En la mañana de hoy 4 de octubre, el papa Francisco ha celebrado la tradicional audiencia general de los miércoles, caracterizada en esta ocasión por la fuerte presencia de italianos en el día de san Francisco de Asís, patrón de la nación y cuyo “ejemplo de vida” refuerza “la atención a la creación”, ha deseado el Pontífice.
También ha aprovechado el Papa para anunciar la convocatoria, por parte de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, de una reunión previa a la próxima asamblea del Sínodo que se celebrará en octubre de 2018 dedicada a los jóvenes y a las vocaciones. La reunión presinodal tendrá lugar del 19 al 24 de marzo y a ella están invitados “jóvenes provenientes de las diversas partes del mundo: jóvenes católicos, de las diversas confesiones cristianas y de otras religiones, así como no creyentes”.
En este camino de preparación al Sínodo, la “Iglesia quiere ponerse a la escucha de la voz, de la sensibilidad, de la fe y también de las dudas y las críticas de los jóvenes”. Las conclusiones de este encuentro “serán trasladadas a los padres sinodales”, aseguró Francisco.
Por otra parte, en esta que ha sido su primera catequesis del mes de octubre –mes misionero por excelencia–, Francisco ha reflexionado sobre el tema ‘Misioneros de esperanza hoy’, todavía dentro del ciclo dedicado a esta virtud teologal.
El Papa ha recordado que “el núcleo de la fe cristiana es la resurrección de Jesús, por eso el cristiano no puede ser un profeta de desgracias”. Y es que, “a través del Espíritu Santo, Jesús nos hace renacer a una vida nueva que debemos anunciar a los demás no solo de palabra, sino con la vida”, “una vida nueva”, subrayó Francisco.
Para el Pontífice, “Jesús quiere testigos, personas que difundan esperanza con su modo de acoger, de sonreír, y sobre todo de amar”. Bergoglio ha recordado que “la fuerza de la resurrección hace que los cristianos seamos capaces de amar allí donde parece que ya no hay motivo para amar, y de abrir espacios de salvación allí donde parece que todo está humanamente perdido”.
Por ello, el cristiano “no se deja llevar del desánimo o de la queja, ya que gracias a la resurrección está convencido de que no hay ningún mal que sea infinito, ninguna noche que sea eterna, ningún hombre que no pueda cambiar, ningún odio que no se pueda vencer con amor”, ha concluido Francisco.