“De la Iglesia de hoy saldrá también esta vez una Iglesia que ha perdido mucho. Se hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en la coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se habrá de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la que solo se llega por una decisión libre. Como comunidad pequeña. Habrá de necesitar de modo mucho más acentuado la iniciativa de sus miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión: en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral normal se realizará de esta forma”. Antonio Ávila, director del Instituto Superior de Pastoral, en Madrid, levanta un instante los ojos del papel que ha traído. Se le ha preguntado cómo imagina la Iglesia de 2050.
Y prosigue la lectura: “Será una Iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas valiosas. La empobrecerá, la transformará en una Iglesia de los pequeños”. El sacerdote termina la lectura y le entrega el papel a su interlocutor. “Esto que decía el teólogo Joseph Ratzinger en 1973, en su libro ‘Fe y futuro’, lo venimos viviendo hasta hoy día. Aunque hay que añadir que, desde la máxima autoridad de la Iglesia, se ha intentado ignorar, paliar o compensar con actos masivos –como las JMJ– o con ponerse en las manos de los movimientos, pensando que por ahí iba la salvación”, añade este doctor en Teología Catequética y psicólogo.
“Si miro el futuro con las rutinas asumidas hasta el presente, lo vislumbro negro, muy negro, como el que ya es casi una triste realidad en los Países Bajos: una Iglesia residual y en liquidación, que, primando reorganizaciones pastorales en función de los curas existentes o previsibles y olvidando la promoción de comunidades corresponsables y misioneras, se encuentra sumida en una elefantiasis institucional. Si, por el contrario, lo miro atendiendo al inédito que todavía es viable, diviso un ‘resto’ bastante alentador como el que se atisba, por ejemplo, en otras Iglesias que, como la de Poitiers, apostaron en su día por promocionar comunidades corresponsables, sinodales y misioneras, sin agobiarse porque fueran muchas o pocas, o si tenían que estar formadas por jóvenes o por personas entradas en años, sino cuidando, sobre todo, que su adhesión a las mismas fuera libre y responsable y, por ello, capaces de contagiar y ser significativas en el mundo”. Es el diagnóstico de Jesús Martínez Gordo cuando mira el futuro de la Iglesia en España. Dos modelos que, estima, en nuestro país, es posible que se mezclen. Pero este sacerdote de la Diócesis de Bilbao invita “a dejar de lamentarse” y “a caminar hacia delante, mirando la creatividad de las comunidades de primera hora”.
Hondura evangélica
“Me imagino una Iglesia socialmente menos relevante, pero con comunidades pequeñas poderosamente más significativas por su hondura evangélica. Una Iglesia menos preocupada por lo estructural e institucional y más ocupada en la experiencia de fe; menos interesada por los números y la pertenencia jurídica y social, y más comprometida y desvelada por la conversión del corazón de los que la habitamos. Me gusta imaginar una Iglesia libre de narcisismos, clericalismos o jurisdicismos; una Iglesia con más pastores y más líderes más místicos que mediáticos”. Así vislumbra la religiosa Maricarmen Álvarez, hvd, nuestra Iglesia dentro de tres décadas.
En ella, “atrincherados en sus comunidades y blindados por sus decálogos”, persisten “pequeños grupos fuertemente identitarios”. “Como ves, nada nuevo”, señala esta Hija de la Virgen de los Dolores. Salvo que será otra la Vida Religiosa que acompañe a esta Iglesia “con una pastoral de minorías, en minorías y para minorías”.
Cuando mira la Iglesia de 2050, y después de encomendarse más que nunca para ello al Espíritu Santo, Dolores Loreto García Pi, presidenta del Foro de Laicos, fija su mirada, curiosamente, tan solo a ocho meses vista. “En octubre de este año tendrá lugar un acontecimiento muy importante para la Iglesia: el Sínodo sobre los jóvenes. Ellos serán los adultos de 2050. A tenor de lo que ellos piensan y han expresado de cara a esta asamblea sinodal, vislumbro una Iglesia cercana, sencilla, acogedora, abierta al mundo y en escucha, actualizada y creativa en las formas y en los lenguajes, austera, con propuestas claras y, al mismo tiempo, sabedora de su propia vulnerabilidad; una Iglesia más familia, más unida, seguramente también más minoritaria, donde se dé prioridad al testimonio y se transmita la alegría de la fe… En resumen, una Iglesia cada vez más unida a la fuente, es decir, a Jesucristo”.