¿De qué paz hablamos? Hoy, de la paz del posconflicto. De la paz negociada que ahora hay que construir social y políticamente. Terminó una guerra. Bendito Dios. Comenzó el tiempo para la construcción de la paz en el posconflicto. Pero este no debe ser armado. Ni vengativo. Ni injusto. Porque eso sería la continuación de la guerra. Con los acuerdos y el desarme se canceló la guerra. Ahora hay que afrontar sus causas para que no se vuelvan a repetir.
Cancelemos definitivamente la guerra que ya cesó, gracias a Dios. Y hablemos con sinceridad de la violencia que no debemos terminar: de la violencia y de la construcción colectiva de la paz. Esa es la tarea después de los pactos y el desarme. Tarea del Ejército y de las FARC. ¡Sí! Tarea del Gobierno y del Estado. ¡Sí! Pero es también tarea fundamental del pueblo colombiano velar y ayudar para que se cumpla lo pactado. Y cuidar para que la guerra no se vuelva a adherir a nuestro corazón. Esta es la piedra angular de la paz.
¿De qué paz estamos hablando? Primaria y fundamentalmente se trata de la paz pactada entre el Gobierno y las FARC, en nombre de Colombia. Ese pacto nos permite llegar al cese de la guerra y al comienzo de la paz. Sí. Hablamos de una paz que nos comprometimos a construir. Y se trata también de la paz que estamos negociando con el Ejército de Liberación (ELN). Se trata del fin de la guerra y de un cambio personal y comunitario, histórico, que nos lleva a un cambio cultural y humano. Pero, además, todos sabemos que la paz se construye sobre la verdad, la justicia y la garantía del perdón y de la no repetición. Y esta es tarea principalmente del Estado. Pero se trata también, claro está, del “desarme civil” y de la reparación justa, posible y cierta. No se trata, pues, de olvido ni de venganza ni de impunidad. Se trata del fin de la guerra. Y el comienzo de la construcción de la paz.
Construcción y tarea común
Obviamente, el solo Acuerdo firmado por las partes, Gobierno y FARC, no basta. Hace falta la construcción de una paz integral, política, social y cultural, que comienza por el perdón, pedido, dado y recibido entre nosotros, los ciudadanos. Es el primer y fundamental aporte de la ciudadanía. La paz no la hacen solo los exguerrilleros y el Estado. La piedra fundamental es la reconciliación nacional que se amasa y se continúa con la difícil reconstrucción de la verdad, la justicia y la reparación, que son los fundamentos de la garantía de la no-repetición. Es papel principal del Estado, con el apoyo indispensable de la ciudadanía. Es tarea de todos. Esa paz no se hace solo con los pactos sino, principalmente, en los corazones y en la vida cotidiana. La paz que comenzamos a “construir” es el modo humano de vivir y convivir en adelante, como hermanos y como ciudadanos, con iguales derechos y los mismos deberes. Esa paz pasa también por las víctimas y los victimarios. Para ellos son particularmente decisivos la verdad y el perdón y la reparación. Se llama reconciliación. Volver a unir lo que se había roto.
Un desafío particular es pasar de la cultura de la violencia a la cultura de la paz. La construcción de esa paz integral y ciudadana comienza por cambiar nuestra ancestral cultura de la violencia política, que atravesó a Colombia en el siglo XX. Y se multiplicó la violencia. Y llegó a todos porque se hizo cultura. Todos sabemos que la armada no es la única violencia. Que en una larga historia aprendimos a “ser” violentos. Y ahora lo reconocemos. Y quedamos frente al desafío de transformar nuestra relación familiar, social y política para construir la paz ciudadana. El camino hacia esa paz comienza por el diálogo y el reconocimiento de la responsabilidad mutua, ¡la de todos! Y para ello obliga el perdón pedido y concedido y recibido y un serio compromiso de todos con la reconstrucción cotidiana de la convivencia. ¡Todo ello fundamentado en la dignidad de la persona! Y en una manera diversa de vernos como colombianos.
Y, por supuesto, camino obligado y, a la vez, resultado esperado, es la construcción de una sociedad más equitativa, más justa, más humana. Y un Estado con armas, pero una sociedad desarmada. Y todos trabajando por la reconciliación entre nosotros. Y cuidando no alimentar la violencia cotidiana, esa que se nutre del odio y del no-perdón, la callejera, la “ciudadana”, la de los miles de asesinatos, ¡inmensamente mayores que los que se dieron en la guerra! Cuidado: ¡no usemos la “paz” para mantener la guerra! Ni busquemos nuevamente la guerra con el pretexto de mantener la paz. ¡No! La guerra terminó. Es el tiempo de la construcción de la paz.
Actores principales de la paz
Hablemos de la paz pactada. Finalizar la guerra con las FARC nos permite y exige la construcción desarmada de la paz. La guerra ya no puede seguir siendo un pretexto. Al contrario: la guerra desaparece y nace una enorme franja de la paz. Los actores principales de su desaparición son las FARC, el Gobierno y sus Fuerzas Armadas y la ciudadanía. Trabajemos unidos por la paz. Esa es la tarea conjunta.
