Un recuerdo a todas las personas asesinadas violentamente. Hoy, 10 de noviembre, se celebra el Día de la Memoria, fijado por el Parlamento vasco. Y la Diócesis de Bilbao, un año más, volvió a celebrar ayer por la tarde en la Basílica de Nuestra Señora de Begoña la eucaristía “por el descanso eterno de quienes han sido asesinados durante tantos años de terrorismo y violencia”, según indicó durante su homilía el obispo de Bilbao, Mario Iceta.
“Aunque queramos, no podremos hacernos cargo hasta el fondo del infinito dolor, sensación de soledad, impotencia, abandono, angustia, tristeza de quienes han experimentado la muerte injusta y cruel de sus seres queridos”, señaló Iceta. Y añadió: “Estos inocentes asesinados se asimilan a Cristo, víctima inocente, injustamente sacrificada. Y el sentimiento de dolor y amargura de sus familiares y amigos se asocia al de los discípulos que estaban en la casa ‘con las puertas cerradas y con miedo’”.
Por otro lado, Iceta afirmó que “quizás no hemos comprendido suficientemente la afirmación que realizamos cuando en la Misa proclamamos el símbolo de la fe: ‘Jesús descendió a los infiernos’”. “Sí, él desciende a los infiernos –responde contundente–, a mis infiernos, a tus propios infiernos, a tus dolores y soledades; a nuestra incapacidad de amar y ejercer la misericordia; a nuestra dificultad para pedir perdón, ofrecer perdón, recorrer el camino de la reconciliación. Él desciende a nuestra muerte, a nuestro infierno, para proclamar: ‘La paz sea contigo’”.
Como señalaban en la invitación al acto los vicarios generales, Félix Alonso y Ángel M. Unzueta, la celebración “es una buena ocasión para concretar la apuesta de la Iglesia diocesana por la paz y la reconciliación, así como de mostrar el testimonio de una comunidad cristiana que, siguiendo el llamamiento del papa Francisco desea salir y hacerse presente como hospital de campaña junto a los que sufren”.
Según señaló el prelado, Jesús “nos enseña que lo que ha ocurrido ha dejado en nuestro corazón y en nuestra vida cicatrices grandes y profundas, pero que pueden y deben ser sanadas, aunque queden para siempre estas marcas que manifiestan una profunda injusticia, pero que también pueden ser curadas por el poder del resucitado cuando lo aceptamos presente y operante en nuestra vida”.
A la celebración, concelebrada por varios vicarios y sacerdotes diocesanos, acudieron fieles y familiares de víctimas, además de representantes de centros diocesanos y movimientos como la HOAC. En su alocución, Iceta dejó claro que “el amor es infinitamente superior al odio”. Y es que “el perdón sana profundamente nuestra naturaleza herida y agredida. El perdón otorgado por Dios, por la acción del Espíritu Santo, hace de nosotros criaturas nuevas y nos retorna a la vida, después de la noche del dolor y el sufrimiento”. Además, “el perdón restablece la comunión perdida, posibilita que de la enemistad y el odio pueda surgir una fraternidad nueva, probada por el sufrimiento, pero ahora impulsada y sostenida por la acción del Espíritu”.
“Señor, en tus brazos amorosos hemos depositado confiadamente a nuestros hermanos y hermanas tan injusta y dolorosamente asesinados”, sostuvo Iceta. Y continuó: “También en tus manos ponemos nuestras vidas: sana nuestras heridas, consuela nuestra tristeza, ilumínanos con tu gracia, renueva nuestras vidas para que renazca la ilusión, la esperanza y la alegría, como tus discípulos que se alegraron al verte resucitado, lleno de vida y eternidad, con tus cicatrices sanadas”. “Ayúdanos a pedir y aceptar tu perdón que restablezca la comunión y la fraternidad tan brutalmente destruida –subrayó–. Haznos servidores de tu reconciliación. Solos no podemos”.