El origen del tatuaje se remonta a los mismos inicios de la humanidad. Su antigüedad data de más de tres siglos antes de Cristo; prueba de ello son las diferentes momias que, al conservar su piel, han dado evidencia de dibujos, trazos y símbolos sagrados en el rostro o el cuerpo, como la momia de la cultura Chinchorro en la costa de Chile (2000 a. C.); la de Amunet (2160 a. C.), sacerdotisa de la diosa Hathor del Antiguo Egipto o la del Hombre de Hielo (3300 a. C.), hallada en un glaciar en los Alpes de Ötztal. En las diferentes culturas donde se han adoptado los tatuajes, estos han tomado significados múltiples que dan cuenta de las creencias, la ritualidad, los ornamentos, las relaciones sociales, los tabúes, e incluso, los castigos. En Occidente, los tatuajes fueron adoptados por los navegantes europeos, que en contacto con los nativos americanos, aprendieron este arte. Hoy, los tatuajes son objeto de análisis semiótico, generan reflexiones desde muchas disciplinas y avivan debates sobre la discriminación de quienes los exhiben.
Qué nos dice la piel
El cuerpo, afirma Umberto Eco, es el inicio del ser, donde comienzan los derechos de la corporeidad y reside su capacidad expresiva y perceptiva. Es el cuerpo lo que vestimos, adornamos o modificamos dentro de nuestros marcos de referencia. El cuerpo comunica y el tatuaje, sobre él, por su carácter de trazo, de signo o de escritura comunica doblemente. La piel es, entonces, el sustrato en el que, quien se tatúa, puede dar cuenta de su lazo con el mundo espiritual, a la manera de un tótem que lo conecta con lo primitivo. Desde la perspectiva psicológica, el tatuaje expresa una dimensión de la personalidad, manifiesta la forma de asumir un camino para tramitar las pérdidas o deseos, exterioriza las transformaciones de la identidad y posibilita relaciones con el entorno, como en el caso de las figuras de henna (mehndi) sobre el cuerpo de la novia que, para la cultura india, representan el amor del esposo y de la suegra hacia la joven mujer. Entre más intenso es el color del tatuaje, más profundo es el afecto de la nueva familia. Desde otra perspectiva, los tatuajes pueden ser la manera en la que el cuerpo adquiere una dimensión biopolítica y lo tatuado es el recurso para la emancipación, la subversión y la resistencia. Por esta vía, el tatuaje se ha erigido como una manifestación contracultural y libertaria, toda vez que los individuos, que deberían compartir los modelos imperantes de belleza y las representaciones sociales de lo estético, rompen intencionalmente con ellas. No obstante, el carácter simbólico del tatuaje siempre ha sido la otra cara de su sentido accesorio, a la vez que su rasgo personal (ansia de diferenciación) está en la otra orilla de lo colectivo (pertenencia a una comunidad). Sea cual sea su significado y función social, cada tatuaje posee un alto valor para su portador, pero, en ciertos contextos sociales, su connotación inmediata y unívoca es con la rudeza y la irresponsabilidad.
Discriminación y transgresión
Por su visibilidad y permanencia, entre los romanos, los tatuajes aludían a la vergüenza, a lo punitivo o a la posesión. Una práctica generalizada para esta sociedad fue hacer marcas indelebles en la frente de la persona, para visibilizar su estatus de esclavo, de fugitivo o de calumniador. Se dice que a los esclavos que se habían dado a la huida y eran capturados nuevamente se les tatuaba en la frente la frase “detenme, estoy huyendo” y que, en contraste, ninguna persona con estatus de ciudadano romano podía ser sometido a tal vejamen. Esta connotación negativa del tatuaje parece ser la que más se ha afianzado en las sociedades occidentales. En muchos contextos la persona tatuada es vista como un outsider que, a la periferia de toda norma, transgrede con su imagen las convenciones simbólicas y estéticas de su sociedad. Sin embargo, esta interpretación solo podría tener cierta validez al referirse a tatuajes de tipo identitarios que, como en el caso de los tatuajes carcelarios o de las pandillas, dan cuenta de la ideología, de la necesidad recordar el pasado criminal y de crear un código gráfico que, en muchos casos, es la manera de infundir temor y sobrevivir en prisión. Calcando las formas, hoy día, personajes de la farándula se tatúan al “estilo pandillero” por razones de mercadotecnia o por moda. Ellos, como afirma Gamaliel Cañedo, tatuador del estudio Black Soul, “pueden darse ese lujo, porque jamás vivirán discriminación dado que no son morenos y tienen dinero”. La discriminación a las personas tatuadas se hace más evidente cuando en muchas empresas las “políticas de imagen” descartan a candidatos que están visiblemente tatuados; por ejemplo, en Estados Unidos, ningún miembro del ejército o de la policía puede tener tatuajes en lugares visibles; en Japón, el sistema judicial afirmó que no se viola ningún derecho si se pide a los empleados que cubran sus tatuajes y en Nueva Zelanda, donde los tatuajes se asocian a la cultura maorí, la discriminación laboral por tatuajes, ha creado un debate nacional, según cuenta el bloguero Ricardo Durán en su reflexión sobre si debería ser ilegal la discriminación laboral por tener tatuajes.
En Egipto, donde el cristianismo copto no supera el 10% de la población, los tatuajes en forma de cruz son un signo de identidad y una manera de hacer tangible la espiritualidad de esta minoría. Las pequeñas cruces, hechas en color verde o azul en la mano derecha, fueron inicialmente usadas como marca distintiva en los huérfanos de padres cristianos que murieron en la guerra, para que los niños no fueran criados en la fe del islam. Actualmente, para los coptos este tatuaje también es símbolo de reafirmación, orgullo y protección ante un entorno que consideran hostil hacia su fe. Sin embargo, lo que para unos es sagrado, para otros es pagano. Según algunas interpretaciones del Corán, Dios desaprueba cualquier modificación al cuerpo, pues es creación e imagen divina. En Etiopía, como en Egipto, los tatuajes de cruz son hechos con una técnica artesanal y casera; la diferencia es que en Etiopía los cristianos ortodoxos son la mayoría; por ello, el tatuaje suele estar en lugares más visibles como el rostro o el cuello. A su llegada a Etiopía, una vez convertidos al cristianismo o para no ser rechazados por su origen, algunos migrantes judíos se tatuaron cruces. Cuando retornaron a Israel en la llamada Operación Moisés (1984-1985), sus tatuajes debieron ser borrados, porque debían mostrar su conversión y al igual que el islam el judaísmo lo prohíbe.
(FOTOS: ZÓCALO)