Cada viernes, ‘Vida Nueva’ te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
Blade Runner (1982), considerada una de las cumbres de la ciencia ficción, ya tiene su secuela. Más de tres décadas después, Ridley Scott –el padre de la célebre criatura– se pasa a la producción y cede la cámara al canadiense Denis Villeneuve.
Un nuevo blade runner (Ryan Gosling) descubre un secreto largamente oculto que podría acabar con el caos reinante en la sociedad. Su hallazgo le lleva a buscar a otro blade runner (Harrison Ford) al que se le perdió la pista hace 30 años.
El tema de fondo, el reparto o el estilo visual de esta historia conectan con su predecesora sin grandes “decepciones” para sus incondicionales. Bien distinto es igualar aquel lirismo del original. A cambio, la depurada elegancia del retoño nos regala un espectáculo impecable en su acción, sus interpretaciones, su banda sonora (eso sí, sin Vangelis), aunque demasiado frío.
Los jovencísimos Javier Ambrossi y Javier Calvo trasladan a la gran pantalla la función teatral del mismo nombre que lleva ya cuatro años conquistando al público con sus risas, sus canciones y sus bailes. Una comedia musical acerca de la vocación y la búsqueda de la identidad y de un lugar en el mundo.
La acción se sitúa en un campamento para chicas dirigido por monjas, en el que la insólita aparición de Dios a una de las jóvenes viene a cambiar las vidas de todas ellas. El salto generacional, musical y religioso entre unas y otras, amén de su extraordinario reparto, se encargan de hacer el resto.
El resultado es una película de aquí y ahora, atrevida –que no ofensiva–, bastante menos inocente de lo que podría sugerir su disparatado punto de partida, un derroche de energía, frescura y complicidad que inocula en el espectador las endorfinas del “buen rollo”.
Un joven afroamericano viaja con su novia blanca a la finca que los adinerados padres de la chica tienen en medio del bosque. Una vez realizadas las pertinentes presentaciones, nuestro protagonista se muestra gratamente aliviado por la cálida acogida de sus suegros. Sin embargo, a medida que avanza el fin de semana, descubrirá algo que ni hubiera imaginado.
El actor y cómico Jordan Peele debuta en la dirección con una cinta que tiene poco de humor. Ni siquiera negro. El giro de los acontecimientos resulta tan macabro que cualquier atisbo de comedia se esfuma de un plumazo, hasta derivar en una hipnótica sátira que ronda lo terrorífico.
Nunca antes una denuncia contra el racismo de las sociedades bienpensantes disparó por sorpresa con tanto veneno, ni sembró de inquietud (y cadáveres) el patio de butacas. Para disfrutar en el sofá de casa, aunque no muy cómodamente.