Fomentar el diálogo entre ciencia y religión. Ese es el objetivo de la primera edición del concurso de monólogos científicos Godscience, convocado por la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE.
Destinado a todos los miembros de la comunidad científica, educativa e investigadora de España, los temas que se podrán abordar son aquellos en donde exista algún tipo de implicación para la relación entre ciencia y religión (cosmología, evolución, ciencia y ética, ser humano y tecnología, neurociencia, espiritualidad, ecología…).
Que el tema del diálogo (o no) entre ciencia y religión está más vivo que nunca lo demuestra la pasión con la que el director de la Cátedra e impulsor de la iniciativa, José Manuel Caamaño, se refiere a él, reivindicando el apoyo a la investigación científica pero, a la vez, subrayando la necesidad de una ética sin la cual podemos caer en la tecnocracia como una nueva ideología.
Una forma de evangelizar
PREGUNTA.- Monólogos científicos para fomentar el diálogo entre ciencia y religión… ¿De dónde surge la idea?
RESPUESTA.- De un concurso similar que en su versión española se llama Famelab y que está organizado por la FECYT, aunque en ese caso son monólogos científicos. Nosotros queremos hacerlo sobre temáticas que abordan cualquier cuestión que afecte a la interacción entre ciencia y religión, también como un intento de acercar estos temas a personas no especializadas, y hacerlo de una forma rigurosa, pero clara y amena. Lo entendemos también como forma de evangelización en este campo concreto, dado que es un terreno donde sigue existiendo mucha confusión, tanto en la concepción de la ciencia como en la de la religión. Es interesante que a veces nos salgamos del ámbito académico para acercarnos a las personas que están en otros ámbitos.
P.- Ambas disciplinas tampoco están muy acostumbradas a dialogar entre sí…
R.- Ciertamente, la historia en este terreno ha sido muy compleja, aunque hace tiempo que se vienen buscando formas de diálogo positivo entre ambas. La Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de Comillas es un buen ejemplo de que esto es posible, y además los últimos Papas nos vienen alentando a la búsqueda de encuentros de forma muy insistente. Nosotros venimos haciendo una tarea importante de investigación, docencia y difusión del conocimiento en todos estos campos, y además lo hacemos de una forma muy interdisciplinar, lo cual implica un enriquecimiento constante de las perspectivas propias de cada ámbito.
“La Iglesia no se opuso a Galileo por sus posiciones científicas”
P.- En su día, la religión se puso ‘gallita’ con la ciencia. ¿Mira hoy por encima del hombro la ciencia a la religión?
R.- La postura de la religión, y en especial de la Iglesia católica con respecto a la ciencia a lo largo de la historia (pensemos en Galileo o en Darwin, por ejemplo), no puede hacerse sin tener en cuenta los contextos y problemas de cada época. Sería simplista decir sin más que la Iglesia se opuso a la ciencia, dado que algunos de los conflictos o bien eran internos a la Iglesia o bien tenían que ver con la forma de leer e interpretar la Biblia.
Dicho de otra manera: la Iglesia no se opuso a Galileo por sus posiciones científicas, sino por la forma de articular estas con las afirmaciones bíblicas mantenidas a lo largo de la tradición, entre otras cosas. Otra cosa es que la Iglesia, en todo desarrollo científico-técnico, pida una criteriología ética que lo acompañe para que esté al servicio del ser humano y de todos los seres humanos, es decir, un desarrollo justo, sostenible y, en definitiva, integral.
Desde el punto de vista de la ciencia, lo que existe hoy es una corriente denominada del ‘ateísmo científico’ y cuyas campañas han tenido mucha repercusión. Un ejemplo es la obra de Richard Dawkins titulada El espejismo de Dios, en donde califica a las religiones como supersticiones generadoras de violencia. Es un ateísmo heredero del cientifismo clásico pero, a mi modo de ver, más simplista, tanto en su visión de la ciencia como de la religión y de los textos religiosos. Dawkins, por ejemplo, llega a identificar la verdad con lo empíricamente observable, de manera que todo lo demás (sobre todo cuando se habla de revelación, tradición y autoridad) sería superstición, algo cuanto menos más que discutible. El caso es que estas obras, al igual que otras que durante el siglo XIX extendieron la idea del conflicto, calan mucho en la cultura de la gente, y ello a pesar de la parcialidad o incluso falsedad de sus argumentos.
Fundamentalismos religiosos y cientifistas
P.- ¿Qué nivel de diálogo existe hoy entre ambas y quién es más reacia a mantener una buena conversación?
