Este año, los viajes internacionales del Papa han sido cuatro: a Egipto, a Portugal, a Colombia y a Myanmar y Bangladesh.
En el primero, los días 28 y 29 de abril, el Pontífice visibilizó su cercanía con los líderes musulmanes y, al mismo tiempo, mostró su apoyo a los cristianos coptos, víctimas en los últimos años de los violentos yihadistas. La segunda visita, entre el 12 y el 13 de mayo, tuvo su colofón en la ceremonia que conmemoraba el centenario de las apariciones de Fátima.
El tercer viaje, del 6 al 11 de septiembre, supuso todo un espaldarazo de Francisco al proceso de paz que se ha culminado con el armisticio entre el Gobierno y las FARC. El último viaje, de 26 de noviembre al 2 de diciembre, estuvo protagonizado por el abrazo a los rohingya, una minoría islámica que, tras su represión en la antigua Birmania desde agosto, ha obligado a cientos de miles de ellos a refugiarse en el país vecino.
Dentro de los muros vaticanos, la actividad de Francisco no ha sido menos intensa. Como viene siendo una seña de identidad de su pontificado, su voz frente a todo tipo de retos para la comunidad internacional se ha dejado oír con la habitual fuerza. Así, su defensa de la cultura de la paz y el diálogo en Venezuela, su rechazo del odio de quienes matan en nombre de Dios o su apelación frente a las potencias que cierran sus fronteras de la situación de injusticia que infringen en los inmigrantes y refugiados han sido constantes estos doce meses.
Entre los muchos líderes mundiales que ha recibido en audiencia privada, su imagen, el 24 de mayo, junto al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el que el Papa posa serio frente a un sonriente mandatario, ha pasado a la historia.
Si bien la reforma de la Curia por parte de Francisco va completándose muy poco a poco, este año se ha producido un relevo de envergadura: el del prefecto de Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, quien ha sido sustituido por el que era su secretario en el dicasterio, el español Luis Francisco Ladaria. Mientras este ha adoptado un perfil bajo y no ha concedido apenas declaraciones a la prensa, el purpurado alemán, nombrado por Benedicto XVI, no ha disimulado su enfado por lo que entiende que ha sido un cese. Y eso que, como se ha repetido desde el Vaticano, la explicación es tan sencilla como que ha concluido su mandato de cinco años y, en esta nueva etapa, se busca potenciar la idea del servicio por un tiempo determinado.
En la Iglesia en España, dos grandes acontecimientos, ligados a Cataluña, han sido de los más remarcables en 2017. El primero, la designación del arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, como nuevo cardenal (elevado a ta condición en el consistorio celebrado el 28 de junio).
Frente al segundo, también le ha tocado situarse a Omella y al conjunto de la Iglesia catalana: el ‘procés’ político por el que las fuerzas soberanistas llegaron incluso a proclamar la independencia de Cataluña en el Parlament el 27 de octubre. Una cuestión que sigue totalmente abierta desde las elecciones autonómicas del 21 de diciembre y que ha despertado todo tipo de posicionamientos, a favor y en contra, entre la comunidad cristiana.
Más allá de Cataluña, también fueron significativas en nuestro país las elecciones en la Conferencia Episcopal Española (CEE), celebradas en marzo. El cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, ha renovado su cargo como presidente. Para el nuevo mandato, le acompaña en la vicepresidencia el cardenal de Valencia, Antonio Cañizares, que sustituye al purpurado de Madrid, Carlos Osoro.
Además, 2017 será recordado por la canonización en Roma de Faustino Míguez, fundador del Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora.
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