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Pablo Moreno nos narra la peripecia real de Helena Studler (Assumpta Serna), una Hija de la Caridad que, con la impagable colaboración de tanta gente de buena voluntad, tejió una Red de Libertad que permitió a 2.000 prisioneros huir de los campos alemanes y de una muerte segura en la Francia ocupada.
La acción se sitúa hacia 1940 en Metz, donde la congregación de nuestra protagonista atiende en su orfanato a pequeños judíos, mientras la ciudad asiste agitada a la irrupción de los nazis. Momentos de tensión y escenas de acogida y asistencia encuentran un oportuno auxilio en el ajustado reparto y la cuidada dirección artística.
Con una probada sensibilidad hacia lo religioso y una mirada comprometida con la realidad, de ayer y de hoy, el realizador salmantino vuelve a descubrir en ella semillas de verdad en forma de historias que contar. En este caso, la de una mujer valiente que decidió alistarse a la única resistencia capaz de combatir la barbarie: la caridad. Bien merece la pena que conozcamos su conmovedor testimonio.
A finales de mayo de 1940, arrinconadas por el ejército alemán, las tropas aliadas esperaban un rescate o un milagro en las playas de Dunkerque. En aquella ciudad costera del norte de Francia, 400.000 hombres varados a su suerte sufrían el acoso enemigo, mientras cientos de embarcaciones civiles acudían en su auxilio para proceder a su evacuación hacia Gran Bretaña.
Este histórico episodio es recreado por Christopher Nolan en una “epopeya íntima” convertida ya en la gran superproducción del año. Su sobriedad y un asombroso realismo, para que el espectador comparta en primera línea de fuego la angustia y la desesperación de los protagonistas, amén del suspense y del espectáculo visual y sonoro que acompañan la narración, realzan la épica de la batalla.
Una conmovedora reivindicación de la heroicidad en la derrota, pero también todo un disfrute para los sentidos; una obra mayor del cine bélico que no dejará a nadie indiferente. Ni a los seguidores del género ni a los incondicionales de un profesional que alcanza aquí la cima de su carrera.
En la inhóspita Patagonia, sobre un infinito manto blanco, dos hermanos saldan cuentas pendientes mientras se disponen a enterrar las cenizas de su padre recién fallecido. Lo que en primera instancia se preveía como un mero trámite, antes de cerrar la venta de las tierras heredadas, va adquiriendo tintes de pesadilla.
El argentino Martín Hodara dirige esta truculenta historia familiar con ecos de tragedia clásica, un thriller frío y seco que va y viene del presente al pasado. Y sobre esos paisajes heladores, Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín dirimiendo sus diferencias a cuenta de unos hechos ocurridos décadas atrás que trajeron la muerte, el dolor y la locura al seno del hogar.
Con ritmo calmo, en medio de un silencio apenas profanado por el silbido del viento y los disparos, esta accidentada peripecia con aires de western austral y ásperos diálogos se torna árida e incómoda, pero logra atrapar al espectador en su espiral de violencia (latente y desatada). Su escenario hostil y sus sobrias interpretaciones tienen buena parte de culpa en ello.