“Al poco de ser elegido Papa, Juan Pablo II animó al prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo, para que promoviera una universidad pontificia en Roma… Parecía una utopía, pues hacía muchas décadas que no se impulsaba algo así y funcionaba, pero el sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer quiso seguir el deseo de Wojtyla y, de este modo, nació la Universidad Pontificia de la Santa Croce. El esfuerzo fue muy grande, también por parte de los alumnos, sacerdotes y seminaristas que venían de todas partes del mundo y no podían pagar sus estudios. Ante esta realidad, hace 28 años, se pensó en un modo de poder ayudarlos… Fue así como surgió el Centro Académico Romano Fundación (CARF), que igualmente desempeña esta labor con los alumnos que se forman en la Universidad de Navarra, también de la Obra”.
Este es el génesis del CARF, en palabras de su director general, Luis Alberto Rosales, quien ha participado, del 2 al 5 de noviembre en Roma, en la peregrinación anual en la que animan a donantes y amigos de la entidad a visitar las obras sostenidas y, especialmente, a los sacerdotes y seminaristas que pueden formarse gracias a su apoyo.
Que es muy generoso, como evidencia el hecho de que en el pasado año recaudaron 4.330.000 euros, atendiendo a 1.170 alumnos (931 de Europa, 466 de América, 156 de Asia, 152 de África y 12 de Oceanía). En total, en estas casi tres décadas, han becado la formación de varios miles sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos. Algunos de ellos son hoy obispos.
Al encuentro de este año, que ha supuesto su 13ª edición, han acudido 90 peregrinos de toda España. En un ambiente muy distendido y familiar, en el que se ha aunado el turismo por la Ciudad Eterna con las charlas de formación y un encuentro con el prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz, los hitos para todos los participantes han sido la visita a la Universidad Pontificia de la Santa Croce, que cuenta con uno 1.500 alumnos; al Colegio Eclesiástico Internacional Sedes Sapientae, donde viven 85 seminaristas que estudian en la Universidad; y al Colegio Sacerdotal Altomonte, donde residen 70 sacerdotes que se forman en Roma.
En ambos foros es donde se ha dado un simbólico abrazo entre quienes pueden formarse para ser algún día en sus diócesis de origen pastores que impulsen fuertemente y de un modo integral a sus comunidades y las personas que, desde la generosidad, les sostienen en esa tarea.
Este encuentro es el que ha fraguado historias como la de la octogenaria navarra Margarita Chasco, quien ha podido conocer al fin al seminarista keniata Gabriel Atieno, quien ha conseguido licenciarse en Derecho Canónico en Roma gracias a su ayuda, siendo a su vuelta, seguramente, juez en un tribunal eclesiástico o formador del seminario de su diócesis.
“Es un estudiante de los varios a los que he becado en todos estos años. En este tiempo contactábamos a través del correo electrónico o por teléfono, pero ha sido una alegría inmensa conocerle personalmente“, dice mientras le abraza.
Él, por su parte, agradece a “mi Margarita” la oportunidad de haber recibido una “muy buena formación que me ha permitido completarme desde muchos puntos de vista”.
Como pudieron comprobar todos los peregrinos, el espíritu del cambio que se cuece con esta iniciativa se aprecia de un modo muy vivo en el Sedes Sapientae, en pleno barrio del Trastévere. Su rector, el sacerdote español Javier Canosa, cuenta cómo, “aun siendo muy importante la formación académica, buscamos que aquí también se impulse la pastoral, la espiritual y la humana, siendo auténticamente integral”.
Y es que, “si no fuera así, sería una estafa para los obispos que los mandan y las comunidades que los esperan, a las que ahora deben dar muchas cosas más allá de lo aprendido en las aulas”.
Para ello, abunda Canosa, fomentan que todos los alumnos residentes “se turnen para visitar todas las semanas a enfermos que están solos en hospitales o en centros de discapacitados, así como a sacerdotes retirados que viven en asilos y de los que, además de disfrutar mucho de su compañía, pueden aprender mucho”. También ofrecen catequesis a migrantes atendidos por las Hijas de la Caridad.
En el mismo colegio, añade el sacerdote, se busca “generar calidez y que todos lo sientan como su hogar. Algo que se percibe en detalles como que una vez a la semana dedicamos la tarde a limpiar y recoger las instalaciones entre todos o, también, en actividades lúdicas, como jugar al fútbol”. El objetivo último es ser “una piña”.
Mucha de esta fraternidad la transmiten los propios seminaristas del Sedes Sapientae… Como Malusi, de Tanzania, que se acaba de ordenar diácono hace dos semanas y da las gracias a quienes, a través del CARF, le han permitido “cumplir mi sueño”. O Daryl, de Filipinas, quien está en su último año de Derecho Canónico y sabe que será muy útil a los suyos a su vuelta, pues “en mi diócesis solo hay un canonista”.
