Como sucede con las enfermedades, el proceso de curación comienza cuando se las detecta por su nombre y características. El odio no siempre logra verse como un mal, generador de otros males; en cambio se le mimetiza como una reacción de dignidad frente a los males recibidos. Es cuando odio y venganza parecen hermanos gemelos.
Descubrir el verdadero rostro del odio, como expresión y agente del mal, es un comienzo positivo para neutralizar su influjo. Detectada su presencia, identificado su rostro, se puede proceder a un nuevo paso.
Durante generaciones en las poblaciones campesinas de Colombia el odio a los contrarios en política, en religión o, aun, en preferencias deportivas fue mirado como una expresión de solidaridad “con los nuestros”. Bajo esa apariencia se cultivaron la agresividad, el rechazo y las actitudes de complicidad; así se pudo silenciar cualquier consideración ética o de solidaridad cristiana sobre el asunto. Cuando se comprende que el odio disminuye la estatura humana de las personas y las degrada, se gana en claridad y en razones para enfrentar el mal, que ya no se podrá disimular como lealtad política o deportiva o social. Lo explicaba Marcelo Palacios, fundador de la sociedad internacional de bioética: “la misión nacional del hombre es la de ser lo más humano posible. No se trata de absolverlo o refundirlo, sino de desbaratar la violencia y sacarle el máximo partido humano”. “Un nuevo paso contra el odio es, pues, descubrir a la vez su potencial deshumanizador y el urgente deber de ser cada vez más humanos” (Bioética y conflicto armado. Bogotá: Editorial El Bosque, 2002, p. 159).
En el mismo sentido, los que han seguido los destrozos que hace el odio en las personas y en la sociedad han comprendido que es un mal que, igual que las más dañinas de las enfermedades, tiene un potencial de contagio, destruye a su paso, erosiona las relaciones entre las personas, altera el ambiente social y crea a su alrededor una atmósfera de pesimismo y de desesperanza.
Cuando estas consecuencias del odio se ven con claridad es posible prevenir su contagio y difusión.
Por último, el filósofo Baudrillard señalaba la solución del abrazo y del encuentro solidarios, como otra de las formas de respuesta a la amenaza del odio.
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