Con motivo de los recientes terremotos que han azotado varias partes del país, monseñor Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las entidades más afectadas en los últimos días por los desastres naturales, aseguró que no faltan quienes afirman que lo que está pasando en el país es un castigo divino.
Explicó que estas personas dicen estar seguras de que Dios quiere castigar a México, pues “está enojado por tanta corrupción, por los crímenes del narcotráfico, por las leyes que favorecen el aborto y las uniones entre personas del mismo sexo, por los pecados clericales, por los abusos contra la madre tierra, etc.”
Afirmó que si bien Dios no está de acuerdo con los pecados, aquí pereció mucha gente honrada; “murieron o perdieron todo personas pacíficas, creyentes, trabajadoras y de buen corazón”. ¡No! –aseveró– no es castigo de Dios. “Sería injusto su proceder, y Él es la justicia misma”.
La tierra está viva
Arizmendi dijo que los terremotos, al igual que los huracanes y la erupción de volcanes, son fenómenos naturales previstos por Dios al crear el mundo, y en particular el planeta. Agregó: “La tierra está viva, tiene movimiento. Si no se moviera, todo sería muerte, desolación. No habría seres humanos, ni agua, ni árboles, ni peces; nada; solo desierto, soledad, resequedad. Como cuando un enfermo ya no se mueve, sabemos que ya falleció. Si no hubiera terremotos, no habría vida”.
También aclaró que los movimientos telúricos no son algo que se le haya “escapado” a Dios al formar la tierra; sino que todo está planeado. “Lo que importa es conocerlos, estar prevenidos y saber convivir con ellos, construyendo mejor las casas y los edificios, las iglesias y escuelas”, así como que los científicos sigan estudiando estos fenómenos para prevenir con tiempo a la población cuando se acercan.
Del mal hay que sacar bien
El obispo de Chiapas consideró que, aun en las desgracias, el ser humano debe sacar provecho. Todo acontecimiento debe hacerle reflexionar, recapacitar y “enderezar la vida”. Puso como ejemplo a un hijo que renegó de su madre, diciéndole que no la reconocía como tal, y se alejó del hogar, haciéndola sufrir mucho, pero a raíz del sismo, regresó a casa y abrazó a su mamá, pidiéndole perdón. “O como un esposo que dejó a su mujer, se fue a vivir con otra, pero el sismo lo hizo cambiar; volvió a casa y pidió perdón a su esposa; ahora están tratando de recomponer la vida familiar”.
Explicó que esta es una enseñanza de Jesús: “Al hacer alusión a 18 personas que habían muerto aplastadas por la torre de Siloé que se derrumbó, dijo: ‘¿Ustedes creen que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?’. Yo les aseguro que no. Y si ustedes no se convierten, perecerán de igual modo’”.
Dijo que en los acontecimientos podemos descubrir la voz de Dios y reconocer que “nuestra vida es frágil, que no somos dioses, eternos y todopoderosos; que hemos de enderezar lo que esté torcido en nuestras vidas; que hemos de solucionar los pendientes que tengamos; que le demos valor a lo que realmente trasciende; que no llevemos una vida despreocupada y anhelante sólo de placeres efímeros. Si no escuchamos la voz de Dios y no nos arrepentimos, no tenemos remedio”.
Finalmente, monseñor Arizmendi resaltó la solidaridad de tantas personas, sobre todo de los jóvenes. “Este es el México real; no el que presentan los noticieros, como si todo estuviera podrido”, concluyó.