En esta tarde de sábado, el Santo Padre tuvo un encuentro con los consagrados en Trujillo, dentro de su tercer día de estancia en Perú. Sus palabras estuvieron centradas en la urgencia de que los sacerdotes y religiosos cultiven una vocación memoriosa. Allí expresó que “nuestras vocaciones tendrán siempre una doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo”. Y lo hizo a través de un discurso cargado de referencias cotidianas y múltiples interrupciones improvisadas que provocaron el aplauso, las risas y el respaldo de los centenares de peruanos que llenaban el patio del Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo, pertenecientes a once circunscripciones eclesiásticas del norte del país andino. .
Así, Francisco aseguró que “cuando falta alguna algo comienza a andar mal. Nuestra vocación es memoriosa: mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo”. A partir de ahí, compartió luego algunas virtudes de este ser memoriosos.
El Papa argentino se adentró entonces en el concepto de “la alegre conciencia de sí”, detallando que Juan el Bautista tenía claro que lo de él era señalar el camino, iniciar procesos, abrir espacios, anunciar el Mesías. “Nosotros no estamos llamados a suplantar al Señor”, señaló, apuntando que “se nos pide trabajar con Él. Ser memoriosos nos libra de la tentación de los mesianismos. Esta tentación también se combate con la risa: reírse de uno mismo, reconocer los propios límites, errores y pecados, aciertos”.
“Cuidémonos de esa gente tan importante que se ha olvidado de sonreír”, advirtió Bergoglio, que ofreció un sencillo consejo para frenar esta tentación: “¿Quieres la medicina para reír? Hay dos pastillas: una, rezar a Jesús y María, Y la segunda: Mírate al espejo. ¿Este soy yo? ¡Y te ríes!”. En ese momento, el Papa arrancó las risas de los asistentes. Más tarde retomaría esta idea sobre la necesidad de tener buen humor: “Un bonito test espiritual es preguntarnos por la capacidad que tenemos para reírnos de nosotros mismos. De los demás es fácil reírse, de nosotros es difícil”, dejó caer el Papa: “La risa nos salva del neoplagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a los otros”, reflexionó.
A partir de ahí se detuvo en otro de los retos a los que se deben afrontar sacerdotes y religioso: la hora del llamado. “Con la figura de Juan el bautista, se sabe que el encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Cada uno de nosotros conoce el dónde y el cuándo: ‘Ahí te encontró el Dios de la Vida’ para hacerte parte de su misión y ser”, explicó el Papa.
”Nuestras vocaciones son una llamada de amor para amar, amor de entrañas, amor de misericordia”, aseveró Francisco. Teniendo en cuenta la fe con la que fuimos formados por nuestras familias y vecinos, los exhortó a “no olvidar, y mucho menos despreciar, la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo”.
Fue entonces cuando el Papa lanzó la advertencia más contundente de su intervención: “Sepan acoger, acompañar y estimular el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo. No pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezar”. Una vez más, dejando a un lado los papeles, se dirigió al auditorio para inerpelarles: “No desprecies la oración casera, que es la más fuerte”.
Así, presentó al religioso como “una persona memoriosa, alegre y agradecida” frente a todo “disfraz” vocacional. “El Pueblo fiel de Dios tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido. El Pueblo de Dios es aguantador, pero reconoce a quien lo sirve y lo cura“, señaló.
Por último, el Papa invitó a los responsables de las comunidades ha ser portadores de una “alegría contagiosa” . Destacó la figura de Andrés que le confía a su hermano Pedro que ha encontrado al Señor para mostrar que la fe en Jesús se contagia. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, subrayó Francisco con el convencimiento de que “esta alegría nos abre a los demás. Y en el mundo fragmentado que nos toca vivir, somos desafiados a ser artífices y profetas de comunidad. Porque nadie se salva solo. Y en esto me gustaría ser claro. Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, ¡y cuánto mal nos hacen!”. Y les preguntó: ¿O me equivoco?”. De hecho, les comentó que “hay que cuidarse de la tentación del ‘hijo único’ que quiere todo para sí, porque no tiene con quién compartir”. “Malcriado el muchacho”, dejó caer ante las sonrisas cómplices de sus hermanos consagrados.
“A aquellos que tengan que ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pido, por favor, no se vuelvan autorreferenciales. Traten de cuidar a sus hermanos, procuren que estén bien; porque el bien se contagia”, apuntó el Papa, dejando de nuevo su discurso a un lado para mirar a los asistentes: “Si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un consagrado, que no contagia es un aséptico, es de laboratorio: que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a comenzar a contagiar el amor de Jesús”.
Cerró su discurso, volviendo sobre la idea de la vocación memoriosa, pero ahora para reivindicar el papel de los mayores de la comunidad: “Permitan que dialoguen los más jóvenes con los más ancianos, que son memoriosos, y háganlos hablar; necesitan que les vuelvan a brillar los ojos. Hagan soñar a los más jóvenes. Si los jóvenes les hacen brillar los ojos, los ancianos les harán profetizar”. Y remató su intervención echando mano de una anécdota relatada por el Nuncio Apostólico: “Me contó que, cuando estuvo en África, aprendió un dicho popular: los jóvenes caminan rápido, pero son los viejos los que conocen el camino”.