El corazón de la espiritualidad ortodoxa se ilumina por las novelas de Fedor Dostoyevski. Entre sus personajes que tienen un rol de guía –el monje Tichon de los Demonios, el stárets Zosima de los Hermanos Karamazov y su discípulo Aleša en Crimen y castigo (1866)–, la única guía espiritual, quien tiene un efecto fortísimo sobre el atormentado asesino Raskol’nikov, es una mujer, Sonja Marmeladova. Sonja es una prostituta empujada a la profesión por la angustia que siente frente a la miseria y al hambre de su familia, arruinada por la debilidad del padre borracho.
Esta elección, como más tarde la de otra Sonja, la mujer adúltera del Adolescente, ha dejado perplejos a algunos teólogos y filósofos. Estos personajes –han escrito– no solo no pertenecen a la Iglesia sino, en cuanto pecadores, no participan en las liturgias y los ritos ortodoxos. Pero se olvida que las mujeres como estas tienen un rol importante en los Evangelios (cfr. Mateo 21, 31, Lucas 7, 36-47). También en las obras precedentes ninguno de los personajes tiene la fuerza detonante de la fe de Sonja.
Dostoevsky trabajaba tomando apuntes que todavía se conservan. El 7 de diciembre de 1865 el escritor anotaba una frase que pone en boca a Sonja: “En una situación de comodidad, en la riqueza, probablemente vosotros no habréis visto ninguna de las desgracias humanas. Dios manda a aquel que ama y en el cual espera muchas desgracias, para que tenga experiencia personal y desarrolle un mayor conocimiento, porque el dolor humano se ve mejor cuando se sufre que cuando se es feliz”.
Esta frase prepara la nota del 28 de diciembre de 1865 en la cual, reorganizando los distintos hilos del texto que está elaborando, Dostoyevski escribe en letras mayúsculas “idea de la novela 1) la concepción ortodoxa, en qué consiste la ortodoxia: No se tiene la felicidad en una situación de comodidad. Es a través del sufrimiento que esta se alcanza. Esta es la ley de nuestro planeta, pero este conocimiento directo, percibido a través del proceso vital, es una alegría tan inmensa que se puede pagar con años de sufrimiento”.
Este pasaje, que es el núcleo vital entorno al cual el escritor elabora no solamente el libro de 1866, sino también los textos sucesivos, expresa parafraseando un concepto que está en la base de la concepción de Isaac de Siria, tan citado por los starcy de Optina y de otros autores ortodoxos.
“Aflicciones, preocupaciones, tentaciones, forman parte de los dones que Dios nos manda para preparar el camino (…). Nadie puede ascender al cielo viviendo en las comodidades. Sabemos dónde conduce el camino de las comodidades. No rechazar las tribulaciones porque por medio de ellas entrarás en el conocimiento. No temer las tentaciones porque en ellas encontrarás bienes preciosos (…). Beato el hombre que conoce su debilidad. De la comparación con la propia debilidad conoce también cuán grande es la ayuda dada por Dios. No hay un hombre que tenga necesidad y pida y no sea humillado. Y apenas el hombre es humillado, en seguida lo rodea y lo envuelve la misericordia (…). Quien de una vez haya conocido esta hora, de ahora en adelante tendrá la oración como un tesoro. Todas estas cosas bellas nacen en el hombre de la percepción de su propia enfermedad. De aquí de hecho por deseo de ayuda se estrecha a Dios. Y cuanto más se acerca a Dios con su pensamiento, más se acerca Dios a él con sus dones y, por su gran humildad, ya no le quita su mirada en él”.
Es entorno a estas ideas que el escritor construye su novela. Sonja ha pasado a través del sufrimiento desesperante de venderse a sí misma para dar de comer a los ancianos, los niños de su familia, al padre borracho, despreciado por todos, para el cual la habitación donde ella viva es “el único lugar donde ir”, el único donde puede ser acogido sin reproches. (…)