Álex Holgado y Karen Margalet son un matrimonio de Sabadell que lleva tres años y medio de misión en el Vicariato Apostólico de Puyo, en Ecuador. Pertenecientes a la comunidad Christifideles Laici, están allí junto a sus hijos Sergio, Pablo, Lucía y Martina. Esta es para ellos su cuarta Navidad en un lugar que ya sienten como su casa. “Todavía se nos hace extraño –cuentan divertidos a Vida Nueva– cantar villancicos junto al pesebre o ver las calles adornadas con árboles navideños o trineos… en manga corta”.
“Salimos de España –recuerdan– un 7 de agosto de 2014 con seis maletas. No conocíamos nada de Puyo ni de la Amazonía ecuatoriana, solo que nos esperaba el obispo Rafael Cob tras casi trece horas de vuelo y cinco más de carretera. Atrás quedaban los abuelos, los hermanos, los tíos, los primos, los amigos, la parroquia, nuestro país. Dejamos nuestros trabajos, vendimos la casa y el coche. Nos despojamos de lo material y cada uno puso en su maleta unos libros, un peluche, unas fotografías, una imagen de la Virgen… Todo con los sentidos puestos en lo que Dios nos pedía”.
Los dos trabajan impartiendo clases de Religión en un instituto local. Además, han promovido una Escuela de Padres, dan charlas formativas a matrimonios y a jóvenes, participan en la emisora radiofónica del Vicariato, colaboran como profesores en el Seminario Menor San Francisco Javier y asesoran a parejas en crisis. “Las necesidades –aseguran– son enormes: la desestructuración familiar, la corrupción de los hábitos, la fe vivida como un rito social…”.
Frente a ello, buscan entregarse por completo: “Vinimos a ayudar, a desgastar nuestras vidas por Jesucristo y por la Iglesia. Y hemos encontrado amigos, excelentes sacerdotes y religiosas, personas y familias generosas que nos han acogido con cariño”. Esos tesoros son los que les llevan a sobreponerse de “los momentos en los que experimentas la debilidad, el cansancio o la desazón”.
Con todo, la esencia de lo aprendido es la capacidad de “vivir al día, sin nada propio. Todo es gratuidad. Porque, sin una entrega absoluta, no puede haber amor verdadero”. Por eso, si les preguntan por sus planes de futuro, la respuesta es clara: “No los tenemos. El Señor siempre trae las respuestas, a su manera, que es la mejor de las maneras, la que apunta a nuestra salvación”.
Una fiesta para los hijos
Volviendo a su vivencia de la Navidad, este matrimonio catalán la espera con mucha ilusión, en buena parte por sus hijos, involucrados en todo tipo de experiencias: “A Martina, nuestra hija pequeña, la han elegido para interpretar a la Virgen María, pues el villancico dice que sus cabellos son de oro y ella es la única rubia; suca, como dicen aquí. Así que este año Martina cumplirá con su papel en la celebración del colegio, en la de la catequesis y en el Pase del Niño que organiza la parroquia. Por su parte, Lucía y Sergio cantarán con el coro y Pablo, el mayor, acompañará al padre Henry a celebrar en alguna comunidad indígena”.
“La Nochebuena y la Navidad –prosiguen– la pasaremos en familia y, este año, con la compañía de dos sacerdotes misioneros mexicanos, los padres Bernardo y Omar. La idea es compartir una velada en la mesa, cantar villancicos y ver una película española por internet. La propuesta es La gran familia, ese clásico en blanco y negro que nos traerá no pocas nostalgias de la infancia”.
“Para nosotros –explican con un cierto punto de nostalgia–, la espera de la Navidad es prolongada, ya que vivimos desde antes del Adviento pendientes de los paquetes que nos envía la familia desde España. La incertidumbre es total, pues no sabemos si llegarán a tiempo por las retenciones en las aduanas y quién sabe cuántas historias más. Hubo un año que nos comimos los turrones en marzo. Pero siempre esperamos con ilusión. Las tarjetas de felicitación, los libros, las zapatillas de deporte que aquí no se encuentran del número 44… Cualquier cosa nos llega impregnada del amor de los nuestros, de las costumbres españolas, de nuestro país”.
“Estamos muy lejos de nuestra tierra –concluyen Álex y Karen–, pero aquí nos ha puesto Dios. Ese Dios que se hace hombre, que se encarna en un bebé, como acto de amor supremo para salvarnos. Aquí le cantamos y le adoramos confiados en su providencia y su plan de salvación”.