Es una forma amortiguada de mencionar la continuación de viejos odios y miedos. La persecución implacable a los líderes sociales, los asesinatos que no paran, como si un plan frío y metódico los regulara, la persistencia, a través del tiempo y de los gobiernos, indica que esta mutación de los odios partidistas es una raíz no extirpada de nuestras violencias.
No son unos líderes cualquiera los que han sido asesinados; son hombres y mujeres comprometidos con los derechos de los más débiles de la sociedad: campesinos, indígenas, negros, organizaciones populares, que cuando se los enumera hacen pensar que alguien los teme porque los elimina. ¿Por qué temer a los más débiles?
En realidad no se los teme, se teme su reclamo de justicia que deja al descubierto, como una herida abierta, el abuso. Entre los muertos hay líderes que defendían el derecho a la tierra de campesinos inermes; su sola existencia, su voz, sus reclamos hacen que se vean esas tierras como propiedades ajenas, a pesar de las escrituras, de los sellos y trámites con que se ha pretendido limpiar y hacer definitiva su tenencia.
Algunos líderes fueron asesinados porque reclamaban salarios justos, o prestaciones sociales para campesinos o trabajadores. Las voces de estos líderes suplieron las silenciadas voces de las conciencias de patrones, empresarios o negociantes que explotan a sus trabajadores. Los líderes les abrían los ojos a los explotados, los hacían conscientes de sus derechos y por eso los mataron.
Cuando persiguen y asesinan a estos líderes se trata de extirpar el peligro que representa la actividad y la existencia misma de líderes de izquierda. Es una explicación vaga, sin más consistencia que el rechazo instintivo y la reacción emocional ante personas, movimientos o ideas que, de acuerdo con su pequeña visión del mundo, ponen en peligro sus posesiones.
El miedo, que aumenta y destroza las proporciones de todo, se encarga de mostrar a los líderes sociales como un peligro del que deben protegerse terratenientes, patrones y empresarios.
Así se entendió la operación asesina contra la Unión Patriótica, y ha sido la explicación para la sostenida persecución a los líderes sociales. Es irrelevante y distractora la polémica sobre si estas muertes obedecen a un plan fríamente trazado y ejecutado, o si se trata de hechos aislados. Todos son resultado de la misma idea que da una prioridad absoluta a la posesión de bienes o de tierras; además les da a los humanos la categoría de medios utilizables para un fin, en este caso la protección de la propiedad privada, como objetivo supremo de las políticas y de las actividades empresariales. Se suman estos elementos y el resultado es la eliminación de todos y de todo cuanto ponga en peligro el culto idolátrico a la riqueza, bien o mal habida.