Billy Moore es de esas personas que no necesitan de alambicados discursos para convencer. Su historia, su testimonio preñado de fuerza, es en sí mismo un aldabonazo en las conciencias capaz de coger el testigo de Don Quijote y afrontar la utopía de derrotar con la esperanza a la pena de muerte en todo el mundo.
Pasó 17 años en el corredor de la muerte en Estados Unidos. Su culpa, asesinar en 1974 a Fred Sttapleton, un técnico del ejército de Fort Gordon, en Georgia. Su redención llegó cuando escribió a la familia de su víctima y recibió una respuesta que no esperaba.
Todo lo que ha venido desde entonces hasta hoy para este pastor pentecostal que acompaña a jóvenes en barrios conflictivos y a presos lo cuenta en esta entrevista con Vida Nueva, días atrás en Madrid, adonde vino con la Comunidad de Sant’Egidio a ofrecer su testimonio en parroquias, centros sociales y colegios.
PREGUNTA.- ¿Cómo fue su gran cambio vital a raíz de la respuesta de la familia de su víctima?
RESPUESTA.- Me conmovió el que me ofrecieran su perdón, y de corazón… Estaban en su derecho de odiarme, pero, en cambio, se decían cristianos y me explicaban que Dios les llamaba a que me perdonaran. Yo ni siquiera podía esperar que me respondieran, mucho menos un regalo así. El punto de inflexión llegó cuando enviaron a verme a la cárcel a un pastor pentecostal amigo suyo. Él me habló de Cristo y me hizo ver toda mi vida a la luz del Evangelio. Desde entonces me convertí en una persona de fe.
La fe es tribulación
P.- En el corredor de la muerte pasó por momentos muy duros, pero la fe fue su principal sostén…
R.- En mi caso, la fe se basa en la tribulación. No es solo creer en algo que no se puede ver, sino que desafía a toda la lógica. Mi destino era morir en la silla eléctrica. Así lo fijaba mi condena y nada hacía esperar otra cosa, pero, contra todo pronóstico, la fe me hacía sentir que iba a vivir. No me siento una persona especial, pero quienes me rodean sí lo perciben. Mi mujer me dice que Dios ha puesto su mano sobre mí. Eso no deja de causarme asombro y un cierto peso. En la cárcel me reconfortaba mucho leer a san Pablo. En sus cartas expresaba la dureza de la persecución que padecía. Yo, entonces, comprendía perfectamente lo que sentía… Me quedaba con que, pese a todo, tenía fe. Me decía que, si él la tenía, yo también podía tenerla. Fue un gran ejemplo. (…)
P.- La propia Teresa de Calcuta vio algo especial en su historia, siendo una de las muchas personalidades de la época que se movilizaron por su puesta en libertad. ¿Siente que, en sí mismo, usted es un alegato contra la pena capital?
R.- Lo único que sé es que la gente que defiende la pena de muerte porque niega la imposibilidad de la redención, en mi caso, está equivocada. Por mi experiencia, sé que la que salió de la cárcel era una persona muy diferente de aquella que entró en ella. Tampoco es cierto el argumento de que este castigo frene los índices de criminalidad. En Estados Unidos, donde la pena capital dura 300 años, no es así, sino todo lo contrario. Un ejemplo en este sentido es Alemania. Tras todo lo que hizo el nazismo, al terminar la II Guerra Mundial, el país la abolió, reclamando que el Estado no tenía derecho a arrebatar la vida a nadie. Hoy vemos que el país se ha quitado esa pesada mochila de encima y encima es uno de los más solidarios, como demuestra su generosa respuesta con los refugiados. Está demostrado que cuando uno ayuda, progresa; mientras que, cuando se encierra sobre sí mismo, genera sentimientos como el egoísmo y el odio. (…)