A semanas de las III Jornadas Nacionales de Pastoral Educativa de FAERA, Gustavo Magdalena plantea que frente a los momentos difíciles en la educación, “tenemos que ver cuáles son los signos de la presencia de Dios y trasmitirlos”.
Docente con una vasta trayectoria y padre de familia. Cuando Gustavo Magdalena habla se nota en sus gestos y en sus ojos la pasión educadora que lo guía en cada paso. Al frente de la Federación de Asociaciones Educativas Religiosas de la Argentina (FAERA) como director ejecutivo, conversa con Vida Nueva, a semanas de la III Jornadas Nacionales de Pastoral Educativa (27 y 28 de octubre en Córdoba), acerca de los desafíos que hoy debe enfrentar la escuela como institución histórica que en algún momento tuvo el fin de enseñar las ciencias y las artes.
PREGUNTA.- De su experiencia como educador, ¿cómo es posible comprender los cambios que se vienen dando en la sociedad, por ende, en la escuela?
RESPUESTA.- Siempre hubo tiempos difíciles, como dijo Joan Manuel Serrat: “este es el tiempo que nos ha tocado”. No venimos de una era dorada, somos el continente más desigual del mundo, con bolsones de pobreza, violencia y marginación, aunque la mayoría de los dirigentes latinoamericanos se formaron en escuelas y universidades católicas. Todo chico que está en una escuela católica es, en el fondo, una persona que han puesto en nuestras manos, hay que trabajar con sus miserias y sus posibilidades. Pero si se mira todo como un peligro y con desconfianza, es muy difícil educar. Así que los educadores tienen que ver cuáles son los signos de la presencia de Dios y trasmitirlos, ya que las familias que se acercan a estas escuelas buscan algo y tenemos que descubrir qué es.
P.- En junio usted participó del Primer Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa en Quito, ¿qué cosas rescata de todo lo que allí se habló?
R.- Recuerdo el diagnóstico que trazó la hermana ecuatoriana Janet Aguirre sobre la educación de Latinoamérica. Ella se centró en cómo los cambios impactan en la identidad de la educación católica. Existen factores externos e internos: en los primeros tenemos Gobiernos o Estados no siempre colaboradores y, a veces, hasta competidores. Sin embargo, puso su foco en los segundos factores, relacionados con las familias dentro de estas nuevas generaciones y los docentes, como los factores que afectan o modifican la educación. Sobre las familias planteó un desafío mayor, para la escuela católica, porque llegó a su fin el modelo de la familia tradicional y se plantean formas de vivir la sexualidad. En esta corriente anti institucional que vivimos, las nuevas generaciones tienen una vinculación diferente con el conocimiento y la manera de adquirirlo, el entorno digital y la distancia con lo religioso influye mucho en ellos. El otro punto es el colectivo de los docentes, es mucho más heterogéneo, no solo en el nivel de formación, sino que también de asunción concreta de la cosmovisión cristiana.
Frente a esta realidad nos quejamos o la asumimos tratando de mirarlo mediante el Evangelio.
P.- ¿Podemos decir que los educadores que están hoy en las aulas son los primeros nativos digitales?
R.- La mayoría de los docentes de hoy son mejores que los de antes. A pesar de que son sometidos a tensiones, incertidumbres e inseguridades muy fuertes, tienen una “llamita” que los hizo dedicarse a la educación. Este punto es clave para los países. Tenemos que aprender a ser una minoría fiel y creativa, no elitista, presentándonos con humildad para ayudar.
P.- ¿Cómo hace un directivo para contagiar a los docentes la necesidad de plantear cambios y ser creativos para innovar?
R.- Esto también se habló en Quito. Las escuelas católicas necesitan crear ámbitos comunitarios donde el docente pueda sentirse más grande, donde lo puedan ayudar y pueda ayudar a otros. La escuela es una emérita fábrica de materias y tiene que dejar de serlo, porque hoy más que nunca requiere un currículum con sentido. A raíz de ese sentido va a poder dar esperanza y transformarse en un agente de transformación, no obstante, hay que suscitarlo en nosotros como personas y en nuestros colegas cuestionándonos lo que somos y lo que hacemos. Las instituciones deben favorecer las transformaciones como dinámicas, que cuando empiezan no pueden regresar a lo que eran.
P.- Respecto a darle sentido al currículum, ¿es posible que la educación católica marque tendencia en el sistema educativo?
R.- Sí, porque lo fue. La educación occidental surgió en la Iglesia y la educación popular de la congregación religiosa, pero primero tenemos que tener un reconocimiento valedero de esa historia, ya que actualmente, la educación católica llega adonde el Estado no llega.
P.- ¿Qué lugar considera que tiene hoy la educación no formal como herramienta para la transformación?
R.- La educación formal debe estar vinculada con la informal porque la escuela ya no es la única transmisora del saber. En esta sociedad fragmentada no le pidamos a la escuela que iguale a la sociedad, pero sí que contribuya a ello. Un niño de clase media alta y un niño de clase media baja no comparten el mismo patrimonio cultural. Sin embargo, al final del día, un chico con mayor cantidad de actividades culturales con un maestro que no sabe explicar, no le encontrará valor a esas actividades.
La mejor educación no es repartir tablets, es dotar de sentido y descubrir los potenciales de cada alumno para desarrollarlos y liberarlos de los modelos mentales que los oprimen. Para eso, es necesaria la pasión por educar que es un tesoro que debemos cuidar.