El Papa llevaba a cabo la homilía de la eucaristía que preside habitualmente en la casa de Santa Marta, su residencia en el Vaticano, mientras hablaba del sentido del ayuno y la humildad que implica cuando lo relacionó con las humillaciones que sufren las empleadas del hogar: “Yo pienso en tantas empleadas domésticas que ganan el pan con su trabajo: humilladas, despreciadas…”.
A continuación recordaba una anécdota infantil cuando en casa de un amigo la madre de este abofeteaba a la mujer que llevaba a cabo las labores del hogar en esa casa. Destacaba el tiempo que había pasado desde entonces: “81 años… No me he olvidado de eso”.
Personas o esclavos
Con firmeza llamaba la atención sobre el trato que se les ofrece a las empleadas domésticas: “¿Cómo las tratas? ¿Cómo personas o como esclavos? ¿Les pagas lo justo, les das las vacaciones, es una persona o es un animal que te ayuda en tu casa?”.
El obispo de Roma también tuvo un recuerdo con todos los desplazados que han dejado sus casas en busca de una vida mejor: hoy “se discute si damos el techo o no a aquellos que vienen a pedirlo”. Para terminar justificó que el buen ayuno es aquel que llega a ayudar los demás: “Si –mi ayuno– no llega, es ficticio, es incoherente y te lleva por el camino de una doble vida”.