La misión de la congregación se hace patente en los diez países de los cuatro continentes en los que está presente. Poniendo el corazón, al estilo del recién canonizado P. Faustino, en la educación integral y en la promoción de la mujer. La misión en Futru-Nkwen (Camerún) es solo uno de los ejemplos de vida entregada. Allí, la comunidad calasancia se encarga de un colegio infantil, una casa hogar, un centro de promoción de mujeres, una casa de formación y la animación entre niños y jóvenes de la parroquia.
La religiosa española Marta Novoa lleva diez años remangándose. De ellos, ocho dedicada al Centro de Promoción de la Mujer. Allí, hay dos grupos de chicas. El primero lo forman mujeres que por diferentes razones, como embarazos tempranos, pobreza u orfandad no han podido estudiar. Incluso muchas de ellas han sido entregadas por sus familias a personas con más recursos para que se encarguen del cuidado de sus viviendas o hijos. Con la ayuda de las hermanas, aprenden un oficio, reciben formación educativa, pues muchas de ellas son analfabetas, y, lo que es más importante, formación humana.
Tras dos años de período académico, las chicas se gradúan y el propio centro las contrata. Y es que funcionan como una pequeña cooperativa. El centro se ha convertido en un hogar para todas las chicas, según indica la religiosa. “Entre ellas se cuidan y se ayudan”, recalca. Hoy, 60 chicas de entre 14 y 45 años forman parte de esta gran familia.
Pero no son ellas las únicas que se enriquecen con esta formación. “Mi experiencia ha sido de las más ricas y fuertes de mi vida”, explica Marta. Y añade: “Cuando acompañas a las chicas y ves cómo evolucionan, te das cuenta de que hay muchas cualidades y dones en las personas que nunca llegan a salir fuera porque el ambiente que les rodea no lo propicia. Te das cuenta de lo diferente que es la gente cuando encuentra un lugar donde se le valora”. Así, “solo cambiando el entorno, el estar en un ambiente donde se fomenta que puedan crecer y desarrollarse, poco a poco todas empiezan a dejar salir las cualidades que tienen dentro”, relata.
El otro grupo con el que cuenta el centro es el de chicas con alguna discapacidad mental (Síndrome de Down, parálisis cerebrales, deficientes mentales…). A ellas también se les enseña un oficio y habilidades sociales que les ayuden a ser autónomas. También son contratadas en el centro, pues no hay diferencias entre ninguna de las mujeres de los dos grupos que son acompañados. Además, ellas cuentan con una dificultad extra para encontrar un trabajo digno fuera del centro.
Marta no se cansa de repetir lo que significa para ella trabajar por la dignidad de la persona, porque “no hay nadie que no sea digno de ser querido y valorado”.
“He aprendido trabajando con chicas con discapacidad que no valemos por lo que hacemos o por lo útil que podemos llegar a ser a la sociedad, sino por lo que somos”, añade. Y es que si algo tiene claro es que “cualquiera, por más o menos capacidades que tenga, tiene un valor en sí mismo, en su forma de ser, de relacionarse. Hay algo en la persona que, aun sin hacer nada, la hace digna”.
Por otro lado, en el colegio de Infantil hay una media de 250 alumnos cada año. El colegio cuenta con comedor diario para ayudar en la nutrición de todos los niños, especialmente los de aquellas familias con menores recursos. También hay dos autobuses que permiten que los niños vayan a clase, ya que debido a las largas distancias, si no fuera de esta manera, sus familias no los escolarizarían.
La hermana Odette Lukong es una de las que acompaña a estos menores. Lo hace desde hace tres años. Y aunque admite que llegó sin experiencia, “todos los desafíos representan una oportunidad y este me ha permitido aumentar mi amor por los niños”. No es casualidad que hable en todo momento de “caminar con ellos”, pues “también nos enseñan a todos desde su alegría”. No obstante, con su ayuda, los menores pueden “crecer personal, social y académicamente”.
La hermana Noella Ongwari es otra de las responsables de este colegio y de la casa hogar desde hace dos años. “Mi misión no es solo prestar atención a su educación, sino transmitirles el amor por Cristo”, reconoce. Caminar con ellos le permite dotarlos de herramientas para que “sepan adaptarse a cada situación”. Ellos son unos privilegiados por poder escolarizarse en un lugar donde reina la pobreza. Además, bajo “una educación holística, que es lo que tratamos de hacer en el centro, ayudándoles moral, educacional y espiritualmente para que sean responsables con la sociedad”, comenta.
Así, la Casa Hogar se abrió para dar respuesta a la delicada situación en la que se encontraban las niñas huérfanas. Desde los 2 o 3 años ingresan en el centro y viven allí hasta que acaban la educación Primaria. Después, se les hace seguimiento en un colegio internado para alumnas de Secundaria. Pero el acompañamiento no acaba aquí, pues se les sigue acompañando hasta que terminan la universidad. Actualmente hay 13 niñas desde los 3 a los 13 años.
“El objetivo es darles una infancia feliz en un ambiente sano y con cariño y la posibilidad de estudios, dos armas que las ayudarán a enfrentarse a la vida”, explican las religiosas.
Desde años atrás, también se cuenta con una Casa de Formación, donde “muchas jóvenes que nos conocen y se sienten atraídas por nuestro carisma comparten la vida con nosotras”, dice la hermana Eulalia Tamunang. “Conocen nuestra forma de vivir en comunidad, rezamos juntas y participan con nosotras en todas las actividades pastorales”, continúa. Esos años les ayudan a confirmar su vocación calasancia.
Actualmente hay un grupo de 13 formandas haciendo su postulantado o noviciado. “Es una experiencia que no olvidarán nunca”, cuenta. Y es que “es un proceso que hay que seguir para descubrir lo que les pide Dios para su vida”. Durante este período de formación tienen experiencias muy ricas. Y, aunque “cada una llega con una historia, con un pasado, tienen algo en común: aman a Dios y lo hacen el centro de su vida”.
En la parroquia, por su parte, cuentan con grupos juveniles. Los sábados, por ejemplo, se reúnen para hacer juegos y talleres, así como excursiones e, incluso, campamentos. “Trabajamos la educación no formal, algo muy poco común en el lugar, porque aquí no se trabaja mucho con los niños, ya que no lo consideran importante”, subraya Marta Novoa.