En la mañana de este martes 23 de enero de 2018 se ha presentado la Jornada de Infancia Misionera, que se celebra este próximo domingo 28 y cumple su 175º aniversario. El acto, celebrado en la sede madrileña de Obras Misionales Pontificias (OMP), ha contado con la presencia de Anastasio Gil, director de OMP España; Francisco Lerma, obispo de Gurúe (Mozambique); y Aarón Fernández Sanabria, hijo de una familia misionera en México, ya de vuelta en España.
Anastasio Gil ha destacado que la defensa de los niños “está en la misma entraña del Evangelio”, resonando hoy con idéntica fuerza el “dejad que los niños se acerquen a mí” que Jesús proclama en las Escrituras.
El director de OMP España ha apelado al lema de la presente jornada, ‘Atrévete a ser misionero’, glosando la “gran generosidad” con la que los españoles se volcaron en las colectas de 2016, lo que ha permitido apoyar, en 2017, hasta 490 proyectos en todo el mundo: 315 en África, 164 en Asia, nueve en América y dos en Oceanía. Aparte, buena parte del 10% del presupuesto que OMP destina a emergencias, recayó en programas de atención a niños refugiados en distintos enclaves de frontera de Europa.
Los jesuitas del Polo Norte
El murciano Francisco Lerma, sacerdote y misionero de la Consolata, lleva 47 años como misionero en Mozambique. Tras cuatro décadas en las que vivió todo tipo de experiencias (desde la etapa del fin del colonialismo portugués y los difíciles inicios como nación independiente, viviendo en Nassau, en pleno corazón de la guerrilla), en 2010 fue nombrado por Benedicto XVI obispo de Gurúe, donde trabaja intensamente en el desarrollo de un orfanato. Labor en la que cuenta con el apoyo indispensable del Fondo Universal de Solidaridad de Infancia Misionera.
En prelado ha recordado divertido el “ambiente misionero” que vivió en su infancia, en los años 50, “cuando el programa se conocía como de la Santa Infancia y en la escuela nos leían las crónicas de jesuitas del Polo Norte, nos enseñaban mapas en los que nos situaban a los 50 misioneros murcianos repartidos por el mundo y entre todos ahorrábamos una perra gorda para echar en la hucha del Domund de clase, que tenía un termómetro que iba incrementando la temperatura según había más dinero”.
Esa “simiente” creció en él y culminó en su vocación, que siempre tuvo clara que era misionera. “El día que, estando en Roma, me dijeron que iba destinado a Mozambique –ha recordado con humor–, lo primero que hice fue comprar un Corán, pues no sabía nada del país y tenía entendido que había muchos musulmanes”. Luego siguió un año de formación en el que se empapó de todo lo relativo al país, “pero sobre todo de su historia y sus valores”, teniendo luego claro ya allí que la actitud es la de “no ir a enseñar nada a nadie, sino que lo cierto es que vas a aprender de ellos y a compartir tu testimonio”.
“Con ellos –ha profundizado Lerma– he descubierto muchos valores que nosotros hemos perdido en Europa y en España. Principalmente, que Dios está en el centro de todo lo que hacen, teniéndolo muy presente desde el mismo inicio de la vida”. Así, “he comprobado que es falso el prejuicio que dice que el mozambiqueño es un pueblo animista… Todo lo contrario, son un pueblo abierto al anuncio del Evangelio”.
Una Iglesia ministerial
En cuanto a su acción pastoral, el obispo murciano destaca que en Mozambique tiene la oportunidad de vivir lo que es “una Iglesia ministerial, donde los laicos son auténticamente protagonistas. Y es que, teniendo en cuenta que solo hay en mi diócesis con 35 sacerdotes y 11 religiosos para atender a 2.000 comunidades y un total de dos millones de personas, siempre les digo a los laicos que lo que ellos no hagan no lo hará nadie”.
De hecho, “los mismos adolescentes son los que forman a los niños en la fe, y luego estos se comprometen también en la labor de evangelización y en el trabajo en el orfanato, que dirigen tres vírgenes consagradas y en el que hay 45 huérfanos cuyos padres han muerto de sida o se encuentran en la absoluta marginalidad”. En la diócesis hay otros cuatro centros de atención a menores y en todo cuentan con el apoyo imprescindible de OMP y de otras entidades eclesiales como Manos Unidas.
Superó el miedo y las dudas
Por su parte, Aarón Fernández, natural de la localidad conquense de Gascueña, ha contado en la rueda de prensa cómo acompañó a sus padres, con solo nueve años, a una experiencia de misión durante dos años y medio en Bahía de Kino, al norte de México. “Todo empezó –ha contado– cuando un día nos reunieron a todos los hermanos, de los que soy el mayor, para proponernos ir de misión con Ekumene. Recuerdo que en nuestro entorno hubo de todo, pero muchos no lo entendieron”.
A él mismo tampoco le resultó fácil: “Tenía un cierto miedo a lo desconocido y tristeza por dejar a mis amigos. Además, cuando llegamos allí, lo hicimos en plena ola de frío y recuerdo que no había nadie en la calle. Ahí me pregunté: ¿por qué, entre tantas familias españolas, Dios nos ha escogido a nosotros? Luego eso pasó y nos encontramos con una gran acogida por parte de toda la gente”.
En ese tiempo, mientras sus padres se implicaban en todo tipo de programas, visitando a los vecinos en sus casas y acompañando a novios y participantes en programas de desintoxicación, Aarón y otros niños empujaban con fuerza del mismo carro misionero: “En el Centro Betania compartíamos juegos y oración, pero también salíamos a la calle. Con mi padre, que llevaba la furgoneta, íbamos un grupo de niños a visitar a los campesinos mientras trabajaban en el campo. Parábamos, celebrábamos la misa, hablábamos, jugábamos al fútbol…”.
El contraste al llegar a casa
De regreso en España, Aarón vio claro que aquí también podía seguir siendo un misionero: “Me encontré con un contraste muy fuerte a la hora de vivir la fe con lo que habíamos experimentado en México. Por eso sigo tratando de hacer llegar el Evangelio en clase, con mis amigos o en los grupos de catequesis en los que participo. Doy mi testimonio con discreción, pero también con valentía”.