Entrevistas

Anne Christine Girardot: “No tengamos miedo a los cambios que debemos afrontar como cristianos”

  • La directora francesa estrena en España su premiado documental ‘La Isla de los Monjes’
  • Ocho cistercienses le confían sus dudas, temores y anhelos tras la venta del monasterio y su inminente mudanza





El monasterio cisterciense de Sion (Holanda), que siglos atrás llegó a albergar entre sus muros a más de un centenar de monjes, está en venta. Sus ocho inquilinos actuales deberán buscarse un nuevo hogar para vivir, pero antes –en plena mudanza– han decidido compartir con la cineasta francesa Anne Christine Girardot sus recuerdos, sus inquietudes y sus ilusiones. El resultado es La Isla de los Monjes, documental que llega este 8 de diciembre a las carteleras de Madrid (Conde Duque Santa Engracia, Conde Duque Goya, Conde Duque Alberto Aguilera y Paz), Barcelona (Verdi y Gran Sarrià) y Valencia (ABC Park) precedido de un puñado de galardones.

PREGUNTA.- ¿Cómo nace este proyecto?

RESPUESTA.- Me enteré de que esos monjes que vivían cerca de mi casa en Holanda tenían intención de mudarse, y me pareció muy interesante, porque normalmente escogen un monasterio de clausura donde quieren pasar el resto de su vida. ¿Qué ocurriría para tenerse que desprender de ese lugar? Me resultó muy interesante, a nivel emocional y humano, indagar el porqué. Yo tenía también la experiencia de una tía mía carmelita en Francia que, después de 45 años de monja, tuvo que irse a otro monasterio por razones de salud y fue para ella una experiencia muy traumática. Quise seguirla con la cámara, pero la superiora no me dejó. Así que, cuando años después conocí la intención de estos monjes, me dije: “Aquí está mi segunda oportunidad”.

P.- ¿Entiende mejor ahora por qué alguien decide ingresar en un monasterio en pleno siglo XXI?

R.- Solo puedes entenderlo si tienes también realmente la vocación de ser monje. Entiendo lo que me dicen, veo que son felices, incluso a veces estoy algo celosa de la sencillez de su vida, de ese foco que ponen en Dios. Pero, al mismo tiempo, su vida me parece muy complicada: cuando tienen dudas, no hay nadie con quien poder hablarlo, porque buscan estar a solas con Dios. Algo dentro de mi alma me dice que comprendo la vida que escogen, pero que yo nunca podría hacerlo. Por eso me fascinó tanto también este tema.



Faros de la presencia de Dios

P.- ¿Cómo le explicaría a esta sociedad utilitarista y descreída la “utilidad” de lugares así y de personas dedicadas a la contemplación y la oración?

R.- Una vez le pregunté a mi tía carmelita cuál era su “utilidad”, y ella me contestó: “No sé si tenemos una utilidad, pero formamos un cuerpo con todo el mundo, y las monjas contemplativas somos los pulmones. Tú no ves lo que hacen los pulmones, pero suministran oxígeno a todo el cuerpo para funcionar”. Fue la primera imagen que tuve.

También les pregunté a estos monjes si eran útiles al mundo. Y me dijeron que su única utilidad es que están en él; que nadie se pregunta si unos árboles son útiles o no, que simplemente están. Uno me dijo: “Nuestra única utilidad es que somos un signo de la presencia de Dios en el mundo. Nada más”. De ahí ese faro que aparece en la película: siempre está ahí y proyecta su luz para guiar a los barcos, pero no tiene otra pretensión que estar y dar luz. Me pareció una bella imagen para hablar de los monjes.

Nosotros lo medimos todo en términos de utilidad, de prestaciones, del dinero que ganamos o de los proyectos que sacamos adelante. ¡Y ellos están tan alejados de este plan! Eso me encanta. Estos monjes nos dan un gran ejemplo: con su sola presencia son un signo de esperanza y de amor.

