A sus 75 años cumplidos –y a la espera de que el papa Francisco acepte su renuncia por límite de edad, tras una década como arzobispo de Tánger–, Santiago Agrelo Martínez (Rianxo, A Coruña, 1942) se sigue declarando “en rebeldía” contra la violación sistemática de derechos que sufren miles de hermanos africanos camino de Europa en busca de una vida mejor. Un grito contra la indiferencia de las instituciones y por la dignidad de tantos seres humanos que este franciscano deja oír en cada una de las homilías y reflexiones recogidas en ‘Desacato al silencio’ (Ed. Perpetuo Socorro).
PREGUNTA.- ¿Por qué ‘Desacato al silencio’? ¿Usted habla cuando otros callan?
RESPUESTA.- Simplemente, por declararme en rebeldía contra la violación continuada de derechos fundamentales de miles de seres humanos a los que no protege ningún tribunal y contra los que se emplean a fondo las autoridades de los pueblos. La política ha renunciado a la justicia y a la verdad. Eso hace apremiante y necesaria la voz de la Iglesia, para que, de alguna manera, se oiga el grito de sufrimiento de los emigrantes.
P.- Sus posicionamientos le han acarreado a veces críticas e incomprensiones, incluso dentro de la propia Iglesia. ¿Entiende mejor ahora aquella “perfecta alegría” de la que hablaba Francisco de Asís?
R.- La defensa de los derechos de los emigrantes conlleva un compromiso ético, y todo el mundo entiende fácilmente que ese compromiso toca el bolsillo, y eso hace sonar las alarmas en la torre de nuestro castillo. Se puede comprobar fácilmente en mi muro de Facebook: lo que concierne a los emigrantes nunca pasa de unas decenas de consensos. Dios no estorba, los emigrantes sí. Nos hemos inventado un Dios que nos dé el cielo en el cielo y no nos complique la vida en la tierra. En materia de defensa de los derechos de los emigrantes, cualquier crítica me sabe a gloria, y, en ese sentido, no me hace partícipe de la perfecta alegría, de la que habla mi hermano Francisco de Asís. La paz del corazón en medio de tribulaciones e incomprensiones –que eso me parece sea la perfecta alegría– es gracia más de casa para los emigrantes que para mí.
P.- ¿Hay que ser “Iglesia de frontera” para descubrir que no hay anuncio sin denuncia?
R.- Sin los pobres, el Evangelio se queda sin destinatarios. Y sin esos destinatarios naturales del Evangelio, nos las arreglaremos para asignarle otros. Pero entonces ya no será el Evangelio de los pobres, sino el de los otros. En realidad, será otro Evangelio. El de Jesús lo habremos aguado, si no corrompido del todo.
P.- ¿Qué capítulo ocupa Tánger en el libro de su vida?
R.- Por ahora es el último. El Dios y Padre de Jesús y nuestro, hasta donde se lo he permitido, ha ido escribiendo mi vida con infinita ternura. Supongo que queda por escribir el capítulo del encuentro con la hermana muerte. El mismo Padre lo escribirá a su manera, y pido estorbarle en esa tarea lo menos posible.
P.- ¿Se animará a escribir sus memorias una vez jubilado, o prefiere la predicación?
R.- Mi vida no da para memorias. Tal vez lo que más horas se ha llevado de esa vida haya sido la predicación. Solo conservo escrito lo que he enviado a los fieles desde que estoy en Tánger. Claro que son tres ciclos completos de tres años cada uno. No pienso publicarlos. Quedarán en herencia a mis hermanos franciscanos, y lo que ellos hagan con esos textos estará bien hecho.