Un foro sobre vejez, protección y equidad se llevó a cabo el 3 de octubre en la Universidad Javeriana, con ocasión del día internacional de las personas mayores.
La actividad fue organizada por la Mesa de trabajo sobre envejecimiento, vejez y transcurso de la vida; y tuvo como acto central la exposición de aportes investigativos por parte de la socióloga Ángela Jaramillo y de la enfermera y doctora en salud pública Esperanza Muñoz.
En su saludo a los asistentes, Martha Márquez, del Instituto Pensar, llamó la atención sobre las transformaciones demográficas que están teniendo lugar en relación con el porcentaje creciente de ancianos en Colombia y en el mundo.
Lo anterior cobra particular importancia para el caso nacional cuando se tiene en cuenta que, al tiempo, aumentan las tasas de pobreza y desempleo, y siguen pendientes reformas en materia de salud y pensiones que podrían subsanar las condiciones difíciles en que se vive la vejez en Colombia. Solo el 31% de quienes están en edad de recibir pensión acceden a ella y por cada geriatra en el país hay 250 personas que necesitan acceder a sus servicios.
Según Márquez, el escenario de posacuerdo plantea nuevos retos y posibilidades. Es, a su parecer, una oportunidad para afirmar la urgencia de un enfoque diferencial que considere particularmente la situación de quienes, ya con avanzada edad, llevan consigo los efectos de la violencia y la inequidad. No es lo mismo vivir la vejez en las ciudades que en las áreas rurales de Colombia, en las cuales el conflicto armado se ha expresado de manera más fuerte.
“Una sociedad para todas las edades”
Ángela Jaramillo dedicó parte de su análisis a un hecho más en el marco de los cambios demográficos en consideración: crece el número de personas viejas que viven solas. La socióloga contempló esta situación no solo a la luz de las transformaciones culturales en ciernes, sino también atendiendo a la necesidad de un diseño de políticas públicas que fomenten la participación de los ancianos en la sociedad. Hay quienes viven con familiares, pero no necesariamente se sienten acompañados.
Prevalece la necesidad de “construir condiciones y estilos de vida que hagan posible una vejez con independencia, participación, cuidados, autorrealización y dignidad; y de lograr ‘una sociedad para todas las edades'”, insistieron los organizadores del foro, con la convocatoria.
Por último, Esperanza Muñoz hizo hincapié en que los procesos de medicalización en Colombia, como en otras partes del mundo, pasan por la comprensión que tiene de la vejez desde instancias de poder. Habría que considerar, a su parecer, que a la formulación de políticas públicas le antecede un ejercicio de deconstrucción de los imaginarios elaborados sobre la población vieja en tiempos en que la salud es vista como un producto más de consumo.
Su concepto de “trayectorias de cuidado” quiere ser una contribución a pensar el envejecimiento en relación con la noción de resistencia: la resistencia de la vida que no se deja negar ni reducir ni eliminar.
Tal consideración de Esperanza Muñoz va en la línea de un aporte con el cual Elisa Dulcey, directora del Instituto Cepsiger, cerró su intervención en un conversatorio sobre vejez auspiciado por la editorial PPC, semanas atrás:
‘Si con tanta frialdad podéis enviarnos al ostracismo a los 60 años, quiere decir que a partir de este momento ya no servimos para ninguna actividad razonable; que «joven» es sinónimo de competencia y «viejo» lo es de incompetencia. Y si nos conformamos, quiere decir que firmamos este juicio. Y no lo haremos. Porque somos viejos. Viejos. Y por eso cambiaremos ahora el mundo, de suerte que esta palabra signifique en el futuro competencia’” (Esther Vilar. Viejos. Plaza & Janes, 1981).