a Bangladesh (a la vez que el país vecino limita la entrada de refugiados), más de 80 incendios en aldeas rohinyás en Rakáin, tiroteos a civiles… “En términos legales, se trata de crímenes de lesa humanidad: ataques sistemáticos y expulsión forzada de civiles”, denuncia la organización en su último informe.
¿Qué pasa con Aung San Suu Kyi?
En noviembre 2015 se celebraron por primera vez elecciones democráticas en Myanmar, y obtuvo una victoria aplastante la Liga Nacional para la Democracia, liderada por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, si bien los militares no le han cedido el poder por completo.
Ya cuando era líder de la oposición, se la acusó de no defender al millón de rohinyás discriminados en Birmania. En sus primeras declaraciones sobre el conflicto, Suu Kyi se puso del lado del ejército y habló de un “iceberg de desinformación” provocado por los “terroristas” (los rohinyás) para dividir al país.
El pasado 19 de septiembre, por fin la mandataria rompió su silencio y aseguró que el Gobierno no está eludiendo sus responsabilidades: “Condenamos todas las violaciones de los derechos humanos (…) Nos comprometemos al imperio de la ley y el orden”.
Suu Kyi manifestaba también su preocupación por el éxodo de cientos de miles de personas de Rakáin: “Sentimos profundamente el sufrimiento de todos los que se han visto afectados por el conflicto”, señaló, aunque matizó que no solo están huyendo los musulmanes, sino también budistas y miembros de otras minorías.
¿Qué dice la Iglesia?
El papa Francisco viajará a Myanmar y Bangladesh el próximo 27 de noviembre. En el ángelus del pasado 27 de agosto, se puso de parte de los rohinyás: “Han llegado tristes noticias sobre la persecución de la minoría religiosa de nuestros hermanos rohinyás. Quisiera expresarles toda mi cercanía. Todos nosotros pedimos al Señor que les salve y suscite hombres y mujeres de buena voluntad en su ayuda, que les den los plenos derechos”.
“Las observaciones del Papa sobre los rohinyás podrían enfadar a los nacionalistas, que sostienen que no son birmanos sino bengalíes y que no tienen derecho a vivir en el país”, advertía ayer lunes 25 de septiembre Charles Maung Bo, arzobispo de Rangún y primer cardenal de Myanmar, a dos meses de la visita papal. En declaraciones a Fides, el cardenal Bo desea que dicho viaje sea “una contribución a la paz y a la armonía”. Pero admite que el líder budista extremista Ashin Wirathu se ha puesto a la cabeza de los radicales que denuncian el viaje por ser “instigado políticamente”.
Para evitar tensiones, la Iglesia de Myanmar ha sugerido al Papa que “no utilice el término rohinyá”, y que, en su lugar, hable de “los derechos humanos de los musulmanes que sufren en el estado de Rakáin, de la necesidad de una solución duradera y no violenta y de la urgencia de una cooperación regional”, explica el purpurado.
Bo también se refiere a la posición de Aung San Suu Kyi: “Necesita pleno apoyo. Ha sido atacada por los medios sin piedad. Está profundamente desilusionada con la prensa occidental. Tiene una fuerte personalidad. (…) Sus éxitos han sido muchos, pero se están diluyendo con los acontecimientos recientes. Ella ha sacrificado toda su vida por hacer resurgir el país de sus ruinas, después de 60 años de gobierno de una junta militar. Es histórico. En sus frágiles manos sostiene los sueños de millones de personas en este país”.
Hace unas semanas, Raymond Saw Po Ray, obispo de Mawlamyine y presidente de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal de Myanmar, aseguró que “estamos ante un verdadero conflicto armado” y hacía un llamamiento a todas las partes: “Debemos respetar y construir un futuro de paz y justicia basado en el respeto de los derechos humanos”.
Por su parte, el cardenal bengalí Patrick D’Rozario, arzobispo de Dacca y primer purpurado de la historia de Bangladesh, ha asegurado que “el llanto de los musulmanes rohinyás es el llanto de la humanidad” y ha pedido que “la caridad sea la primera y principal preocupación” para resolver la situación actual.
En un mensaje publicado por AsiaNews hace unos días, D’Rozario aseguraba que la iglesia católica de Bangladesh está esperando el permiso para poder llevar ayuda a los refugiados a través de Cáritas y “ofrecer a todos nuestro hermanos y hermanas en la necesidad una amistad de amor y compasión”.
“Bangladesh está haciendo lo que puede; para escapar de la pobreza, está compartiendo su riqueza de valores humanos, el tesoro de nuestra cultura”, insistía. “El amor de Bangladesh debería alentar a Myanmar a abrir las fronteras, su conciencia y su corazón para recibir a sus propios hermanos que vuelven a las respectivas casas, asegurando a ellos su propia dignidad, derechos de seguridad”.