Llegado el mediodía del domingo 8 de octubre, el papa Francisco ha rezado el ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico.
El Pontífice ha recordado al nuevo beato Arsenio da Trigolo, capuchino y fundador de la congregación de las Hermanas de María Santísima Consoladora, como “humilde discípulo que, aun en la adversidad y las dificultades, nunca perdió la esperanza”.
Una alianza que no se rompe
En su reflexión, a partir del evangelio del día sobre los viñadores homicidas que no entregan los frutos al patrón de la hacienda llegando a matar al hijo del dueño, el Papa ha recordado que el texto “ilustra alegóricamente los reproches que los profetas habían recibido a lo largo de la historia de Israel”. Es una parábola sobre “la alianza que Dios ha querido establecer con la humanidad y a la que también nos ha llamado a participar”, señaló.
Una historia de alianza, marcada por el amor y los “momentos positivos”, “pero también está marcada por la traición y el derroche”, recordó Bergoglio, quien exclamó: “¡La decepción de Dios por la conducta perversa de los hombres no es la última palabra!”. Para Francisco, esta “es la gran novedad del cristianismo: un Dios que, aunque decepcionado de nuestros errores y de nuestros pecados, ¡no rompe su palabra, no se detiene y, sobre todo, no busca la venganza!”.
Para el Papa, “solo hay un impedimento para la tenaz y tierna voluntad de Dios: ¡nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces también se convierte en violencia!”. Por ello, “la urgencia de responder con buenos frutos a la llamada del Señor, que nos llama a ser su viña, nos ayuda a entender lo que es nuevo y original en el cristianismo”.
Esta forma de vivir la religión “no es tanto la suma de los preceptos y las normas morales, sino que es, ante todo, una propuesta de amor que Dios, por medio de Jesús, ha hecho y sigue haciendo a la humanidad”, recalcó. “Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una vid viva y abierta, rica en frutos y esperanza para todos (…). Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para apoyarnos unos a otros y animarnos, para recordarnos que tenemos que ser la viña del Señor en cualquier entorno, incluso entre los más lejanos e incómodos”, concluyó Francisco.