Seres humanos, no superhombres

P.- ¿Qué es lo que más le sorprendió de la vida cotidiana de estos hombres en clausura?

R.- Sin duda, el hecho de llegar a conocerlos como seres humanos y darme cuenta de que no son superhombres. De que, al fin y al cabo, se parecen a ti y a mí, que tienen las mismas dudas, las mismas emociones… No son extraterrestres. Tal vez, por su hábito, puedan resultar algo incómodos cuando están en un supermercado o van en tren; o lleguen a parecer casi como animales exóticos, pero son seres humanos. No son santos, son muy normales. Y por eso me encantó acercarme a ellos, que me dejaran acercarme, que se dejaran mirar…

P.- Después de haber pasado tantos días con ellos allí dentro, ¿piensa que es más fácil creer en Dios entre los muros de un monasterio?

R.- Allí dentro tienen menos posibilidades de perder el foco. Cuando eres creyente y vives en el mundo secular, te resulta difícil concentrarte en Dios, pensar en Él, rezar… Pienso que es un poco más fácil para estos monjes. Aunque creo que es lo único, porque su vida es bastante difícil. Si algo no funciona, si se sienten mal, no tienen la posibilidad decirle a un amigo: “Vamos a esa terraza a tomar una cerveza y hablarlo abiertamente”. Ellos tratan de pelearlo a solas con Dios, y eso me parece bien difícil.

Le he oído a mucha gente que esos monjes lo tienen muy fácil, porque se encierran en un monasterio, no necesitan dinero, tienen un edificio donde vivir, comida… Y dicen: “Yo también podría vivir así”. Pero yo siempre respondo: “Perfecto, inténtalo durante una semana”.

Una oportunidad para la renovación

P.- La mudanza de estos monjes es algo que está ocurriendo cada vez con más frecuencia en la vida religiosa de la vieja Europa. ¿Puede convertirse en una oportunidad para que nazca algo nuevo, como sugiere la película, otra manera de ser y estar en el mundo?

R.- Sinceramente, espero que pueda ser así, pero la Iglesia tiene que cambiar, renovarse. Hay muy poca gente que está llamada a llevar la vida de estos monjes y ser feliz con ella. No digo que vaya a desaparecer, pero no creo que haya muchísimos monjes dentro de diez años. Los tiempos están cambiando, pero no debemos tener miedo a eso, sino considerarlo una oportunidad para renovar también nuestra visión de la fe. Alguien dijo que el cristiano del mañana será un místico. Y no importa la forma de serlo: siendo monje o en tu trabajo como periodista. La búsqueda de Dios es algo universal, que nunca se va a perder. Pero tenemos que buscar formas nuevas y no intentar conservar las antiguas, que ya no tienen futuro. Siempre habrá personas que escojan radicalmente una vida de contemplación y de oración. Pero quizá se vayan a un desierto o a dar la vuelta al mundo para vivirlo de una manera distinta a estos monjes. No tengamos miedo a los cambios que debemos afrontar como cristianos. Lo tenemos que considerar una oportunidad para buscar nuevas formas de serlo.

P.- ¿Qué ha aprendido, como persona y como creyente, de este rodaje?

R.- Soy creyente, pero tengo dudas, peleas… Sobre todo en Holanda, es bastante difícil ser creyente hoy, porque hay muy pocos creyentes; y los que no creen nos discriminan bastante a los que creemos. No voy mucho a la iglesia y, cuando voy, me encantaría ver a más gente de mi edad. Además, tenemos un obispo que es muy estricto con las normas. Si algo me enseñaron estos monjes es que la fe no tiene nada que ver con reglas ni con la estructura humana que construimos y que probablemente necesitamos para creer. Se trata de una relación entre el ser humano y Dios, que vives con tus hermanos en la tierra, pero que no tiene nada que ver con normas ni estructuras.

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Etiquetas: cine










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