R.- El nivel de diálogo es muy amplio, lo que no quita que en ambos casos existan fundamentalismos, tanto religiosos como cientifistas, que hacen un flaco favor tanto a la religión como a la ciencia. Por eso es tan importante, en la parte que nos toca, hablar de Dios con veneración y respeto, pero también de forma significativa, respetando la autonomía de las ciencias, que siempre representan verdades parciales en la búsqueda de una visión del ser humano lo más completa posible. La religión afecta a la totalidad de la vida de las personas creyentes o religiosas, más allá de las cuestiones científicas o de que sean científicos. No es algo accesorio, sino que conforma la propia identidad. Por eso también existen numerosos científicos, y muy prestigiosos, con una profunda religiosidad que no se ve disminuida por sus descubrimientos acerca del funcionamiento del mundo.
P.- ¿Se necesitan mutuamente o hay alguna que sea más dependiente de la otra?
R.- Son ámbitos distintos. Sin técnica, sin tecnología y sin ciencia es impensable que podamos vivir, mientras que hay personas que no son religiosas. Ahora bien, ambas pueden ser esenciales en la vida de las personas. Los creyentes asumimos críticamente los desarrollos de las ciencias, dado que estas no son competentes para tratar la existencia o no de Dios. De hecho, lo contrario puede derivar en el riesgo de la blasfemia en muchas ocasiones. Lo que tenemos que buscar son vías para que hablar de Dios siga siendo significativo para la vida de la gente.
P.- ¿Por qué el número de ateos crece a la par que avanza el desarrollo científico?
R.- No estoy tan seguro de que avance el número de ateos, sobre todo al ver los datos que la sociología religiosa nos va mostrando. Lo que sí parece un hecho es el pluralismo religioso y el surgimiento de religiosidad al margen de sus formas tradicionales. Se puede decir que existe ‘sed de absoluto’, pero que se sacia de formas muy diversas. El problema es cuando lo relativo, también cualquier realidad finita como las ciencias, se convierte en absoluto, porque es ahí cuando se desvirtúa totalmente el sentido de la religión y se termina con la blasfemia.
Ahora bien, si existiera una correlación entre avance del ateísmo y el desarrollo científico, ‘ nos tiene que hacer pensar que algo estamos haciendo mal desde los dos ámbitos, dado que es probable que transmitamos mal lo que es la ciencia y lo que es la religión. Por eso, en nuestro caso es tan importante el estudio de la teología y eso que ya Juan Pablo II llamaba ministros-puente.
El cura que propuso el Big Bang
P.- ¿Cómo convencerles de que creer en las ondas gravitacionales no es incompatible con creer en que su origen, después de todo, está en un pesebre?
R.- Tanto la ciencia como la religión (la teología) tienen su propia epistemología. No olvidemos, por ejemplo, que uno de los primeros autores en proponer la teoría del Big Bang (que él no llamaba así) fue Georges Lemâitre, un cura con una religiosidad muy profunda pero, al mismo tiempo, un gran científico, y su descubrimiento no redujo en nada su profunda fe en el Dios de Jesús. Hoy, nuestro reto es seguir rezando el Credo como aquello que es, la expresión de nuestra fe que da sentido a nuestra vida. Pero, a pesar de eso, decir que “Dios es creador del cielo y de la tierra” no tiene porqué significar rechazar las teorías que mejor expliquen el inicio de la existencia temporal del mundo. Lo que tenemos es que buscar la mejor manera —y para eso está la teología— de hablar de la trascendencia e inmanencia de Dios, de su creación y acción en el mundo.
¿Hacia un futuro con tecno-ciencias?
P.- Hoy se habla mucho de inteligencia artificial, de neurociencia, etc. ¿Considera que el ser humano del siglo XXI puede sentirse más atraído por la tecnología que por la fe debido a una necesidad de apoyarse en una creencia concreta y no abstracta?
R.- Son ámbitos distintos y que, por tanto, no es cuestión de sentirse más atraído por una cosa que por la otra. La tecnología nos atrae a todos, creyentes o no, dado las múltiples posibilidades que nos ofrece para la vida, para la salud o para nuestro bienestar. Pero la fe, aunque incida sobre la realidad, hace referencia a ámbitos de la persona y de esa misma realidad que, en último término, son inaccesibles para la ciencia y la tecnología.
P.- Recientemente Yuval Noah Harari, en su obra Homo Deus, aventura que en el futuro existirán unas tecno-religiones (creadas en Silicon Valley) apoyadas en los resultados de la biotecnología que atraerán a los seres humanos porque ofrecerán un paraíso en la tierra (la plena cura de enfermedades, etc.) y no en el más allá. ¿qué opinión le merece el tema?