- Las Farc desaparecieron como grupo armado. Muere la guerra. Y las FARC se desarman y se transforman en partido político; y recuperan su derecho a la participación en política y asumen su deber de renuncia absoluta a la violencia. Pero ahí no termina la guerra. Las guerras armadas en Colombia son múltiples. Por ello también avanza una época de conversaciones con el ELN y con algunas otras organizaciones armadas delincuenciales.
Por otra parte, aunque es complicado de entender, Gobierno y ciudadanía aceptamos que el fin de la guerra con las FARC es su muerte como movimiento armado. Y es su transformación en un partido político que renuncia a la guerra y se incorpora a la vida nacional para luchar por sus ideales, con iguales derechos y deberes de todos los partidos. La guerrilla buscó el diálogo, ¡se desarmó! Ahora busca transformarse en partido político. Todos, exijámosle y ayudemosla a que sea transparente. Ese es el gran final de “esta” guerra y el comienzo de un horizonte de paz. Pero no todo depende solo de las FARC. Porque el fin de la guerra era la condición urgente para comenzar una convivencia nueva y se logró, ya no hay espacio para las disculpas. Ahora la paz depende también del gobierno y de la Sociedad Civil.
- ¡Sí! Papel definitivo le corresponde también al Gobierno. Para muchos es más complicado todavía, entender que Gobierno y guerrilla sean actores esenciales y definitivos. Pero sí. Si ellos fallan, falla la paz. Por eso, también hay que saber elegir el nuevo Gobierno. Y hay que transformar también la política, el viejo modelo político de la enemistad partidista. Esa “guerra” ya pasó. Y tampoco se puede usar el pasado de la guerrilla como razones para mantener otras formas sociales de violencia. Así la paz sería un camino muy difícil. Por el contrario, el Gobierno todo trabajará para pasar todos los días de la guerra a la paz. Este tiempo es la posguerra militar. Las guerrillas acompañan los acuerdos. Pero también es el tiempo de la justicia, el crecimiento y la igualdad, bases indispensables de la paz. Con ello comienza, además, un nuevo tiempo del Estado, articulado a la ciudadanía y a la política democrática, para construir un nuevo país.
- Pero no todo depende solo del Gobierno o de las FARC. También nosotros, los colombianos, esperamos y agradecemos y nos comprometemos con una opción clara y pública por la construcción de una convivencia ciudadana en paz. Sin nosotros no hay paz. Hay que seguir leyéndola bien. Pidamos una información programada de lo que ya se está haciendo y de lo que se va a hacer. ¡Si! Para la ciudadanía también llegó la posguerra política que se define en un pensamiento claro y exigente de los colombianos, sobre el fin mismo de la guerra y de toda forma de violencia ciudadana. Pensemos y construyamos el nuevo modelo social, económico y político que necesitamos; y apoyemos decididamente el compromiso con el cumplimiento de lo pactado para la construcción de la paz. La paz política y social es hoy en día la más ambigua, a pesar de ser la fundamental. Que los que creen en la guerra o no creen en los pactos que lo hablen. Pasemos de las armas a la palabra, de la guerra a la política; de la desigualdad y la injusticia, a la convivencia y el compromiso ciudadano y estatal con la construcción de la nueva Colombia.
Que los que creen en la necesidad de no ahorcar la paz, que se la jueguen. Que se organicen. Esta es la “política” fundamental. Y se debe jugar de manera pública, abierta y transparente. Pero sin que la paz sea un “mercado” de votos, o, si lo fuera, que todo el que la incluya en su programa político, lo diseñe y lo publique, y lo dialogue con los oponentes, con verdad, respeto y estilo reconciliador: un ejercicio democrático modelo de paz. Porque −no podemos olvidarlo− la paz es una cultura solo si está en la mente y el corazón de las personas. Y no siempre la paz es la primera opción en muchos corazones. En ellos anidan todavía otros intereses. Los recuerdos: la muerte, la orfandad, la soledad… Todos ellos y todos nosotros pongámosle condiciones a la paz, pero de frente, respetuosamente; más aún, fraternalmente. Sin violencia. Construyamos la paz en paz.
El Dios de la paz
La paz necesita y merece el perdón y la reconciliación entre nosotros. No pasemos cuenta de cobro del pasado. Reconstruyamos el país. Y solo discutamos fraternalmente el futuro que soñamos. ¡Sí! Fraternalmente. Y despertemos votos. Todos. Así en una familia de tres haya tres posiciones diferentes sobre la paz. Eso es política. Eso es familia. Eso es humanismo. Ese es el camino hacia la paz y su punto de llegada. Guerrilla, Estado y sociedad civil y confesiones religiosas tenemos la palabra.
En Navidad los cristianos pedimos “paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”. Esas son palabras claves especialmente para nosotros, los creyentes, que creemos que hay un solo Dios, padre de todos los hombres. A Él lo llamamos el Dios de la paz. Y juntamos su glorificación en el cielo con la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El colombiano creyente sabe que, por su fe, es un constructor de la paz. Amemos a Dios como padre y a los colombianos como hermanos y cerremos filas en favor de la paz. Eso da gloria a Dios en el cielo y en la Tierra paz a los hombres que aman el Señor. Feliz Navidad.
Monseñor Nel Beltrán