Lejos de los escaparates y el ruido, el mensaje de la Navidad cala muy profundo tras los muros de los monasterios y conventos. En el silencio y en la austeridad, los signos festivos brillan con una luz más penetrantes y hacen descubrir el sentido del niño que nace en Belén. Por ello, Vida Nueva se ha adentrado en tres monasterios de religiosas contemplativas y en una comunidad de vida activa para descubrir cómo celebrar el Misterio desde lo escondido.
Tiempo de fraternidad
Es lo que experimentan las Oblatas de Cristo Sacerdote en su monasterio, situado discretamente a pocos pasos de la estación de autobuses de Salamanca. El silencio de las semanas previas de Adviento, vividas en clave penitencial, se rompe con la cena de Nochebuena. Es “una cena de ‘parleta’, que decimos nosotras, es decir, hablando”, dice la Madre Adoración Villaverde. En la cena se reparten las felicitaciones a las hermanas –ya que durante el adviento se han guardado–, “que es un momento muy esperado por todas”. El menú de fiesta se decide en función de los regalos de la gente que se ha acercado al monasterio. “No tenemos que comprar nada”, señala.
Se preparan a la Misa del Gallo, a medianoche, con una vigilia cantada en gregoriano y una hora de oración. “Es una celebración sencilla, bonita y de muchas sorpresas”, señala la superiora. Tras la celebración, las hermanas recorren todos los rincones del convento cantando villancicos y descubriendo las zonas adornadas por cada una de las religiosas, ya que los rincones se llenan de imágenes del Niño Jesús. El último lugar, la sala de comunidad donde se bendice el belén siguen los villancicos.
Alegría frente al frío
La tradición de vestir imágenes del Niño Jesús fue muy difundida por san Teresa de Jesús. Por ello las Carmelitas de Mancera de Abajo (Salamanca), el día 24, celebran la “procesión de los peregrinos” cuando las imágenes de la Sagrada Familia “visitan todas las dependencias del convento, incluidas las celdas de las hermanas, mientras se cantan unas coplas navideñas”, cuenta la Madre Paloma.
También en este monasterio, la Navidad pone fin a unas semanas sin correspondencia ni visitas, “para que sea la alegría de Navidad lo que haga frente al frío y nos haga abrir el corazón de par en par”, confiesa. El momento significativo de vida fraterna es la comida del día 25, ya que hasta la Misa del Gallo –en la que se canta una misa popular, la pastorera– se mantiene el ayuno.
Nada nos quita la ilusión
Sor Agnes María es una de las dos clarisas originarias de la India, de las once que viven en el Monasterio del Corpus Christi de la capital salamantina. En su vida contemplativa ha descubierto el bacalao en las cenas de Nochebuena –algo que no falta en la comunidad, junto con “un poquito de anís”, confiesa–. Estas navidades han hecho el juego del amigo invisible entre las hermanas. Llevan todo el adviento rezando intensamente unas por otras y el día de Navidad, además, se intercambiarán algún regalo.
Las celebraciones empiezan pronto, cena a las siete y media ya que su capellán celebra la misa a las diez de la noche –a medianoche tiene que estar en su parroquia–. Antes, al acabar la cena intentan “sentir las necesidades del país” a través del mensaje del Rey, que escuchan por la radio. Y, tras la misa, no faltan las panderetas, las castañuelas y los bailes “aunque una hermana se ha roto la cadera, pero no nos quita la ilusión”. Durante la semana son tantos los que se acercan a su capilla que tiene Adoración Perpetua y que ha rescatado, en el belén, una Virgen María vestida de Divina Pastoral.
También en la vida activa
La tarde del 24 de diciembre el silencio reina en los habitualmente bulliciosos pasillos del colegio San Juan Bosco de Salamanca. Las 22 salesianas de la comunidad celebran la Navidad con un momento especial de oración antes de la cena de Nochebuena.
La salmantina Juli Herrero lleva ya más de sesenta años pasando la Navidad con su comunidad, en la actual lleva tres años. “Aunque algunas, por cuestiones de salud no pueden comer de todo, la cena de Nochebuena es un buen momento para hacer una excepción”. Habitualmente les ayuda una cocinera, pero ese día lo ultiman todo entre ellas y “el consomé es lo que nunca falta”, el resto del menú… sorpresa de la hermana encargada.
Tras la cena fraterna, las religiosas cantan villancicos hasta que llega la medianoche y participan en la Misa del Gallo en la cercana parroquia de los Jesuitas.
Sencillez, alegría, fraternidad, cantos y bailes… son los signos de celebración al Niño que viene, también al otro lado de las rejas.