Como laica, desde hace tres años y medio Verónica Rubí forma parte del proyecto misionero que desarrollan los Hermanos Maristas en la Panamazonía, que busca “ser una presencia significativa entre los niños y los jóvenes en situación de vulnerabilidad”.
“Yo había regresado a mi país, Argentina, después de siete años de misión en la diócesis de Xai Xai en Mozambique, y al reconocer que estaba dispuesta a volver a salir en misión, el Instituto Marista me propuso ir a Tabatinga”, comenta Verónica a Vida Nueva, detallando las implicaciones y los desafíos que representa la misión en la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú, particularmente con miras al Sínodo para la Panamazonía de 2019.
PREGUNTA.- ¿En qué consiste la misión que desarrolla la comunidad marista en el corazón de la Amazonía?
RESPUESTA.- Nuestra comunidad de Tabatinga hace parte de un proyecto marista de comunidades internacionales y mixtas, de hermanos y laicos/as. Hoy en día vivo temporalmente con dos hermanos brasileños. Se espera que la comunidad internacional esté constituida por cuatro personas: dos laicas, una de Australia y otra de Argentina, y dos hermanos, uno español y otro paquistaní, quienes están tramitando sus visas de permanencia en Brasil.
Las prioridades que tenemos como comunidad marista en esta realidad amazónica son tres: los niños, los adolescentes y los jóvenes; los pueblos indígenas; y las iglesias particulares de la triple frontera. Integramos una red que enfrenta la trata de personas de la triple frontera, trabajamos principalmente haciendo prevención en escuelas y comunidades ribereñas e indígenas de los tres países, para dar a conocer los mecanismos de la trata y el abuso sexual a menores, y así disminuir el número de víctimas. Además, asumimos la Caritas diocesana del Alto Solimões, y junto con otras fuerzas de la Iglesia trabajamos en la formación de derechos, de políticas públicas para que la vida sea más digna para todos. Por otra parte, acompañamos a un grupo de jóvenes Ticuna, el pueblo indígena más numeroso de nuestra región, y animamos junto con otros misioneros la pastoral vocacional diocesana, acentuando el llamado a la vida que todos recibimos.
P.- ¿Cómo es su experiencia como misionera laica en el contexto amazónico?
R.- Para mí la misión es compartir la vida y la fe, aprender las formas culturales del lugar, entrar en la vida de las personas con quienes vivimos, involucrarnos con ellos en las situaciones que enfrentan, buscar juntos caminos de solución, celebrar las alegrías. Ser misionera laica significa abrazar y asumir el bautismo, es ver el mundo con ojos de fe, reconocer que por la paternidad de Dios todos somos hermanos. El gran desafío es aprender a vivir juntos, ayudarnos, aceptarnos y querernos. Por la misión, por el deseo de compartir la experiencia del amor de Dios en mi vida es que me coloqué al servicio de los otros, lo cual implica ir a donde sea necesario, dejando familia, amigos, casa, profesión, seguridades, y cada día renuevo mi disponibilidad. La misión conlleva a ‘salir’, no siempre recorrer kilómetros, es salir de sí mismo para ir al encuentro del otro que es mi hermano.
P.- A partir de su contacto con los pueblos originarios de la Panamazonía, ¿cuáles han sido sus principales aprendizajes?
R.- La vida en Tabatinga nos pone constantemente en relación con los pueblos originarios. En los últimos años ha aumentado considerablemente la cantidad de personas pertenecientes a pueblos indígenas que por el acceso a la educación, a la atención médica o por la atracción que provoca la vida urbana se transladaron a la ciudad. En Umariaçu, tierra indígena Evaré, trabajamos con jóvenes ticuna con quienes difícilmente nos entendemos en portugués. ¡Es un grande desafío! Cuando salimos a otros municipios nos encontramos con los Kokama, Kambeba, Marubo, y otros pueblos. Aprendo cada día de sus formas colectivas de proceder, del valor que dan a las relaciones humanas, a las visitas, al ‘otro’ con lo que trae; aprendo de su relación con la naturaleza como madre, su respeto a la cultura y a las tradiciones, su sencillez de vida; aprendo mucho de la espontaneidad, alegría y cariño de los niños.
P.- ¿Qué espera del Sínodo para la Panamazonía convocado por el Papa para 2019?
R.- El Sínodo para la Panamazonía es una bendición de Dios, es una expresión de la Iglesia que Francisco conduce, que quiere acercarse a los pequeños, que quiere conocer las luchas de tantos pueblos indígenas que subsisten en medio del capitalismo, que quiere defender la vida amenazada de uno de los mayores biomas del planeta. Deseo que el Sínodo para la Panamazonía sea realizado en territorio amazónico para dar la oportunidad a los pueblos indígenas para que compartan sus idiosincrasias, sus cosmovisiones del mundo y de las relaciones; pero también, para dar la oportunidad a la naturaleza de expresarse con toda su exuberancia, belleza y diversidad, y observar con propios ojos la devastación y muerte provocada en nombre de ‘progreso’.
P.- ¿Qué se necesita para fortalecer la misión de la Iglesia ante los actuales desafíos pastorales de la Panamazonía?
R.- Creo que la Iglesia en la Panamazonía, contemplando los grandes desafíos de esta realidad tan diversa, tiene que abrirse a nuevas formas de presencia, especialmente para posibilitar el acceso a los sacramentos, por ejemplo, a través del diaconado de hombres y mujeres, y ordenando sacerdotes a hombres casados.
P.- ¿Cómo lograr que las realidades de la Panamazonía lleguen al Sínodo?
R.- Refuerzo la idea de que el Sínodo tiene que ser realizado en suelo panamazónico, y no en Roma, para que la biodiversidad amazónica se pueda manifestar a los participantes del Sínodo, no solo desde el discurso, sino desde la generosidad de su ser. Los momentos de espiritualidad del Sínodo tienen que ser preparados con las músicas, danzas, místicas, pinturas y expresiones indígenas que expresen sus cosmovisiones. Los misioneros y agentes de pastoral que estamos en la Panamazonía debemos ser ‘puentes’ que faciliten la preparación, dando a conocer el Sínodo y motivando a los pueblos a expresar sus realidades a los padres sinodales.
P.- ¿Por dónde pasa el futuro de la Iglesia en la Panamazonía?
R.- El futuro de la Iglesia en la Panamazonía pasa por reconocer a Dios en todo lo creado, en experimentar y asumir la vida desde el ‘Buen Vivir’ que nos habla del cuidado y la armonía de la vida en todas sus expresiones.