De la nefasta invasión del Daesh, del 6 al 8 de agosto de 2014, siempre quedará un doloroso recuerdo en los habitantes de la Llanura de Nínive, en Irak. Unas 120.000 personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares sin apenas tiempo para recoger sus pertenencias básicas. Muchos pensaron que se trataba de una situación temporal, hasta que el ejército iraquí o los peshmerga kurdos respondieran con una contraofensiva. Sin embargo, el marco de inestabilidad y la extrema violencia del grupo terrorista transformaron la oleada de terror en toda una inundación prolongada que ha durado tres años.
Durante ese tiempo de espera, los cristianos desplazados de la Llanura de Nínive soñaban con volver a sus hogares algún día. La esperanza se mantuvo hasta la llegada de la buena nueva, el derrocamiento del terror en sus pueblos y ciudades natales. Elia Abdalah y su familia pisaron de nuevo en junio el suelo de su ciudad, Qaraqosh, conocida como “la perla del norte”. La imagen fue desoladora: los primeros en regresar se encontraron con una ciudad polvorienta y en ruinas: los edificios ennegrecidos y con las ventanas rotas, parques infantiles arrasados, libros quemados por las calles… El padre Jahola, sacerdote en la ciudad, describía la escena “como un mensaje para obligarnos a abandonar esta tierra”.
Como Elia, miles de cristianos se pusieron en camino hacia sus hogares, dispuestos a levantarlos de nuevo. Por ello, y a petición del pueblo de Irak, se puso en marcha el Comité de Reconstrucción de la Llanura de Nínive (CRN): un ambicioso y esperanzador proyecto para la reedificación de las urbes del norte del país puesto en marcha por las tres Iglesias locales (siro-católica, siro-ortodoxa y caldea), con la colaboración de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
Con un registro exhaustivo, ya son 18.000 los cristianos de Qaraqosh y 1.161 los hogares reconstruidos, entre ellos, la casa de Elia, quien no puede ocultar su alegría: “Estamos muy agradecidos por haber vuelto a Qaraqosh”. Antes del regreso, esta familia tuvo que compartir una casa con otras cuatro familias más. Tuvieron la suerte de no correr con los gastos del alquiler, algo que sí tuvieron que hacer otros muchos cristianos desplazados. “Nosotros –explica– no pagamos el alquiler de la casa, solo el coste del agua y la electricidad”.