A estas horas, el papa Francisco está volando hacia Perú, adonde llegará en la tarde-noche del jueves 18 de enero, segunda etapa de este 22º viaje apostólico fuera de Italia que le ha llevado en la primera parte de la semana a Chile.
Me hace recordar la segunda y última vez que Juan Pablo II visitó Perú.
Cuando llegamos a Lima el 14 de mayo de 1988 procedíamos de una estancia de cuatro días en Bolivia, antes de seguir viaje a Paraguay, donde el general Strössner intentaría “vender” su dictadura mintiendo descaradamente ante un Juan Pablo II que no le dejó pasar una negando con enérgicos gestos de su mano cuanto afirmaba el funesto militar que no mucho después tendría que abandonar el poder.
En Perú, Wojtyla solo permaneció 40 horas, porque su objetivo era clausurar el V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos (Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela). El pontífice polaco ya había estado en el país andino del 2 al 5 de febrero de 1985, visitando sucesivamente Lima, Cuzco, Ayacucho, Callao, Piura, Trujillo e Iquitos, un itinerario exhaustivo como solo él podía hacerlo.
Entonces era presidente Fernando Belaúnde Terry; arzobispo de Lima el cardenal Juan Landázuri Ricketts (una de las figuras más excelsas de todo el Episcopado latinoamericano); y nuncio apostólico Mario Tagliaferri, a quien tuvimos ocasión de conocer y valorar durante su sucesiva estancia en España.
Tres años después, en la presidencia de la República había logrado a colocarse el joven e intrépido Alan García, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA); seguía en su puesto el cardenal Landázuri y el nuncio era monseñor Luigi Dossena, mucho más moderado que su predecesor.
En la ceremonia de acogida del aeropuerto, el presidente pronunció un discurso que se salía de la ordinario: “Bienaventurado es el Perú por su fe, porque sin ella se hundiría en la desilusión, en el odio, en la ambición. Dios ama a los pobres, pero no quiere que permanezcan en una forma de pobreza que humilla y degrada. Por eso nuestro pueblo quiere superar sus problemas, pero lucha sabiendo que su desarrollo no puede reducirse a lo material; lucha por enaltecer el trabajo porque con él el hombre se realiza”. Y con un gesto insólito se puso de rodillas pidiendo al Papa que perdonase sus pecados.
El Papa, después de evocar a san Toribio de Mogrovejo, santa Rosa de Lima, Martín de Porres y Sor Ana de los Ángeles, les recordó a los peruanos que “en este momento histórico es necesaria una solidaridad creciente entre todos vosotros y un nuevo descubrimiento de vuestras raíces humanas y religiosas para crear nuevas formas de justicia a todos los niveles y superar las funestas tentaciones del materialismo, para dar a todos los peruanos una dignidad renovada que les haga libres interiormente y conscientes de su destino frente a la sociedad”.
Estos piadosos deseos y aspiraciones, sin embargo, chocaban con el nacimiento en 1985 y posterior expansión de un grupo guerrillero maoísta denominado por su fundador, Abimael Guzmán, ‘Sendero Luminoso’, que acabó siendo más destructor y subversivo que la ya existente organización revolucionaria Tupac Amaru.
Los de Sendero nos reservaron dos “gratas” sorpresas: pocas horas después de la llegada del Papa, media ciudad de Lima quedó a oscuras gracias a un apagón, técnica en la que se habían hecho especialistas los guerrilleros. Simultáneamente, en las colinas cercanas a la capital habían encendido significativas hogueras como retos a las fuerzas de seguridad; días antes habían ametrallado la entrada del hotel cercano a la Plaza de Armas, donde fuimos alojados los periodistas del vuelo papal.
Por fortuna, esas demostraciones de fuerza quedaron ahí y todas las ceremonias se celebraron sin mayores incidentes. En todo caso, dos guerrilleros fueron detenidos por fuerzas de la marina en el trayecto entre el aeropuerto y la capital con uniformes militares y sendas metralletas. Sus intenciones no dejaban lugar a dudas.
Otro tema por entonces muy vivo era el de la teología de la liberación, de la que el peruano Gustavo Gutiérrez era considerado justamente uno de sus padres.
En su reunión con el clero peruano en la catedral limeña, Juan Pablo II les hizo esta advertencia: “Vuestros ideales de servir a los más pobres deben realizarse en todo momento de acuerdo con vuestra vocación de instrumentos de unidad. No podéis ceder a la tentación de rechazar a alguien reando diferencias y antagonismos. No podéis sustituir el Evangelio por opciones temporalistas (…). Sabéis que existen formas erradas de teología de la liberación en las que los pobres son concebidos de forma reductiva dentro de un marco exclusivamente económico y se les propone la lucha de clases como única solución posible. Se llega así a una situación de conflicto permanente, a una visión equivocada de la misión de la Iglesia y a una falsa liberación que no es la que Cristo ofrece”.
Conceptos que, con otras palabras, figuran en las dos declaraciones que hizo en su día la Congregación para la Doctrina de la Fe guiada por Joseph Ratzinger. Una problemática hoy completamente superada.