Cogiendo el testigo de la escritora Pilar Rahola en la Sagrada Familia de Barcelona el año pasado, Obras Misionales Pontificias (OMP) ha querido que la pregonera del Domund 2017 fuera la cantante Luz Casal, quien lo leyó ayer, miércoles 11 de octubre, en la catedral de Santiago de Compostela.
En presencia, entre otros, del arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, y del director nacional de OMP, Anastasio Gil, la artista gallega pronunció un emotivo discurso en el que agradeció “de todo corazón” la invitación, y más “en esta catedral que tanto significado tiene en mi vida”.
“Mujer y cantante –inició su pregón–, es mi voz la de una católica poco practicante, pero con unas raíces tan profundas, y una memoria tan ligada a la historia y a las celebraciones de la Iglesia católica que muchas veces tengo la sensación de ser una buena cristiana”.
A continuación, explicó que había concebido su discurso “como si de una canción se tratara”, con una estructura “que contiene esta pequeña introducción, seguida de una estrofa, después un estribillo, una segunda estrofa, estribillo, interludio o puente para llegar al final, con el último estribillo”.
En la primera estrofa lanzó un llamamiento a la actitud de aprender “a convivir con la injusticia y la desigualdad, sin apenas advertirlas, como si nuestro cerebro estuviera envuelto en brumas y nuestro corazón anestesiado por un consumismo que satisface los deseos inmediatos y efímeros, y por el hedonismo, tan bien considerado, provocando con ello indiferencia y despotismo, que embrutecen y monopolizan nuestros sentimientos”.
“No conformes –denunció–, vamos añadiendo pesados fardos de temores, egos y miedos, haciendo cada día la costra más dura, inmunizando los sentidos ante el callejón sin salida de la pobreza que nos humilla”. A su juicio, “cada vez es más difícil dejar de ser pobre”. Una situación que “se enquista por las carencias del sistema de protección y de las ayudas, por la precariedad laboral y el desigual reparto de la riqueza”.
Frente a esta realidad, la cantante señaló dos alternativas que son reflejo de dos mundos aparentemente antitéticos: “La vida es un combate constante entre dos fuerzas. Por un lado, están aquellos que son capaces de comportarse ordinariamente de manera inhumana, y en el otro lado, en el otro bando, están los soldados o misioneros que, aun conociendo la derrota y el desengaño, saben sobreponerse y, con sus actos, reparar el daño causado por los primeros, a la vez que siembran nuevos caminos con semillas que germinarán en los corazones de los desfavorecidos, hasta llegar a la victoria”.
En este punto de su discurso, Luz Casal recordó cuál fue su primera noción del espíritu misionero, ante la que evocó su infancia: “Cuando el tiempo se contabilizaba para mí de otra manera, las imágenes de unos niños felices de piel oscura, que por primera vez vieron mis ojos en el salón de actos de mi colegio, fueron el primer contacto que tuve con el Domund. Después de ver ese documental, rodado en paisajes muy alejados y distintos, las Hermanas Doroteas nos explicaron el significado de muchas palabras, entre las que destacaban por su reiteración misericordia y caridad”.
“Esa lección –recalcó– puso las bases y fomentó en aquel grupo de niñas nuestra futura predisposición a echar una mano al necesitado”. Y es que, como lamentó, “hoy día nos cuesta pronunciar palabras como caridad, siendo esta una virtud superior de la moral cristiana que ha perdido significado en estas tres o cuatro últimas décadas”.
Fue aquí cuando lanzó al aire de la catedral compostelana su estribillo, esencialmente interpelante: “La belleza que provocan los pequeños gestos humanitarios regenera el mundo, y el amor lo salva”.
En su segunda estrofa entró directamente a valorar qué suponen hoy en nuestro mundo los misioneros: “Son esos seres elegidos para soportar las dificultades. Bravos y obedientes hijos dotados de paciencia y fortaleza. Benevolentes con las debilidades. Ejemplos de resistencia moral. Muestran diariamente cómo la compasión activa está en las entrañas de su misión y va más allá de la solidaridad”.
“Sin patrias ni banderas –glosó la artista–, abandonan el proyecto de vida propia, orientada hacia su propio interés, por una comunión fraterna”. Así, se convierten en la encarnación de la libertad, que “no es mayor cuando se puede hacer lo que a uno se le antoja, sino cuando se elige lo bueno, lo bello y lo verdadero, aun cuando esa decisión comporte el sacrificio de uno mismo por un bien mayor”.
En definitiva, los misioneros son “héroes anónimos que, en sus viajes al infierno, acaban por alcanzar el cielo al juntar con ternura sus manos a otras manos. Estos cerca de 13.000 misioneros españoles están dispuestos y se empeñan en cruzar medio planeta para poner en práctica y materializar su idealismo, saliendo de la comodidad de nuestro mundo cotidiano, para escuchar el latido del dolor de los perseguidos, de los pordioseros y marginados, llegando incluso a arriesgar la propia vida (que es una de las expresiones más bellas y desinteresadas) para ofrecerles un chispazo de esperanza y aportar dignidad allí donde no hay nada, porque todo ha sido degradado, cuando no aniquilado”.
Si bien Luz Casal percibe que “la labor hecha por los misioneros está rodeada de silencio”, lo esencial es que en esta acción “no falta la alegría, a pesar de que puedan tener el pecho descarnado por muchas ausencias o porque hayan tenido fisuras en su integridad o propósitos a causa de sus dudas, que no son otra cosa que la consecuencia inherente a la honestidad”.
“Si preguntáramos a cada uno de ellos por su labor –añadió–, seguro que nos dirían que todo lo que hacen o han hecho merece la pena. ¡Merece la pena el alivio de un paño caliente ante el espanto, sacando a los desfavorecidos de las sombras de la guerra, el terror, el odio fratricida o el hambre que padecen más de 800 millones de personas!”.
“Tenemos confianza –demandó con fuerza– en la ciencia, en la razón, en la cultura y en el poder que da el progreso desde el siglo XVIII, pero eso no debiera impedirnos creer en la misericordia que llega a través de la fe”. Así, “muchas veces las respuestas no están en la profundidad del saber, porque ni siquiera el avance de la ciencia detiene la miseria”.
“Somos una nación antigua –reivindicó–, que ha vivido con la alegría de ser cristiana, una doctrina profunda del humanismo; una nación que abrió las puertas a la evangelización y, a través de ella, nos hemos unido a gentes de otros pueblos, conociendo sus culturas y religiones, insertados en sus costumbres y tradiciones, aceptando de manera natural que las verdades absolutas generan dolor y que llevar la fe a otros destinos no debe tener como objetivo el dominio”.
Luz Casal lanzó aquí un canto a la bondad, clamando que, “mientras muchos hacen ruido, unos pocos, con sus acciones calladas y generosas, dan ánimos a los que parece que hubieran cometido el pecado de existir, sea en Siria, Sudán del Sur, Yemen o en cualquiera de los más de 33 países con gravísimos conflictos”.
“Ser bueno es el más sutil de los egoísmos –argumentó–, porque serlo te recompensa con el placer de la felicidad y alivia tu ansiedad como individuo gracias a la buena conciencia que recibes cuando haces una buena acción. Por eso yo creo que la colaboración solidaria debería estar siempre de moda”.
“Gracias a todos los misioneros presentes –concluyó– por enseñarnos con sus obras que el más insignificante acto de amor puede abrazar a la humanidad herida”.