Es el título de una carta dirigida a los capellanes, firmada por el titular del Obispado Castrense, Santiago Olivera.
La tarde del 18 de diciembre se ha vivido una triste jornada en la ciudad de Buenos Aires. La violencia desatada en la calle y en el seno del mismo Congreso Nacional, fue una motivación para que Santiago Olivera expresara: “…siento el deber de iluminar, junto a ustedes, queridos Capellanes, con nuestra reflexión estos acontecimientos que se suceden”.
La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal había expresado el pasado 15 de diciembre, que “para responder a las muchas urgencias y angustias de nuestros hermanos más frágiles, especialmente los jubilados, no existen dos caminos: el diálogo o la violencia. Solamente hay uno, el diálogo”. El mismo 18, hizo un llamado a la no violencia y a construir amplios consensos. Ante estas expresiones que asume plenamente, Olivera agrega el viejo principio de no justificar el fin por sus medios, en ninguna ocasión o circunstancia.
“Acciones como la que hemos vivido en estos días ante el Santuario de la Democracia que es el Congreso Nacional, constituyen un signo de intolerancia inadmisible e incomprensible desde el lugar que les compete tanto a quienes pretenden expresar sus legítimos derechos a manifestar su inconformidad por ciertas decisiones que no comparten y también a aquellos que tienen como misión representar y defender los legítimos intereses de los argentinos, especialmente los intereses de los jubilados, nuestros queridos hermanos mayores”.
“Una vez más la paz social ha sido agredida. En nuestra Patria se debe garantizar y respetar a toda la comunidad y a cada uno de sus integrantes el derecho a manifestarse, pero sin violencia…”.
Olivera recuerda que en el marco de una propuesta seria de convivencia social orientada hacia el bien común, contribuir a la paz social implica no sólo garantizar la justicia y la libertad, y la verdad de los hechos, sino también defender y promover los derechos humanos de todos. No quedó atrás el pedido de responsabilidad de los que causaron daño.
El obispo castrense reafirma el diálogo como el gran instrumento de construcción y consolidación de la democracia, y apela como testigos de la fe, al compromiso de la Iglesia con el diálogo que nace de la fe en Jesucristo y en la verdad del Evangelio.
“Cuando pensamos en la Patria, pensamos en una realidad que reúne voluntades y convoca a nuevos estilos de participación y de pertenencia. La Patria como herencia recibida de las mujeres y los hombres que nos precedieron, y, sobre todo, como país que forjamos hoy, desde todos los rincones, como una construcción que continúa por generaciones.”
En otro de los párrafos pidió gestos de quienes tienen responsabilidades: autoridades gubernamentales, miembros de la justicia y del poder legislativo, y de los líderes religiosos, para transitar por los caminos de la concordia y de la búsqueda de proyectos políticos comunes, y del bien común como deber de todos los miembros de la sociedad.
Finalmente, exhortó: “Quisiera pedirles, hermanos sacerdotes, Capellanes, que cada uno con su gente en sus realidades pastorales, intensifiquemos la Oración por la Patria, y ofrezcamos nuestras Eucaristías diarias pidiendo por la Paz y la Justicia, como también por la Patria”.
“Volvemos a elevar nuestra oración por los heridos de uno y otro lado y para que todo reclamo y conflicto se resuelva en paz y justicia social, por eso rezamos: “Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos, concédenos la sabiduría del diálogo, la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común, aborreciendo el odio y construyendo la paz.”