Expectación en la Casa de la Iglesia. La sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE) se contagia del ambiente de excepcionalidad que estos días atraviesa la vida política y social del país, y que acaba impregnado al propio tejido eclesial.
Por eso, en la tarde del miércoles 27 de septiembre, contra su voluntad de consenso, y ante la volatilidad de una situación potencialmente inflamable, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, se ve obligado a una comparecencia extraordinaria para leer una ‘Declaración Institucional de la Comisión Permanente de la CEE ante la situación en Cataluña”. La declaración pro referéndum del clero catalán y la consiguiente nota verbal de protesta del Gobierno de Rajoy ante la Santa Sede tampoco han ayudado a que la Iglesia se mantuviese al margen e intacta su capacidad mediadora.
La sala de prensa está tomada por cámaras y periodistas. ¡Qué no darían en Añastro por semejante aforo cuando presentan sus planeas pastorales! Salvo a su presidente y al secretario general de la institución, José María Gil Tamayo, no se ve en los pasillos de la sede del episcopado español a ninguno de los restantes 22 prelados que componen la Comisión Permanente. Algunos secretarios de comisiones episcopales bajan de sus despachos para sumarse a la comparecencia. Se respira tensión.
Este mediodía terminaron sus sesiones de trabajo, en cuyo orden del día oficial no figuraba el estudio de esta nota, aunque estaba cantada, sobre todo tras la declaración de los casi 400 curas difundida el pasado jueves 22 posicionándose a favor del referéndum, hecho que metió al conjunto de la Iglesia en España de hoz y coz en un asunto que, hasta la fecha, había decidido dejar escrupulosamente en manos de los obispos de Cataluña.
La consigna era la no injerencia, lo cual no significa que no existiesen vasos comunicantes. La mayor garantía de comunión era dejar hacer a los miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense, para lo cual era indispensable un “silencio cómplice” desde Madrid.
Y lo han mantenido hasta el punto de que ha llamado la atención la falta de pronunciamientos de otros prelados sobre el tema catalán, ni siquiera agarrándose a la recurrente cantinela de que cada uno dice lo que quiere en su diócesis.
No, ahora no. Todos a una. La única voz discordante, curiosamente, vino de Cataluña. De Solsona, concretamente, que se hizo también presente en los corrillos de los periodistas que esperaban a Blázquez al saberse que el domingo 1 de octubre volverá a dar la campanada. Así pues, casi todos a una, y con el Vaticano que, “no lo dudes, está encima de esta cuestión”, también vía Nunciatura, como confiesa uno de los obispos miembros de la Permanente a Vida Nueva.
Sin embargo, a esta Comisión Permanente los obispos han venido sin la tensión que se palpa en otros ambientes del país. También en esto parece que los obispos quieren pasar página y no se producen estridencias destacables… por el momento.
Ya el viernes 22 de septiembre, cuando sucesivos pronunciamientos de entidades cristianas le estaban haciendo un roto considerable a la comunión eclesial en Cataluña, el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, trabajaba con normalidad en Añastro con los otros tres obispos encargados de estructurar las reformas en la CEE que contempla el vigente plan pastoral, y para cuya labor han sido designados. Y el ambiente era de absoluta normalidad. Tranquilidad pasmosa a pesar de la crispación exterior.
La misma mañana en que los obispos de la Permanente se encaminaban a la cita que les tendría en Madrid dos días, los había que ni siquiera sabían si en sus reuniones se suscitaría el tema de Cataluña, de si habría pronunciamiento o no. Sí confirmaban una vez comenzada la sesión que el ambiente era fraternal, mucho más respirable que durante la Plenaria de marzo, cuando se renovaron los cargos, también para la composición de esta Permanente, que ha afrontado con este asunto su primera prueba del nueve de la comunión.
Pero de plantearse la elaboración de una nota, los obispos consultados confiaban en que fuese para apoyar la línea mantenida en sus pronunciamientos por los obispos de Cataluña, de quienes destacan que han hecho una gran labor a favor del diálogo y el encuentro. No decían los mismo de la nota verbal de protesta del Gobierno del PP, que calificaban de “torpeza” por dejar precisamente en mal lugar esa tarea de contención.
El que la Conferencia Episcopal haya hecho ante la cuestión catalana también su propia tarea de contención con algunos de sus miembros no quita para que algunos sigan insistiendo en que “la Iglesia ha sido impregnada por el nacionalismo” y lamenten “que no haya sido posible abordar este tema a fondo”, por lo que ven bien que el episcopado español se pronuncie sobre lo que está pasando en Cataluña. “Una buena nota no vendría mal”, confiesa alguno, pero teniendo cuidado “según en que línea, pues podría ser incendiaria en la Iglesia catalana, y tal y como están los ánimos…”.
Ahora, Blázquez esta a punto de despejar la incógnita de esa “línea” y desgrana con el gesto serio el contenido de esta declaración solemne, la de una nota que nunca hubieran querido redactar, pero que quizás es la mejor nota que podían haber redactado, por más que acabarán sacándole excesiva punta al quinto de los seis párrafos, donde recuerda otro comunicado extraordinario cinco días después de la intentona golpista del 23-F.
La declaración ha sido aprobada por unanimidad. Y no habrá preguntas. Peligrosa costumbre que deberían dejar para una clase política que ya no tiene explicaciones que ofrecer. “Para la comparecencia de esta tarde, creo que es suficiente”, dice Blázquez.
En sus palabras aparece nítido el respaldo a los obispos catalanes, “auténticos representantes de sus diócesis”. Reconocibles también las apelaciones a la fraternidad, paz, diálogo, no confrontación, atención a derechos de los pueblos que conforman el Estado…, términos machaconamente expresados por los obispos catalanes y que tienen también cabida en esta nota. El tono y el semblante del cardenal abulense van serenando un ambiente expectante.
Son seis párrafos llenos de seny mesetario que acaban con un ofrecimiento de colaboración a las partes en favor del diálogo. Nada nuevo. Salvo que, ahora, la crispación no está en la Iglesia, por más que una colega periodista quiera que Blázquez le responda, nada más acabar la lectura de la declaración, si la Iglesia no ha contribuido a la situación de confrontación con algunas “homilías incendiarias”. “Por ahora es suficiente”, certifica con dulzura Blázquez. Y se va entre las hileras de periodistas como vino: dando las buenas tardes.