R.- Conozco tanto la obra de Harari como el movimiento transhumanista representado por la Singularity University de Silicon Valley, y especialmente la obra del jefe de ingenieros de Google, Ray Kurzweil, así como de otros como Nick Bostrom, director del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford y fundador de la Asociación Mundial Transhumanista.Sus tesis impactan y es posible que atraigan la atención de mucha gente con semejantes promesas de inmortalidad, superinteligencia, superfelicidad y, en definitiva, la superación de las barreras biológicas mediante el perfeccionamiento y la combinación de las NBIC (la nanotecnología, la neurociencia, la biotecnologías aplicadas al cuerpo, la computación, la inteligencia artificial, etc.).
Recordemos que el transhumanismo es un tránsito hacia el posthumanismo, en donde se producirá, según las tesis de algunos autores, un nuevo origen en donde ya no habrá diferencias entre lo humano y lo no humano, entre las máquinas y las personas. De hecho, ya aplican el concepto de persona a máquinas inteligentes siempre y cuando seamos capaces de dotarlas de algo similar a la racionalidad (reproduciendo en ellas los patrones del cerebro humano), que es distinto de la conciencia personal. Incluso ya tenemos programas en los que alguien puede hablar con un ordenador y mantener una conversación (los chatbots), algo que seguramente se perfeccionará en el futuro.
Pero, con todo, el transhumanismo no deja de ser una expresión del imperativo tecnológico y de un nuevo optimismo que corre el riesgo de convertirse en ideología y en un instrumento de una tecnocracia que pretende imponer una determinada idea del ser humano y del bienestar al conjunto de la sociedad. Además, semejante optimismo le lleva no solo a una confianza extrema en las posibilidades de la técnica en un mundo que, en sí mismo, es finito, sino que además no parecen ser del todo conscientes de las implicaciones sociales de la tecnología misma.
No podemos olvidar que detrás de todo ese potencial e inversión existen grandes poderes económicos e industriales que los apoyan y que, por tanto, también hay que preguntarse por su sentido de la justicia. Es más, si hay algo evidente es que unas enfermedades sustituyen a otras y que en la lucha entre medicamentos y virus u organismos infecciosos, suelen ser estos últimos los que buscan nuevas formas de adaptación y expresión, con lo cual nunca seremos invencibles, por más que vayamos controlando las nuevas enfermedades que vayan surgiendo.
Con todo, no hay duda de que el transhumanismo cuestiona de alguna forma las tesis o bases de nuestra cultura y nos lleva a repensar qué entendemos por ser humano, persona, conciencia, identidad, libertad, felicidad, mejora, etc. Otra cuestión es la relacionada con la fe en el más allá, que como la propia expresión afirma, es algo que pertenece a la fe. Por tanto, todos tenemos esperanza en los progresos de la tecnología y en que esta nos sea útil en el futuro, pero la fe en la resurrección forma parte de algo que transciende el desarrollo científico y tecnológico.
Algo similar ocurre con la espiritualidad, que a pesar de las propuestas neurocientíficas sobre el tema, sin embargo se trata de algo que sobrepasa el determinismo del cerebro y dudo mucho de que podamos tener máquinas espirituales, al menos no en el sentido que el concepto de lo espiritual tiene en la tradición cristiana. Cuando hablamos de inteligencia artificial, de neurociencia o de transhumanismo, hay que discernir aún lo que es mito de aquello que será realidad, a pesar de los muchos avances que se irán dando en el futuro. Ahora bien, repito que la “fe” como tal escapa a la racionalidad científica, por mucho que debamos hacerla lo más razonable posible.
La Iglesia apoya el desarrollo tecnológico
P.- Desde su punto de vista, ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia con la tecnología?
R.- Pienso que la Iglesia, como afirma en numerosos documentos, debe reconocer la valiosa aportación de las ciencias y de las tecnología y apoyar su desarrollo. De hecho, recientemente el papa Francisco ha escrito que la Iglesia no pretende detener sus avances, dado que la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios. No hay más que ver lo que contribuyen al bien humano. Ahora bien, eso no puede impedir reconocer que la tecnología no es neutral y de que, por tanto, necesita una criteriología ética que acompañe su desarrollo para que, precisamente, todo ese enorme potencial sea para servir mejor al ser humano, a la sociedad y al conjunto de la Tierra.
Por ello, la Iglesia tiene que posicionarse también en la defensa de la dignidad humana y de las personas más vulnerables para que no se conviertan en instrumentos en manos de intereses mercantiles y espurios. Y por eso es tan importante el diálogo entre las ciencias, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, para la búsqueda de una mejor comprensión de lo que es el ser humano.