La ciudadanía de Kenia está llamada a las urnas hoy jueves 26 de octubre, para elegir a su presidente. Es la segunda vez en tres meses que se vota, puesto que la Corte Suprema invalidó las elecciones generales celebradas el pasado 8 de agosto, en las que el presidente, Uhuru Kenyatta, revalidó su cargo frente al líder opositor, Raila Odinga, al que finalmente el alto tribunal le dio la razón en su denuncia de haber sido víctima de un pucherazo.
Sin embargo, el país se encuentra conmocionado tras el anuncio de Odinga, días atrás, de que renuncia a presentarse, puesto que considera que las condiciones son las mismas que en agosto y que el Gobierno tiene todo a su disposición para una nueva manipulación del voto y ni siquiera puede asegurar la protección de ningún referente de la oposición. De hecho, su propia hermana, Ruth Odinga, ha sido detenida en las últimas horas acusada de incitar a la violencia contra miembros de la Comisión Electoral.
La Conferencia Episcopal, que ha mediado de urgencia entre el Gobierno y la oposición para que finalmente haya elecciones, ha emitido una nota conjunta en la que llama al pueblo a la concordia y pide a los kenianos que “ejerzan su derecho democrático pacíficamente”.
Contactado por Vida Nueva, el misionero salesiano Miguel Ángel Ruiz, quien lleva año y medio en el país, habla del sentimiento contradictorio que invade a la población: “Estamos ante un evento que sucede en el continente africano por primera vez: la repetición de unas elecciones generales por falta de transparencia. Esto debería haber traído un sentimiento de orgullo nacional y la calma que supone saber que se están haciendo las cosas bien… Pero llevamos semanas viviendo exactamente lo opuesto”.
A pesar de que las autoridades civiles y religiosas llaman continuamente “a la calma y a evitar la violencia”, la realidad es que “hemos visto muertos casi todos los días por los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes”. De hecho, “hace dos semanas se tuvo que cerrar la Universidad de Nairobi y mandar a casa a todos los estudiantes tras una jornada negra que vio a 14 estudiantes asesinados”.
El ambiente de tensión es tal que Ruiz está preocupado por la situación del centro de formación profesional en el que los salesianos trabajan con 160 jóvenes internos de entre 18 y 27 años internos y en el que la diversidad es la tónica general: “Aquí se encuentran jóvenes de muchas etnias y se sitúan tanto a favor del actual presidente como de la oposición. Es una situación similar a la que ya viví como misionero en Pakistán, cuando teníamos que prohibir a los chicos cristianos que hablasen de religión con los musulmanes, habida cuenta la especial sensibilidad sobre estos temas en el contexto de dicho país”.
“El problema –abunda el religioso español– es que la política se vive en Kenia con auténtica pasión. Los jóvenes ansían la llegada del periódico por la mañana para informarse bien de todo lo que ocurre en el país. Una actitud que contrasta con la de los jóvenes en otros países, hastiados de la realidad política y mucho menos críticos que los de aquí”. Eso sí, si bien “el peligro de una generación que no crece aprendiendo a ser crítica con sus políticos es una generación fácilmente manipulable desde el punto de vista político”, hay otro riesgo igualmente grave: “Entre un joven que no vota por estar desencantado y otro que vota una opción de cambio radical sin considerar las consecuencias, la primera opción resulta triste y necesita ser reflexionada, mientras que la segunda resulta peligrosa para el futuro y la estabilidad de la sociedad”.
Esto tiene su aplicación en Kenia, donde “la sociedad se encuentra dividida por la política y por eso nos encontramos frente a una situación en la que muchos intentarán repetir su voto a favor del presidente actual y muchos otros buscarán evitar que se vote mañana, siguiendo las consignas del líder de la oposición” para un teórico boicot.
A unas horas del desenlace, Ruiz percibe que “nadie espera que estas elecciones solucionen el grave impasse político y económico en el que se encuentra Kenia. Las empresas sufren la ralentización económica, muchos extranjeros han abandonado el país, el turismo ha sufrido un parón como no se recordaba… Y todo esto nos afecta también a nosotros, pues los jóvenes se graduarán en noviembre y tendrán que enfrentarse a tener que encontrar un trabajo en esta sociedad”. Algo a lo que se añade el que “la mayoría de nuestros chicos vienen precisamente de esos guetos de Nairobi donde la policía sigue actuando con una contundencia que desconocemos en Occidente”.
Reflejo de esta abrupta situación es una anécdota que el propio Ruiz acaba de vivir en primera persona días atrás: “Hablando de la policía…, me han arrestado por primera vez en mi vida. Me detuvieron durante un par de horas. Fue la policía de tráfico, que en este país es un cuerpo tan corrupto como en muchos otros, aunque quizás un poco más agresivos. Todo ocurrió cuando pararon el coche en el que iba con una visita de España. Tres de ellos rodearon el coche y, al ver extranjeros dentro, empezaron a gritar tratando de intimidarnos. Yo sabía que les daba igual que fuera sacerdote porque, en otra ocasión, ya me pidieron el dinero de la colecta al decirles que venía de celebrar una misa. Al responderles que no llevábamos dinero, nos llevaron a la comisaría…”.
Allí vivió una situación rocambolesca, con “un tira y afloja con el sargento de la comisaría, que insistía en que nosotros debíamos cumplir las leyes locales, pues según él no llevábamos suficiente aire en las ruedas del coche, y yo, que le rebatía que la corrupción del país empieza en estas comisarías”. Tras agarrar del cuello a su conductor y llevarlo así cogido a una celda, Ruiz y su acompañante entendieron que “se había pasado el límite de lo aceptable” y llamaron a un equipo de militares y civiles españoles de misión especial en la zona. “A los 20 minutos –concluye–, tenía dos coches con nuestros militares uniformados, así como a otros militares de Europa y hasta un mando keniata… Cinco minutos después, recibimos las llaves del coche, la licencia de conducir de nuestro empleado… y a él mismo, traído ahora con mucha delicadeza”.
Más allá de la anécdota, para el misionero español es un signo de que “no podemos rendirnos o dejar pasar todo, especialmente cuando la gente sencilla sufre las consecuencias de la injusticia”. Y es que, “Kenia es un hermosísimo país lleno de gente maravillosa y que tiene una tarea inmensa al tener que combatir dos de los males que parecen extendidos a otros países: la corrupción a todos los niveles y la dependencia de los fondos extranjeros. Yo quisiera ver a la gente organizándose y luchando por limpiar lo que hace falta en la sociedad”.
“A nivel de Iglesia –concluye Ruiz–, nuestro papel como misioneros en este momento no puede ser el de seguir construyendo obras o infraestructuras para atender a la gente necesitada. Kenia cuenta con una generación de gente muy preparada para dirigir la acción. La tarea aquí no es ya de primera evangelización, sino de acompañamiento y formación de los hermanos que generosamente aceptan roles de autoridad (servicio) en nuestras obras. Seguiremos ayudando en lo que haga falta…, hasta que el Espíritu nos lleve a una nueva misión”.