Hace muchos años, un sacerdote le pidió al niño nayarita Carlos Aguiar Retes y a sus compañeros de clase, que en un papel escribieran lo que deseaban ser de adultos. Les especificó que tenían que apuntar tres opciones, y el pequeño las anotó en este orden: piloto, sacerdote y médico. Ya como Arzobispo de Tlalnepantla, cuando en una ocasión contó aquella anécdota de su infancia, alguien le respondió: “Pues logró las tres. Porque una fue la principal, la de ser sacerdote, pero como se sabe, se es médico de las almas, y como obispo, hay que orientar y conducir la barca de la Iglesia”.
Lo anterior se supo por boca del propio cardenal Carlos Aguiar Retes, en una entrevista que le realizó en junio pasado el Vicario Episcopal de la Arquidiócesis de Tlalnepantla, monseñor Carlos Alberto Cardona Ríos, en torno a su vocación. En ella, el recién nombrado Arzobispo de México, recuerda su etapa de monaguillo, su paso por el seminario, e incluso, explica cómo surgió su amistad con el cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.
Jesús-Eucaristía y la familia
El cardenal Carlos Aguiar Retes no tiene duda de que su vocación se debe en buena parte a su etapa de monaguillo, tanto en un templo cercano a la casa paterna, como con los religiosos agustinos, pero también a un temprano desarrollo de su espiritualidad inculcado por sus padres y su abuela; con esta última, compartía el rezo del santo rosario y las horas santas. “La presencia sacramental de Cristo en las horas santas me impactó de niño; saber que ahí estaba Jesús, lo creí siempre firmemente”, dice.
La familia fue clave en su paso tanto por el Seminario de Tepic como por el de Montezuma, Nuevo México. Asegura que los principios cristianos que le inculcaron sus padres le permitieron una madurez humana y espiritualmente adecuada. “En el seminario, yo veía a los compañeros que flaqueaban con facilidad, y notaba en mí una fortaleza y capacidad de afrontar situaciones adversas con mucha resistencia, no me doblegaba ante las disciplinas tan duras que a veces los formadores de aquella época pedían a los seminaristas; decía: ‘si quiero ser sacerdote, las tengo que pasar’”.
Los estudios de filosofía le habrían ayudado mucho a entender el mundo, especialmente lo que cree y espera el hombre, pero aún no estaba plenamente seguro de que lo suyo fuera el sacerdocio, sino hasta que comenzó a estudiar teología en el Seminario de Montezuma, orientado por los sacerdotes jesuitas, donde llevó a cabo un discernimiento más profundo, a la luz de la espiritualidad ignaciana.
Sí quiero ser sacerdote
“El sacerdocio siempre implica renunciar a la vida de familia y al matrimonio, dos cosas que yo siempre valoré muchísimo, las valoro siempre que veo esas familias tan hermosas; sin embargo, el discernimiento… para saber qué es lo que Dios quería de mí, me hizo tomar una decisión muy fuerte, muy decidida a ser sacerdote”, explica.
A partir de entonces nunca titubeó. Jamás dudó si iba a fallar, si lo iba a lograr o si en el camino iba a romper su ritmo de vida sacerdotal. “En la medida que va pasando el tiempo, eso me ha seguido ayudando muchísimo en mi vida ministerial”.
Recuerda el Arzobispo de México electo que en aquella etapa de discernimiento, lo que los sacerdotes formadores enseñaban a los seminaristas sobre lo que la Iglesia quería tras el Concilio Vaticano II –que acababa de concluir–, coincidía con lo que él deseaba: “Descubrí que el Concilio era lo que yo quería. Eso me hizo fortalecer plenamente la decisión de solicitar el ministerio sacerdotal. Y el Concilio ha sido la brújula durante todo mi ministerio sacerdotal y ahora en el episcopal”.
Dos pastores, dos amigos
El cardenal Carlos Aguiar Retes convivió con el papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires. Recuerda que fue en el 2001 cuando, como Secretario General de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), lo conoció por primera vez; posteriormente coincidieron en Roma, en el Sínodo sobre el papel de los obispos en el mundo actual, donde ambos participaron en la misma mesa de trabajo.
Cuenta el Arzobispo: “Estando participando en el Sínodo, recibí la noticia de que a mi mamá le habían encontrado cáncer de páncreas, y le daban máximo mes y medio de vida.
Cuando me lo notificaron ya habían pasado tres semanas de aquel diagnóstico, y aún faltaba una semana más de trabajo en el Sínodo. Yo aguanté, pero de pronto mis hermanos me informaron que mi madre se había agravado, y si no viajaba pronto, quizás ya no alcanzaba a ver con vida. En ese momento fui a hablar con el cardenal secretario del Sínodo para explicarle por qué me tenía que retirar. Esa tarde, tuve una reunión con el grupo de trabajo del cual era el secretario, y con toda franqueza les expliqué la situación por la que estaba pasando mi mamá, así como mi decisión de ausentarme y la necesidad de que alguien más continuara con mi trabajo. Cuando me retiraba, sentí que alguien me jaló del brazo, como diciendo ‘detente’. Era el cardenal Bergoglio, quien me dijo: ‘Carlos, nos has dado hoy una expresión que es muy necesaria que se dé en medio de nosotros los clérigos; normalmente, cuando pasa algo como lo que te está pasando, que te vas a tener que ir, los clérigos nada más desaparecen, no dicen nada de qué es lo que están viviendo, y y tú hoy nos has comentado lo que estás viviendo, te lo agradezco, cuenta conmigo’”.
Para Aguiar Retes, fue en ese momento cuando surgió la amistad con el actual Pontífice. A partir de entonces hubo varios encuentros, hasta llegar a la Conferencia de Aparecida, Brasil, cuando volvieron a colaborar juntos, “pero ahora no sólo como compañeros de trabajo, sino como amigos”.
Recuerda que en 2013, cuando lo eligieron Sumo Pontífice, sintió una gran alegría, y se propuso visitarlo en Roma. “Cuando me vio en la puerta, me dijo: ‘Carlos, ¿qué estás haciendo tú aquí’? Para mí, la satisfacción fue escuchar que el Papa me hablaba por mi nombre; anteriormente me había encontrado muchas veces con Juan Pablo II y con Benedicto XVI, pero siempre el trato fue de ‘Su Excelencia’, y escuchar que el Papa me hablaba por mi propio nombre, fue otra cosa”.
Asegura el cardenal Aguiar Retes que aquella amistad de más de cinco lustros continúa ahora con mayor intensidad luego de que el año pasado el Santo Padre lo llamara a formar parte del Colegio Cardenalicio.