La Iglesia tendrá desde el próximo domingo, 15 de octubre, un nuevo santo. El escolapio Faustino Míguez (Xamirás, Ourense, 1831), fundador del Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora (1885), será canonizado en Roma por el papa Francisco. Y entrará, por fin, en el Libro de los Santos de la Iglesia como el número 884 de los proclamados durante el pontificado de Bergoglio.
Hoy, 11 de octubre, las religiosas calasancias, en una numerosa convocatoria a los medios, han presentado a Verónica Stoberg, la mujer cuya cura inexplicable ha sido calificada por el Vaticano como milagro por la intercesión del P. Faustino.
“Siempre me he preguntado: ¿Por qué yo?”. Así se presentaba, con voz dulce, la chilena desahuciada por los médicos a la que el P. Faustino devolvió a la vida. Con la “responsabilidad” que le ha dado “el Señor de ser instrumento de su gracia divina” se plantaba ante la veintena de periodistas que abarrotaban un salón de la Casa General de las calasancias en Madrid. “Soy madre de cuatro hijos y esposa. Una persona normal y corriente”, advertía. Para luego intentar explicar lo inexplicable: su milagro.
“Cuando los médicos me dieron por muerta, Dios dijo: no, ella va a vivir. Y es que Dios es capaz de todo”, relata la laica calasancia. Su relación con la congregación comienza porque dos de sus hijas estudian en el colegio Hijas de la Divina Pastora de su país. Es entonces cuando empiezan a oír hablar del P. Faustino, y ella, poco a poco, se va involucrando en la catequesis del colegio.
De repente, “un miércoles –ella lo recuerda perfectamente–, vuelvo a casa después de despedirme de las madres de catequesis, puesto que voy a estar un tiempo retirada porque ya estaba embarazada de ocho meses”, cuenta. “Y comienzo a sentirme mal, con un dolor en el estómago que nunca antes había sentido”, continúa. Su hija pequeña llama a un médico y la trasladan a la clínica.
“El viaje fue de película, yo gritaba del dolor y me desmayaba”, explica. Ahí acaban sus recuerdos. Puesto que estuvo tres meses en coma. Su hijo vino al mundo después de practicarle una cesárea de urgencia. Ella mientras se desangraba, ya que le había explotado el hígado.
Pasadas las semanas, sin margen de mejora, los médicos comunicaron a la familia que no se podía hacer nada por su vida. No obstante, una cadena de oración iniciada en el colegio pide por Verónica. La mañana en la que Pedro, el marido de Verónica, va al hospital al despedirse de su mujer junto a sus hijos, la mayor le pide al padre ir a rezar antes. Un lugar donde le iban a abrir las puertas con total seguridad era en la capilla del colegio. Allí se dirigen y rezan por Verónica junto a la madre Patricia Olivares. “Pelaíto, dale una manito a Verónica”, le implora el esposo. La madre Patricia no había dejado de ir a visitar a Verónica en esos tres meses de agonía. En su pecho colocaba siempre la reliquia del P. Faustino. “Yo, aun estando en coma, sentía que algo me quemaba el pecho, pero no de dolor, era una energía buena”, señala Verónica.
Y es al llegar al hospital cuando se obra el milagro. “Los análisis de sangre muestran una mejoría y soy apta para operar”, dice Verónica. Y hasta hoy. Sin secuelas, Verónica cuenta con emoción cómo el P. Faustino le cambió la vida. Sin extravagancias y sin hablar a boca llena de milagro. Así explica este milagro del siglo XXI, que le ha traído “un amigo cercano y muy querido, alguien a quien admirar”: el P. Faustino.
Por su parte, la madre Sacramento, relató el gozo que vive el instituto por la canonización de su fundador. Además, con el añadido de que tiene lugar en el año jubilar escolapio. “Faustino no nació santo, y ahora se le canoniza porque fue un hombre movido por el amor, un amor que en él se traduce en una fe inquebrantable”, explica. Y su carisma se recoge en la frase que llevaba por bandera: “Dejemos obrar a Dios que para mejor será”.
En su compromiso por un mundo mejor, el P. Faustino “se acercó a los niños y jóvenes y a la realidad de la mujer, para devolverles su dignidad”, dice la madre Sacramento. Así, recuerda que aunque “los derechos de las mujeres nos parezcan una conquista de hoy, hace 132 años ya había un hombre que miraba a la mujer con dignidad”. De hecho, lo hizo visible con las constituciones de la congregación, que él escribió pero luego cedió la voz a las religiosas para que las modificaran y corrigieran porque eran ellas quienes las iban a vivir.