O Nelson, de Argentina, que viene de una región muy pobre, poblada históricamente por migrantes y aborígenes, y quien se felicita “por sumar una vocación en un lugar que lo necesita mucho, pues hemos pasado años en los que no había sacerdotes y venía uno cada dos meses para celebrar la misa”. O Alejandro, de Venezuela, quien sufre con su pueblo “la situación tan triste por la que estamos pasando, siendo mi esperanza que, a mi regreso, pueda ayudar a mucha gente”.
O Van Vien, de Vietnam, quien vio nacer en él el deseo de ser sacerdote “cuando, con 14 años, era monaguillo en mi parroquia”, afrontando ahora toda una “vida nueva” en Roma. O Geraldo, de Tanzania, quien ha superado todo tipo de “dificultades” y ahora está dispuesto a “entregar la vida por la felicidad que me da Jesús”…
Otro punto referencial para la obra formativa del Opus Dei en Roma y, por tanto, para el CARF, es el Colegio Sacerdotal Altomonte, cercano al Colegio Español. Allí residen sacerdotes de todo el mundo, estudiantes todos ellos en la Universidad Pontificia de la Santa Croce. Como en Sedes Sapientae, el objetivo principal es que el espacio se viva como un hogar propio. Con el fin de facilitarlo, todas las instalaciones están duplicadas (incluso cuentan con dos oratorios), fomentando que, al ser grupos más reducidos, haya una mayor confraternización entre ellos.
Además, añade el rector del Colegio Sacerdotal Altomonte, el sacerdote barcelonés Pablo Agulles, “conjugamos las charlas formativas, las visitas a todos los enclaves culturales de la ciudad y los aspectos lúdicos, buscando también pasárnoslo bien. Así, contamos con un campo de fútbol en el colegio y, de hecho, nuestro equipo juega en la Clericus Cup“, donde participan muchas congregaciones y todo tipo de comunidades eclesiales de Roma. “No siempre ganamos, pero sí muchas veces”, apostilla entre risas el rector.
Al igual que en los otros dos centros formativos de la Obra en Roma, aquí los pastores residentes reflejan todo un mosaico cultural. Es el caso de Donald, de Kenia, quien se convirtió al cristianismo tras abandonar su fe islámica. Reconoce que el proceso fue “difícil”, pero nunca peligró su vida por ello. En la Ciudad Eterna tampoco lo ha pasado siempre bien, “pues aquí la vida se afronta de un modo totalmente diferente al de mi país”. Pero, precisamente por ello, la experiencia le ha “enriquecido” y podrá encarnarla de vuestra a Kenia.
A su lado, Kondwani, de Malawi, explica que la suya tampoco fue una vocación sencilla: “Mi madre era católica, pero mi padre no. Todo cambió cuando una de mis hermanas se consagró como religiosa. Al final, incluso mi padre se bautizó”. En su primer año en Roma, tiene claro que “no estoy aquí por mí mismo, sino por mi pueblo. Con todo lo que aprenda en estos años fuera, seré un instrumento mejor para servirlo”.
Jiso Thomas es de la India. Llegó a Roma en 2012, estudiando Teología y ahora Derecho Canónico. Aún es diácono, ordenándose como sacerdote este próximo diciembre, ya en su país. Tiene el ejemplo a seguir de dos de sus tíos, ambos curas. Pero también llevará en su zurrón vital “la oportunidad de todo lo vivido aquí, pues en Roma he sentido de verdad la universalidad de la Iglesia y la alegría de sabernos realmente hermanos en la fe”. De hecho, este sacerdote, que también pertenece a la Iglesia oriental, practicando en rito sirio-malabar, ha interiorizado estos años también el latino. Algo que, como reconoce gozoso, le ha “abierto el corazón”. Un proceso que se ha completado con su acción pastoral, trabajando durante mucho tiempo dando de comer a los sin techo atendidos por las Hijas de la Caridad, acompañando a personas solas en el Hospital Policlínico o dando catequesis en una escuela de Viterbo.
Todo esto lo sintetizó, en la eucaristía que compartieron los sacerdotes del Altomonte con los peregrinos del CARF, el peruano Walter, quien contó que proviene de una prelatura (aún no es diócesis) en la que solo hay 15 curas, siendo cinco de ellos extranjeros. El hecho de que su obispo haya hecho el esfuerzo de enviarle fuera para que se forme mejor denota el espíritu de la obra que aquí se genera: “Estamos ante un fruto espiritual para muchas personas: para mí, para aquellos a los que acompañaré y también para todos vosotros, los amigos que nos ayudáis y podéis tener la certeza de que serviremos a muchos en vuestro nombre, empezando por Dios, que siempre vibra con todos nosotros”.
Finalmente, como destacan todos los peregrinos que han participado en este viaje a Roma con CARF, es mucho más lo que reciben que lo que dan. A todos los niveles, incluidas anécdotas entrañables como la protagonizada por Fernando de Salas: “Me llevo el gran regalazo de haber podido entregar a Fernando Ocariz un cáliz con las alianzas de mis padres, ya fallecidos, incrustadas en su base. Para siempre, cada vez que allí se consagre la sangre de Cristo, ambos estarán unidos a Él de un modo muy especial”.